Jonás VIVO

 

Samarcanda

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Casi parecía un ritual: lunes por la mañana, a primera hora, Jonás VIVO entraba en la clase del Instituto Tele Visión con gesto cansino, casi arrastrándose por el último tramo del pasillo hasta llegar al pupitre del rincón, al fondo del aula. Daba la impresión de ser un héroe logrando la victoria tras una batalla épica… o un atleta que tras muchos avatares consiguiera coronar con éxito la cima del mundo. Tiraba la carpeta sobre la mesa del oscuro enclave elegido para la mañana que le esperaba: larga, repleta de sufrimientos y rogando que tuviera lugar en el anonimato, pasar desapercibido. Jonás VIVO volvía de la guerra que para él significaba cada fin de semana. Físicamente agotado y psicológicamente derrotado, según aparentaba lo primero y confesaba lo segundo.

Todo esto Jonás VIVO lo hacía entre suspiros casi desesperados en los que parecía emplear su último aliento. Que sobreviviera cada lunes parecía casi un milagro… pero más milagroso resultaba ver que cada lunes volvía a repitirse aquello, que por lo tanto dejaba de ser excepción para convertirse en costumbre: la de Jonás VIVO de caer, con cadencia prevista, en la trampa que él mismo se ponía.

Según su propia confesión, el domingo era la culminación de una semana creciente… algo así como la etapa final de una maratoniana carrera contra la vida normal y decente que él sabía que debía llevar, pero le resultaba imposible. De hecho, con sus confesiones y confidencias lo que hacía era aconsejarnos a quienes éramos sus compañeros de clase que jamás cayéramos en aquella trampa que significaba una vida tan disipada como la suya.

Lo apuntalaba con narraciones épicas: innúmeras y desmesuradas, acerca de las hazañas que jalonaban su día a día, su noche a noche. Sobre todo relacionadas con sus pretensiones acerca de bellezas femeninas sólo relativamente alcanzadas, sus zambullidas en el mundo de las drogas de todo tipo (alcohol y porros, principalmente) y las peregrinaciones que semejantes aventuras significaban para desenvolverse en los ambientes marginales a los que abocaban las aventuras antedichas.

A mis 16 años todo aquello me sonaba a epopeya, aunque bien es cierto que Jonás VIVO distaba mucho de ser modelo para cualquier referencia o héroe que mereciera ser imitado. Su gesto macilento, las ojeras amoratadas contrastando con la piel cenicienta y el aspecto de derrota existencial, le definían por oposición: Jonás VIVO era un antihéroe adolescente que seguramente no pasó jamás de ahí. La misma historia al lunes siguiente, aunque variando los detalles: nombres, cantidades y minucias sólo eran comparsa, tramoya secundaria. La esencia, los hechos: los mismos, calcados de la semana anterior.

El eterno retorno de la maldición semanal en la que yo adivinaba, intuía lo que algún día llegaría a ser mi futuro; porque no tardando mucho, escasamente cinco años más tarde, tomé el relevo en aquellos descontroles. Aunque por fortuna integrando las advertencias de Jonás VIVO: jamás pude llegar a agradecerle aquellas sus enseñanzas, aquel mi aprendizaje: pues no volví a verle… aunque claro, mi estado tampoco me lo habría permitido.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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