Venancio

Picoleto

 

Samarcanda

´86

´88

980

             

 

Cuando le conocí, Venancio Picoleto era la encarnación del perfil típico: inútil para cualquier cosa, acabó desembocando en el Ejército como forma de reciclaje, porque si era capaz de obedecer también lo era de cobrar y por lo mismo, de sobrevivir. Con eso está todo dicho, pero teniendo en cuenta que con esas características y la dedicación castrense, el tiempo sólo sirve para enquistar semejante personalidad, creo estar en lo cierto cuando afirmo que en la actualidad, casi 30 años más tarde, seguirá en lo mismo.

Sería un auténtico milagro que me equivocase, porque Venancio Picoleto se refocilaba en su condición de inútil y descerebrado: la prueba más evidente es que la mayor parte de su tiempo libre la dedicaba nada más que a la enajenación voluntaria, alienación conseguida principalmente gracias a los porros y el calimocho. También alguna cerveza y en los momentos especiales, cubatas y alguna que otra rayita. Si dijera que Venancio Picoleto era un tipo risueño, faltaría a la verdad… a pesar de que siempre hubiera una sonrisa ocupando su cara. Pero más bien se trataba de una mueca bobalicona provocada por la permanente anestesia que ocupaba su cerebro a tiempo completo. Un rictus provocado por los innumerables canutos que circulaban con frecuencia por sus pulmones hasta desembocar en el cerebro.

Dicho con otras palabras, Venancio Picoleto era un cuerpo con uniforme del cuerpo, porque esto era lo que le daba sentido a su vida animalesca, perdida entre neblinas de alcoholes baratos y manuales proselitistas que su maltrecha memoria atesoraba para repetir ante las instancias adecuadas y así prolongar su situación de normalidad social, al margen de cualquier posible pensamiento crítico hacia la realidad en la que se movía. Entonces –se preguntará el lector- ¿qué pinta Venancio Picoleto en este catálogo tan al desuso que viene siendo la fauna de las Malas memorias? Pues sirva para atestiguar que también me he visto rodeado de gente normal estadísticamente hablando, aunque fuera subnormal en términos estrictos (aprovecho la ocasión para pedir disculpas a quienes entrando científicamente en dicho grupo, nada tengan que ver con este espécimen).

Venancio Picoleto era en aquella época el novio de Marilyn Hermana, con lo que nos ayudará además a contextualizar unos años, los ’90, ya perdidos en la memoria o idealizados por mucha gente. Como Venancio Picoleto y Marilyn Hermana eran la mayoría de los jóvenes de entonces; puedo dar fe y testimonio de semejante afirmación por haberlos sufrido alrededor a diario: casi el asedio de la existencia innúmera de semejantes elementos.

Para mí Venancio Picoleto era un referente por oposición, representaba el modelo de individuo al que yo jamás habría querido parecerme entonces: mucho menos hoy en día, tras años experimentando en personalidad y vida ajenas las consecuencias nefastas de semejante enfoque vital, de tamaña apuesta por una existencia tan plana como pobre. Un pequeño engranaje, un eslabón al servicio de la maquinaria-cadena, se mire por donde se quiera.

Por aquel panorama infecto circulaba Venancio Picoleto del brazo de Marilyn Hermana, parejita capaz de conmover al más duro de los corazones con sus arrumacos adolescentes. Ella orgullosa, claro: tras haber degustado previamente el mundo del toreo, ahora le tocaba al soldadito. Valentín Hermano y yo le decíamos alegres que iba mejorando, que ya sólo le quedaba el cura para completar el clásico triángulo que reflejara la élite de la podrida sociedad uzbeka. Con algo de fortuna, sería la siguiente de sus conquistas… por suerte Venancio Picoleto desapareció pronto del mapa: en cuanto Marilyn Hermana empezó a estudiar una carrera, claro.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta