Venancio

Eva

 

Uruguay

´92

´97

981

             

 

Algunas veces suele decirse de personas excepcionalmente singulares: si no existiera, habría que inventarlo. No era éste el caso de Venancio Eva, porque respondía a un perfil bien diferente: la encarnación que personifica una sensibilidad común a todo ser humano, cual es la simpatía por el desvalido. Venancio Eva había convertido ese personaje en un cantante de tangos, lo que añadía a lo antedicho la subyugación inspirada por el ambiente marginal de aquel mundo.

Verle actuando era todo un espectáculo, puesto que, aunque no fuera especialmente original ni vanguardista, Venancio Eva cantaba correctamente, sin duda alguna. Su repertorio incluía todos los clásicos, porque Venancio Eva se declaraba abiertamente deudor de su público: por eso, mientras cantaba muchas veces hacía guiños a alguna fémina del auditorio, entre picarón y seductor… lo que contaba indefectiblemente con la complicidad de la interpelada, que se prestaba a aquel juego de gestos para la galería al hilo de la letra del tango que Venancio Eva estuviera cantando en aquel momento. Lo suyo era más bien una interpretación teatral con la excusa del papel que se había ido forjando a su medida y a su antojo.

Después, durante los descansos o al final de la actuación (que solía tener lugar en bares pequeños, nada más que para garantizar la supervivencia de Venancio Eva, sin mayores ambiciones), interactuaba con el público y conseguía que le invitaran a alguna copa de anís o de absenta, que eran sus bebidas favoritas. Quizás un poco por eso su voz en las canciones resultaba algo dulzona, sobre todo cuando se trataba de El día que me quieras o alguna pieza semejante.

Pero fuera del escenario Venancio Eva continuaba interpretando el papel de calavera, entre bromas que él mismo hacía sobre su edad, recordando con frecuencia que ya no era ningún chiquilín. Aunque uruguayo, Venancio Eva era tan porteño como un bonaerense, por esa curiosa hermandad que les une con los montevideanos: en todo caso, Venancio Eva se declaraba universal y así era tratado generalmente.

Asistí a sus espectáculos unas cuantas veces: más que nada con intención de aprender de su faceta de hombre de mundo, capaz de sobrevivir gracias a su voz y habiendo conseguido convertirla en un tesoro gracias a toda la parafernalia con la que la acompañaba. Sus miradas cómplices y picaronas, sus gestos cariñosos y tiernos, su declarada derrota vital madurada sabiamente entre las arrugas de empatía que poblaban su frente… todo ello hacía imposible no encariñarse con Venancio Eva, aunque del tango, en esencia, “sólo” tuviera la vida. No la voz ni el talento, pero charlando con él, siempre trajeado, resultaba indiferente.

Su elegancia decadente, de una dignidad que iba más allá de toda materia, me parecía envidiable: sobre todo porque Venancio Eva había conseguido encarnar aquel papel inmortal y universal; el de un superviviente gracias a su capacidad para apelar a los buenos sentimientos. Sin dar lástima ni mendigar, sino reivindicando al abuelo que todos llevamos dentro: unas veces en recuerdo, otras porque la vida nos hace sentirnos viejos y el resto porque sólo somos abuelos en potencia.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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