Manolo

Lolo

Samarcanda

´81

´83

 999

             

 

Unos ojillos vivarachos y azules que te miraban desde el fondo de aquel túnel que eran sus ojeras adolescentes: provocadas por la pigmentación de la piel, sin duda… caprichosa en sus pliegues y la coloración oscura. Así aparecía Manolo Lolo en la primera impresión; pero enseguida su verbo dicharachero, su talante alegre y un regusto picarón en su complicidad y en los temas de conversación… te dejaban una impresión psicológica inconfundible, de que de alguna manera aquella mirada macilenta estaba relacionada con una inequívoca afición al onanismo. Algo que el propio Manolo Lolo confirmaba por omisión entre risas picaronas que buscaban tu complicidad: “en el fondo todos nos la cascamos”, parecía decir su mirada casi interrogante… buscando una confirmación innecesaria por universalmente conocida.

Lo cierto es que en aquella pandilla de barrio Manolo Lolo desempeñaba aquel papel de manera desenfadada, sin complejos ni visos de arrepentimiento, pero completado por lo propio de su edad, típicamente adolescente como en efecto era él en esa época. Un poco de fútbol, algo de alcohol, buen humor y ganas de pasarlo bien… esto en cuanto a sus aficiones; por lo que se refiere a las obligaciones Manolo Lolo era bastante mal estudiante, no le gustaba el asunto intelectual. Algo por otra parte bastante lógico, teniendo en cuenta que su familia tenía el negocio de la pastelería funcionando más o menos bien, lo que le salvaba la papeleta del futuro con mayor o menor seguridad.

Claro, que también estaba su hermana, alias “el bombón del barrio”, por lo que la cuestión de la herencia no quedaba nada clara. Sin embargo, Manolo Lolo era un tipo inquieto y bien pronto abandonó aquella perspectiva de la saga en el negocio: se lanzó a emprender el suyo propio y en mi misma calle, Francisco de Rojas, abrió un kiosco. Empezó a madrugar para tener surtido de periódicos con los que saciar las ansias de los lectores del barrio: en aquella época aún no existía Internet y la prensa escrita era plural… al menos más que ahora. Para Manolo Lolo aquello resultaba ser la continuidad de unas aficiones que le venían de lejos: revistas porno, fascículos picantes, películas del destape y posteriores… habían sido su preparación para aquel mundillo, aunque él no lo supiera entonces.

Digamos que había cambiado de lugar en el mercado de la carne humana ofrecida a los ojos ávidos, siempre hambrientos. Dejó de ser parte de la demanda para convertirse en parcela de la oferta; de sobra sabía Manolo Lolo lo que le gustaba al público de aquel tipo, lo que pedía. Por extensión en el kiosco ofrecía también de todo lo demás: publicaciones serias, fascículos de todo tipo, diarios, revistas… y también chucherías y algún material de papelería que siempre iba saliendo entre las ventas cotidianas.

Así se le pasó a Manolo Lolo la adolescencia; saturado de carne de papel, acabó por perderle la afición a ese mundo y le quedó simplemente como negocio. ¿Qué habría pasado si Manolo Lolo se hubiese dedicado a otra cosa? Nunca lo sabremos… quizás su hermana acabó aborreciendo los pasteles detrás del mostrador familiar. Con frecuencia las ironías de la vida presentan formas inusitadas. Cuando cruzábamos la mirada Manolo Lolo me guiñaba el ojo, cómplice, desde un universo diferente que probablemente nadie conozca, a pesar de tratarse de un territorio siempre explorado.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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