Mario

Chatarrero

 

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Supongo que uno puede acabar acostumbrándose a cualquier cosa en la vida, si es que tiene un mínimo de inteligencia emocional; la otra opción es que las cosas acaben acostumbrándose a uno: es decir, elegir y que el mundo se acomode a uno y sus exigencias. Para esto último es necesario tener poder: el que da el dinero y sus consecuencias. En cambio para lo primero basta saber manejar y manejarse, lo que a la larga resulta la mayor riqueza imaginable, infinitamente más inagotable que la del capitalismo y sus esclavitudes satélites.

Pero lo de Mario Chatarrero no sé si iba por aquí o se trataba de una vocación que desde niño anidaba en su interior y con el tiempo llegó a aflorar. Esto, en todo caso, resulta algo secundario, porque cuando vi a Mario Chatarrero en su entorno laboral habitual (una parcela en las afueras de Samarcanda, donde se amontonaban materiales de desecho a los que podía sacárseles algún provecho) entonces comprendí que allí Mario Chatarrero se encontraba como pez en el agua. Dominaba aquél su desguace con tanta naturalidad como facilidad: sabía dónde encontrar cada cosa, aunque las dimensiones de la finca distaban de ser pequeñas.

Mi visita a los dominios de Mario Chatarrero, aquella parcela habitada de zarandajas desechadas por una sociedad incapaz de comprender las múltiples vidas de los objetos, su ambivalencia… fue de la mano de Valentín Hermano, amigo de Mario Chatarrero y su mujer Indira Psicología: la intención de aquella nuestra incursión era intentar encontrar material con el que poder fabricarnos un tórculo para La Tapadera, entonces en proceso de montaje. En este sentido resultó intento infructuoso, pero me permitió acercarme al mundo de Mario Chatarrero y sus dominios, que yo sólo conocía de oídas: pude comprobar in situ un territorio al que normalmente uno no se acerca… o lo hace un poco a la desesperada: como último recurso para encontrar algo; o bien para encontrar algo cuando uno no tiene recursos.

La visita guiada por Mario Chatarrero me resultó de lo más entretenido e interesante; en contra de lo que pueda pensar la mayoría, Mario Chatarrero no era alguien desesperado ni marginal, de la misma forma que tampoco lo son en esencia los basureros. Mario Chatarrero poseía sin duda una mirada privilegiada, pues sabía ver las posibilidades o potencialidades de las cosas que todo el mundo daba por inútiles o por perdidas.

Las cosas, claro… pero ¿podía aplicársele esto mismo a las relaciones humanas de Mario Chatarrero? El hecho de que su mujer Indira Psicología fuera psicóloga me hacía sospechar que sí, aunque también podía ser que fuese al revés y ella tuviera la capacidad de reciclar a Mario Chatarrero para el mundo de los vivos… Ahí se quedaba la duda, en el aire: como también la relación que les unía a Valentín Hermano y a Mario Chatarrero. ¿De qué manera reutilizaba uno al otro y quién a quién? Un poco la respuesta vino a traerla el tiempo: se fueron los tres de viaje hasta Marruecos… según contaron para conseguir alterar su conciencia y sacarla de los manidos esquemas con los que acostumbraban a torturarla cada día. De alguna manera aquellos tres cerebros se pusieron de acuerdo en una tarea; cada uno a su manera estaban para el desguace, eran chatarra en estado impuro.

Volvieron felices, el viaje les había sentado óptimamente y se prometieron (respectiva y recíprocamente) volver en ocasiones posteriores: sus palabras y el gesto de felicidad bobalicona que les invadía el rostro estaban como desvaídos, casi parecían provenir de otro universo más ahumado y blandito: maleable. Un mundo amortiguado, aletargado y al alcance de cualquiera (o cualquiese).

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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