Nerea

Ref. Martín Tío

 

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A primera vista aquello más que una personalidad parecía un karma, una especie de maldición etérea que vaya usted a saber por qué había adquirido corporeidad humana, se había encarnado. El resultado era Nerea Ref. Martín Tío, una mujerona enorme en tamaño, pero también en torpeza y obesidad; lo primero que transmitía era compasión, porque uno se imaginaba cuánto sufrimiento tenía que haber allí almacenado: encerrado en un cuerpo deforme como si fuera simplemente la cárcel desde la que intentaba sobrevivir.

Sin embargo la personalidad de Nerea Ref. Martín Tío no era amargada, sino risueña: aunque con un deje de resignación y fatalismo, como si aquello fuera algo contra lo que no se podía luchar. Desde mi infancia, que fue cuando la conocí, recuerdo a Nerea Ref. Martín Tío siempre risueña: puede que se tratase simplemente de un teatro para no transmitir negatividades a su familia. Nerea Ref. Martín Tío era mi tía o algo parecido: la mujer de un señor al que yo llamaba Martín Tío, que en realidad era primo de Paquita Madre. Bueno, familia mía sí que lo era, aunque yo no sabía cómo encuadrarlo en mi esquema mental: ese árbol genealógico que un niño pretende construirse en la imaginación, sin gran éxito en mi caso.

Nerea Ref. Martín Tío caminaba con dificultad debido al gran volumen de su cuerpo, que llevaba aparejado un peso desmesurado que sus pequeños pies y gruesas piernas tenían grandes problemas para desplazar. Si a esto añadimos que solía pintarse los labios con un carmín de rojo llamativo y tenía por costumbre el besuqueo hacia los infantes, puede concluirse que para mí encontrarla resultaba una triple tortura: la lástima, el rechazo… el remordimiento por sentir este último.

Los ratos de charla (entre mis padres y ellos, claro; mis hermanos y yo sólo éramos comparsa) se reducían a algún domingo por la tarde en que mis padres decidían coger el coche y hacer una pequeña excursión hasta aquel pueblecito tan gris como el rostro de mi Martín Tío, el marido de Nerea Ref. Martín Tío; quizá por no poder tener hijos transmitían más aún (si cabe) una lástima sólo explicable porque daban la impresión de que vivían en pareja como en un callejón sin salida.

El cuadro lo completaba, sin duda, el aspecto macilento de mi Martín Tío, pequeño y contrahecho: siempre cojeando, pero también con la sonrisa siempre puesta. Parecía que el asunto de no poder tener descendencia era el corolario ante aquel panorama, porque con aquellos cuerpos uno involuntariamente se preguntaba si acaso podrían follar.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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