Óscar

Octaedro

Samarcanda

´90

´98

915

             

 

Todo lo que tenía de buena persona, Óscar Octaedro lo tenía también de despreocupado, inconstante y lejano del mundo real: es decir, mucho… casi todo. Ya desde que le conocías o te le presentaban, sus maneras de comunicarse –tanto verbales como gestuales– te transmitían una forma de ser cercana y accesible; te decían que con Óscar Octaedro podías contar siempre, para toda ocasión, pero que su forma de ser hacía que tan generoso ofrecimiento, se presentara siempre como escaso. Y no por sus intenciones, que Óscar Octaedro era un tipo tan simpático como generoso… sino porque tal como la vida estaba concebida, tal como se nos presenta cotidianamente, parecería un milagro que le permitiese a Óscar Octaedro la supervivencia.

No es nada trágico, simplemente que Óscar Octaedro no encajaba en los esquemas e iba capeando el temporal como bien podía: no era poco, porque combinaba su trabajo como camarero del Octaedro con su afición remunerada, que era cantar. Esto por lo que se refiere a su vida laboral, porque después estaba también la sentimental, ligada –desde que la memoria colectiva maracandesa alcanzaba– a la china que era su pareja: desde que ella llegó a Samarcanda y se conocieron, nunca más se marchó. Había encontrado cada un@ de ell@s a su respectiva media naranja, su alma gemela… así quedaron ligados para siempre. Algo que a Óscar Octaedro le otorgaba una inmensa estabilidad, que le permitía entre otras cosas dedicarse al teatro. Una de sus aficiones favoritas, como si no tuviera bastante con las tareas enumeradas hasta ahora.

Pero Óscar Octaedro tenía una característica que le permitía combinar todas sus actividades vitales: era resolutivo, aunque muchas veces eso significase resultar imperfecto. Claro, que puestos a elegir, ¿no es mucho mejor esto que la inacción provocada por un exceso de autoexigencia, por un afán e perfeccionismo? No creo que Óscar Octaedro hubiera llegado a la conclusión tras una reflexión previa, sino que más bien los hechos le habían ido conduciendo hasta una forma de vida con la que sin duda estaba contento, al menos le satisfacía si no es que llegaba a hacerle plenamente feliz.

Lo dicho hasta ahora formaba parte de su manera de ser y me gustaba, por eso, que fuera la persona que se encargó de cantar unos cuantos tangos durante la presentación de mi Tesina. Óscar Octaedro era lo contrario de la formalidad y la rigidez, alguien cercano con quien poder charlar de casi todo: mentalidad abierta, buen humor a raudales y siempre presto a compartir un rato con una cerveza de la mano.

Óscar Octaedro era un alma en expansión que contagiaba al Octaedro cada vez que se encontraba trabajando tras la barra, casi siempre con su pareja en el lado de la clientela: ella era una sonrisa sincera, permanente constante. Un universo complementario de Óscar Octaedro, quien se complacía en poner unos tangos para acompañar la infusión del momento, porque aquella barra resultaba acogedora sobre todo durante las oscuras y doradas noches de invierno, crudo en una Samarcanda glacial.

El conjunto resultaba como un corolario inevitable de la presencia de Óscar Octaedro en medio de la estepa que por lo general viene siendo la vida: sin duda alguna, ésta ganaba en calidad gracias a la presencia de Óscar Octaedro, de su existencia. Estoy seguro de que a cualquiera que se le hubiese preguntado, habría suscrito esta idea.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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