Rufino

Caracaballo

 

Samarcanda

´88

´93

 949

             

 

Estábamos pidiendo un café en la barra de cualquier cafetería cualquier tarde Joaquín Pilla Yeska y yo. En el momento de servirnos, él le dijo al camarero: “Oye, ¿me puedes dar otro azucarillo? Es para dárselo a un amigo, que es caballo”. El camarero, claro, se lo alargó amablemente acompañando una sonrisa. Joaquín Pilla Yeska y yo nos aguantábamos la risa, imaginando la imagen tantas veces vista en la TV, de un jockey premiando a su caballo con un terrón. Por aquel entonces también había sobrecitos, pero estaban más de moda las formas geométricas.

Más tarde, charlando de todo un poco ante el café, le pregunté: “¿Has pensado en Rufino Caracaballo cuando se lo has dicho?” “No, ¡qué cabrón eres! Era sólo una broma, no iba por ahí…” –me contestó Joaquín Pilla Yeska. Más risas. Pero lo cierto es que ambos teníamos la imagen en la mente: aquella cara afable y de buena persona que caracterizaba a Rufino Caracaballo iba acompañada de una extrañísima prolongación de la mandíbula inferior que sumada a la delgadez extrema del cráneo asemejaba su cabeza a la de un equino… al menos la recordaba lejanamente, de ahí que para especificar a qué Rufino nos referíamos (¡como si fuera tan común aquel nombre, como si no supiéramos de sobra de qué Rufino hablábamos!) tenía aquel acompañamiento tan cruel como sólo saben adjudicar los adolescentes, por definición impíos. Aunque Rufino Caracaballo ya lo sabría, claro; tendría espejos a la vista un montón de veces a lo largo del día, ¿cómo no apercibirse del aspecto de su propio rostro? Seguro que sí, aunque jamás le pregunté ni fuese tema de conversación en su presencia.

Lo cierto es que Rufino Caracaballo era un chaval normal, allá por la década de los ’80 tocando a su fin, cuando le conocí. Creo que era amigo de Joaquín Pilla Yeska, aunque también me suena que tenía algo que ver con el mundo de los radiopitas de Samarcanda… El caso es que Rufino Caracaballo estudiaba para Futuro Currante en la rama de sonido o electricidad, creo. Nunca hablamos de eso, porque siempre que coincidimos Rufino Caracaballo y yo fue en algún bareto o por la calle; casualidades que nos hicieron compartir alguna cerveza extemporánea entre risas, tangos o excursiones nocturnas por la geografía maracandesa.

No sé si fue casualidad, pero siempre que estuve charlando con Rufino Caracaballo él iba acompañado de alguna chica elegantemente vestida y ciertamente atractiva, lo que a mí me sorprendió más que nada porque Rufino Caracaballo no era precisamente locuaz, sino más bien reservado, aunque con una carta de presentación agradable que era su amable sonrisa acompañada de una atenta mirada: contenida en unos ojos verdosos que al menos ponían un toque interesante en su rostro poco agraciado. Teniendo en cuenta todo esto, a mí Rufino Caracaballo me inspiraba para charlar amigablemente con él, departiendo un rato sin mirar el reloj, siempre que nos encontrábamos. Cualquier excusa era buena, porque traía aparejado un buen rato de risas entre ambos; aunque Rufino Caracaballo aportaba poco al diálogo, como ya he dicho, sabía sonreír en los momentos adecuados y de vez en cuando sus intervenciones eran agudas.

Una noche como tantas coincidimos en una terraza de un pequeño castillo reconvertido en bar: no recuerdo el nombre, pero había una fiesta veraniega y la cosa estaba animadilla. Nos saludamos, compartimos una cerveza y cambiamos impresiones: lo de siempre. Le acompañaban un par de chicas vestidas de negro, creo que una era su novia. Aleteando una ocurrencia durante nuestra conversación, me despedí de él: no sé por qué intuí algún peligro femenino, alguna tentación… Envidiaba aquel secreto tan bien guardado de Rufino Caracaballo para conseguir rodearse de belleza. No quise romper la noche ni el castillo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta