Pascual

el gris

 

Samarcanda

´83

  935

             

 

Un tipo que deambulaba con aire cansino, aunque no resignado: así era Pascual el gris, a quien su apodo le provenía del color natural que con el tiempo habían ido adquiriendo sus cabellos. Cuando le conocí (durante el verano del ’83, trabajando en el Hotel Rana) debía de andar por la cuarentena larga de años, así que sin duda procedía cronológicamente de una época tan gris como su aura. Era uno de los clientes habituales de las piscinas del Hotel Rana y –sin duda por cuestiones musicales– charló un par de veces con Valentín Hermano, así que de rebote yo pasé a ser su contertulio en los vestuarios de la piscina, lugar que el destino me había deparado en aquella sucursal del infierno que fue mi primer trabajo con contrato formal.

Recuerdo que Pascual el gris era pincha en alguna de las discotecas de Samarcanda, quizá Paco’s… eso resultaba indiferente: lo realmente importante era que se podía hablar con él de una manera distendida, pues resultaba un tipo ocurrente y simpático que se prestaba a ese tipo de pasatiempos. Las observaciones sobre el entorno, así como las aportaciones de Pascual el gris eran ciertamente aleccionadoras para alguien como yo, que se iniciaba en la vida adulta con una especie de indefensión: proveniente mayormente de la burbuja familiar, pero también de mi escaso interés por el mundo exterior.

Sin embargo aquel verano la cosa empezó a cambiar… digamos que empecé a abrir los ojos a la realidad más allá del cascarón: en aquel mismo septiembre empecé a cursar estudios en la UdeS, algo que se prolongaría en mi vida durante los siguientes diez años; aunque yo entonces aún ni lo imaginaba. Así ocurrió que la aparición en mi vida de Pascual el gris significó de manera intuitiva la llegada de un guía genérico, casi una brújula que me serviría de orientación durante mi futura navegación por el océano del devenir: casi un referente.

Pero nada formal: una recopilación de canciones de los ’60 y los ’70 fue la herencia que me quedó de aquellas charlas en las que Pascual el gris se mostraba comprensivo y comunicativo, al menos infinitamente más que el común de los mortales de su edad cuando se relacionaban conmigo. En su voz se adivinaba cierta envidia sana, por haber tenido que vivir la juventud en una época tan diferente a la mía; casi con la maldición obligatoria de aprender a soportar y convivir en circunstancias abyectas. Se refugiaba en la música, ¡suerte que había encontrado semejante oasis en el desierto de un país impío, inane y carente de empatía!

Aquella selección de música que Pascual el gris aportó a mi despertar… se perdió durante uno de mis múltiples intentos de encontrar la paz en unos brazos femeninos… pues un día la llevé para escucharla en casa de Araceli BRUMA y poco tiempo después vi que la habían etiquetado, pasando a formar parte del patrimonio de aquel piso de estudiantas: se la habían dado por regalada. No dije nada; al fin y al cabo, la apropiación no era más que el paso al mundo material de un hecho indiscutible: Pascual el gris ya formaba parte de mi pasado, de todas las maneras.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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