Peque

   

 

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Como a tanta otra gente a la que la biología ha condenado a tener un cuerpo pequeño, insignificante y muchas veces digno de compasión, a Peque le quedaba la salida de ser un poco como la mascota de la pandilla: en este caso, la de San Boato. Claro, que asumir semejante papel significaba en primer lugar ponerse en manos del público, dejar a las buenas intenciones de la concurrencia el diagnóstico definitivo de la cuestión: pulgar arriba o pulgar hacia abajo en términos de éxito social… con las connotaciones de emperador romano decidiendo sobre la suerte de los gladiadores.

En fin, ésta era sólo la primera parte del asunto, porque en caso de supervivencia para Peque quedaba lo siguiente, que no era otra cosa que su compromiso implícito de no entorpecer la marcha de la vida en general, no ser piedra en el zapato de quienes la rodeaban. Quizá un poco por asumir tareas de amortiguador o correveidile, como elemento sexualmente neutro que era ella. Porque Peque, a pesar de ser del género femenino porque así se acordaba consuetudinariamente, carecía por completo de elementos que llamaran la atención de cualquier libido: del sexo que fuera.

Peque no era una exuberancia en miniatura, sino un cuerpo amorfo en tamaño pequeño, ni más ni menos. Como comparsa de las veladas junto al fuego que se practicaban en San Boato, era un cuerpo más cuando reinaba la oscuridad o la penumbra y el anonimato de las sombras. Sin embargo era de público conocimiento que tras su voz estaba ella, Peque… pero contenida en su cuerpo como maldición inevitable, sin posible operación estética que no formase parte de la ciencia ficción.

A Peque la vida le había obligado a elegir entre eso o el ostracismo, como variante del suicidio. La vida, la puta vida… debía de pensar Peque a la vista del mundo que la rodeaba, repleto de expectativas para tod@s excepto para ella. Las etapas propias de la vida humana, con sus rituales de paso y la comunicación entre los diferentes componentes de la comunidad social: algo que a Peque casi le estaba vedado. Ella podría haberlo estudiado teóricamente, claro: quizás lo hiciera, no lo sé. Pero su intelecto parecía inevitablemente limitado por aquella condición de enana que llevaba siempre puesta, que no se podía quitar de encima. Como si fuera un filtro de color aplicado al universo entero y a través del cual tenía que contemplar la realidad toda, sin poder sustraerse a aquello que la convertía en un elemento incómodo por lo diferente e inferior al resto de los mortales. Peque intentaba disimular su condición, hablaba con todo el mundo con naturalidad, como si no pasara nada… a los demás esto nos motivaba a seguir aquel principio, porque en realidad no pasaba nada. Que Peque fuera diferente en un aspecto no la convertía en menos persona, ni en peor; esto era indiscutible. Pero de manera inconsciente, quizás por la misma moral religiosa que nos había reunido allí como excusa para la interacción social con semejantes, el tratamiento social de su diferencia venía a ser casi de misericordia; como haciendo una concesión a alguien para tratarla como si fuera igual, ignorando lo obvio. Lejos de respetarla, haciendo ostentación de la benevolencia para aceptarla: eran los ’80 y ahora todo sería muy diferente, ¿o no?

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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