Plátano

   

Samarcanda

´98

 943

             
               

 

Su mayor mérito, su carta de presentación, era precisamente su mayor demérito: el Plátano era hermano del Marihuano (valga la rima fácil). El pelo cano le otorgaba al Plátano una apariencia de ser alguien importante, al menos experimentado en la vida en general, a primera vista parecía casi un signo de sabiduría. Algo que por desgracia enseguida se esfumaba, porque su manera de dirigirse a la gente era pretendía ser familiar, pero resultaba chabacana. Daba la impresión de que el Plátano era un tío de pueblo que se encontraba de paso en la ciudad, provisionalmente. Parecía un chaval accesible, capaz de charlar de cualquier cosa: efectivamente era así, pero el motivo era que la superficialidad con la que abordaba todo, le ponía en la tesitura de dominar cualquier tema con igual habilidad; ninguna.

Digamos por tanto que se trataba de un tío, el Plátano, que era simple como su mismo apodo. Luego ya se le puede buscar significado psicoanalítico o de cualquier otro tipo, pero el asa de un cubo tiene de científico lo justo para sostener el universo. Compartían los dos hermanos, Plátano y el Marihuano, una desmedida afición por las drogas blandas, lo que sembraba una duda razonable… ¿eran así genéticamente o se trataba de dos cerebros maltrechos por el THC? Un problema de todo punto irresoluble, por no poder viajar hacia el pasado para tener datos suficientes y poder así contrastarla científicamente.

Al Plátano le conocí un buen día tomando cañas, para después, ya entrada la noche, trasladarnos desde La Tapadera (a donde había llegado con alguna oscura referencia) hasta mi casa de Conde Drácula, lugar en el que se suponía íbamos a continuar una fiesta tan improvisada como cutre: carente de motivación de manera absoluta, casi de carácter terminal, deprimente. Allí, improvisando algún mejunje con el que prolongar una noche que ya se alargaba en exceso pero yo no sabía cómo zanjar, el Plátano buscaba un recipiente donde poder combinar los elementos de manera maestra: pidió una frasca donde mezclar vino con cualquier elemento gaseoso que le diera vidilla al asunto. Ni más ni menos, pretendía hacer un calimocho: como fuera, daba lo mismo… sólo se trataba de remojar el gaznate.

Aquello de la frasca me pareció ya tan folklórico y tan límite que empecé a acariciar la idea del corte de venas, sinceramente. ¿Qué pintaba yo allí, a las 3 de la mañana, buscándole salida a una noche ya acabada? En ésas me encontraba yo: preguntándome a mí mismo cómo la vida podía colocarme en semejante encerrona; con la luz cenicienta de la cocina, sin música siquiera y una absoluta falta de motivación. En el salón el resto de la comitiva esperaba bebercio, pero el Plátano aprovechó la circunstancia de mi guardia baja para la confesión: no se hablaba con el Marihuano hacía tiempo… no congeniaban.

Me pareció el remate final para una situación ya de por sí lamentable. Me contaba a mí aquello como si me importara su hermano o la puta relación que tenían entre ellos; francamente en aquel momento era lo que me faltaba para poner a prueba mi diplomacia. Hice lo que pude para no poner mala cara, disimulé quitándole importancia a algo que para mí no la tenía en absoluto. Y me fui a dormir, prometiéndome a mí mismo no volver a tratar con ninguno de los dos, algo que hasta el día de hoy he cumplido gustoso.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta