Piraña

   

Qûqon

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Digamos que era un chaval peculiar, de eso no cabía la menor duda. El Piraña tenía claro cuál era el papel que le había tocado en el reparto social, que es casi como un teatro. Pero después, a partir de su sitio, cada uno tiene cierto margen para ejercitarlo. En todo caso, baste decir para empezar que físicamente el Piraña era un chaval bajito y regordete, rubio y de ojos azules; cabeza de bola y siempre risueño, aunque con mala leche. Cuando le conocí él tenía 14 años y era uno de mis alumnos en el Instituto Fortaleza; antes de empezar el curso, ya me previnieron sobre él, calificándole de problemático y proveniente de un núcleo familiar desestructurado. Era de faltar el respeto y nos tenía en jaque constantemente: expulsiones, apercibimientos y puntos negativos estaban a la orden del día. Con estos antecedentes y unas compañías poco recomendables, la elección del Piraña por pertenecer al grupo de alumnos marginales y contestatarios era todo un corolario.

Las compañías que frecuentaba el Piraña eran ni más ni menos que las de Luisja Fortaleza y su grupillo: aprendices de delincuentes de poca monta, de ésos que parecen ir escalando con el paso del tiempo gracias a la perseverancia, hasta convertirse en carne de cañón.

Además de la puesta en escena habitual durante las clases, que consistía en saltarse deliberadamente las normas para conseguir que le expulsáramos del aula (pues no soportaba el aburrimiento que le producían las clases), el Piraña se jactaba de aquello como si fuera una hazaña, cuando respondía simplemente a un mecanismo tan previsible como nefasto para su futuro.

Vamos, que todo encajaba, pero… ¿cómo podía yo ayudar al Piraña a reconducirse, cuando en su imaginario yo, profesor, encarnaba al enemigo? Pues francamente, me resultaba poco menos que imposible… pero para mí era un reto con el que me enfrentaba a solas, intentando encontrar una salida en aquel laberinto. Sin embargo para el Piraña resultaba ser poco menos que ratonera. Aunque pasaban los meses sin que se le viera por el instituto, yo le tenía presente en mi cabeza. No debíamos de caerle mal del todo mi asignatura y yo; quizá influyera que ésta se prestaba a otro tipo de lenguaje más libre que aquél al que el Piraña estaba acostumbrado, no sé…

El caso es que uno de los días finales del curso, durante una de las habituales mañanas de acercamiento y reconciliación con los alumnos, típicas de esas fechas, fuimos a tomar unas birras: acabamos bajo un viaducto cercano al instituto despidiéndonos de las clases que acababan; un grupo de alumn@s díscol@s y yo en camaradería calimochera. Ell@s eran 6 o 7, charlábamos amigablemente, contamos chistes para “fumar la pipa de la paz” con esa melancolía blandita que regala una despedida cuando es casi deseada; casualmente yo llevaba una máquina de rapar cabezas para devolvérsela a Jacobo RARO[1]. Nada planificado, lo juro. Con la euforia propia del entorno delincuencial, cuando la vio el Piraña, entusiasmado por las cervezas que había ingerido, me imploró un corte de pelo tal como lo llevaba yo… casi al cero. Ni corto ni perezoso, me imploró que le prestara la máquina y una amiga suya que también estaba allí le hizo el favor de ejercer como peluquera improvisada. Yo me negué, por supuesto… pero ante la insistencia de sus amigos, que respaldaban su decisión, finalmente accedí: a condición de que nadie me reclamase ninguna responsabilidad por aquello; así lo juramentaron tod@s l@s presentes.

El resultado fue digno de verse: la cabeza del Piraña quedó blanca, en llamativo contraste con sus mofletes sonrosados. Totalmente pelada, salvo el flequillo que se empeñó en conservar. Un gordito cabezón afeitado al cero. La cara especialmente roja debido al alcohol barato contrastaba con la blancura de aquel cráneo hasta un momento antes revestido de oro… del que ahora sólo quedaba como recuerdo un mechón sobre la frente. Caramelo de fresa y nata con un monumento a manera de flequillo que se mecía con el viento o un soplido del Piraña. Todos reíamos, él entusiasmado por su nueva imagen… Ciertamente un éxito a la vista de sus amigos, sus compañer@s imaginando la bronca que le esperaba en casa. ¿Qué ocurriría al llegar al domicilio? Nunca llegué a saberlo, aunque teniendo en cuenta los antecedentes y la fama de su familia, puedo imaginar el cuadro. Concluir sin sonrojo que a veces las circunstancias de la vida hacen justicia de una forma tan caprichosa como hilarante.

No volví a ver al Piraña: aquello no podía ser mejor… una extraña forma de venganza, por mi parte o por el Cosmos… como si las energías negativas de tod@s sus profesor@s hubieran venido a confluir en la máquina de afeitar que mi bolsillo albergaba. El mismo Piraña me había pedido que le cortara la cabeza (a la altura del pelo), ante testigos. Con ello me resarcía de los malos ratos a los que me había sometido durante todo aquel curso.

¿Casualidad o justicia cósmica?



[1] Trabajaba en el centro contiguo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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