Pichu

   

´81

´82

  756

             

Lo de Pichu era de manual: sus características físicas le habían empujado de manera directa hacia su forma de ser: él había caído blandamente en ese abismo, autocomplacido por lo afortunado que había resultado en el reparto de dones que realiza la naturaleza. Era rubio, con ojos azules y cara simpática; además no tenía mal cuerpo y ésta era la guinda necesaria para que Pichu hubiese elegido, a sus 15 años, ser esa parte de la clase del instituto que suele llamarse “populares”: un tío bueno.

En aquel mundito reducido donde día a día se mercadeaba con las hormonas, mezclándolas con el aprendizaje de sentimientos, Pichu era un valor que cotizaba al alza constantemente: hasta llegar el fin de semana, momento en el cual empezaba a pujarse por las acciones de uno u otro cuerpo, masculino o femenino dependiendo del mercado que se tratase. Entonces, en los lugares convenidos, el trasiego de carne humana se efectuaba con una fruición inusitada.

Porque a la impaciencia por descubrimientos propios y ajenos se añadía la urgencia casi enfermiza por apurar una juventud que aún estaba empezando, pero ya amanecía el miedo a perderla sin haber sido suficientemente aprovechada. Y allí se encontraba Pichu, compitiendo entre muchos otros machos por atraer las miradas femeninas. Casi una obsesión, pero utilizando a las chicas simplemente como espejos en los que verse reflejado y gustarse. Pichu era una variante del mito de Narciso que había sustituido las aguas del río, para mirarse en los pobres corazones derretidos que suspiraban por él.

Pero era el único sentimiento que albergaba su corazón. Sólo había que verlo, cómo se relacionaba con ellas, sus admiradoras, en el Instituto Tele Visión; Pichu ejercía su papel de galán con soltura, aderezando sus intervenciones con ocurrencias puestas en escena de una manera estudiadamente gestual, con la finalidad de retroalimentar el ritual. Probablemente ellas, sumergidas en el entusiasmo, no se apercibieran de realizar un papel de mera comparsa: el que Pichu les había adjudicado previamente en la representación de la vida tal cual la organizaban sus ojos.

Tampoco era muy importante, porque cada una de aquellas pobres criaturas se encontraba en otra burbuja, sólo por casualidad coincidente con la de Pichu en el mundo real. Aparte de todo eso estaba el asunto de las notas, que Pichu iba trampeando como bien podía, puesto que su obnubilado intelecto estaba dedicado a otros menesteres, como ya se ve. Era digno de verse aquel chaval de pelo rizado, sonrisa grácil y zapatos brillantes… un poco al estilo rockabilly pero sin llegar a tener credo ni tupé. Caminaba entre los pupitres de la clase casi bailando, mientras tarareaba alguna canción: como si estuviera haciendo un pase de modelos.

En el fondo si Pichu iba al instituto no era para estudiar ni aprender… desfilaba entre las mesas con esa gracilidad juvenil que es una oferta para el mercado de las discotecas que se comercia los fines de semana. Nada importaba que todo aquello tuviese fecha de caducidad, se trataba únicamente de ese mítico carpe diem que más tarde, con el paso del tiempo, envejece en la barrica del recuerdo hasta convertirse en un licor ya perdido.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta