Pedro

Ordenanza

 

Samarcanda

´91

´92

  927

             

 

Me provocaba cierta rabia ver cómo a diario la mayoría de la plantilla del Ministerio de Educación de Samarcanda, lugar en el que coincidimos trabajando Pedro Ordenanza y yo aquel ’91, le trataba como a una subespecie tipo “menor de edad”: simplemente porque su trabajo de ordenanza le hacía desempeñar su labor cotidiana muchas veces fuera de la Dirección Provincial. La condescendencia procedía del lugar altivo que algunos funcionarios creen superior… el que desempeñan ellos por tener el supuesto privilegio de no tener que mover su culo del asiento durante toda la jornada laboral; sólo para salir a desayunar.

Por fortuna esto pasaba desapercibido para los ojos de Pedro Ordenanza… o más bien él hacía la vista gorda ante semejante imbecilidad, lo que creo que era más exacto, aparte de más inteligente por su parte. Si había algo indiscutible en Pedro Ordenanza era esto, la inteligencia. Otra cosa es que, como ocurre tantas veces, sobre todo entre la gente con sobredotación, el sistema educativo y social no hubiera sabido integrarle en el mecanismo de la convivencia sin conflicto: algo perjudicial para ambas partes, como es obvio. Pero es que la sociedad no se caracteriza precisamente por tener inteligencia: cuando surge alguien con esta característica, la sobredotación, parece como si pretendiera apartarle de la circulación. No sé si era éste el caso de Pedro Ordenanza, pero podría haberlo sido perfectamente.

Lo cierto es que Pedro Ordenanza era un tipo simpático, cercano y siempre amable; tanto como accesible. Cuando se lo permitían sus obligaciones, charlábamos sobre mil temas… durante aquellas tertulias improvisadas casi cotidianamente en el negociado donde yo trabajaba. También acudían a ellas Aniceto LOOR y algún que otro elemento inquieto y aprovechable del Ministerio de Educación.

Otras veces Pedro Ordenanza y yo tomábamos un café por la calle, si coincidíamos casualmente. Uno de sus temas de conversación favorito era la música: pop-rock, sobre todo. Se notaba su pasión porque atesoraba conocimientos que a mí se me escapaban… nada extraño, por otra parte, pues siempre he sido bastante lerdo en la cuestión. Pero Pedro Ordenanza era un tipo positivo y enseguida charlábamos de alguna otra cosa: mis cuentos, por ejemplo.

Pedro Ordenanza era una de esas personas cuyas ideas motivan para continuar la charla, olvidando el tiempo. Para mí estaba claro que Pedro Ordenanza había encontrado su lugar en el mundo laboral como ordenanza, pero su riqueza no se agotaba ahí; él lo sabía, aunque probablemente también era consciente de sus limitaciones para convertir su potencial en algo económicamente rentabilizable. ¡Qué pena, la provocada por una sociedad tan pacata que es incapaz de integrar a alguien que la enriquecería!

Todo esto era muy secundario, para Pedro Ordenanza la vida era mucho más entretenida… una de sus tareas fundamentales era la de enamorar a una de las chicas que trabajaba también allí: ella había tenido mala suerte y acabó siendo madre soltera. En los ’90 aquello aún era una losa social inmensa, aunque a Pedro Ordenanza poco le importaba; supongo que con el tiempo a ella tampoco, e imagino su futuro juntos: un futuro que ahora ya será presente. Lo razonable del planteamiento y la capacidad de convicción de Pedro Ordenanza, junto con su indiscutiblemente seductora personalidad, acabarían convenciéndola… sin duda alguna. Pero me quedé sin saberlo a ciencia cierta, pues mi marcha del Ministerio de Educación hizo que le perdiera la pista… de Pedro Ordenanza conservo una recopilación musical de su autoría; él, uno de mis libros de cuentos.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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