Victoria

Jefa

 

 

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¡No sabes la que te espera! –parecía decir su mirada… pero no como mensaje de un momento concreto, sino más bien aforismo genérico, universalmente válido. La de Victoria Jefa resultaba ser, por constante, esa mirada inofensiva a la que no se le presta atención. Sin embargo estaba cargada de sabiduría: no sólo porque procedía de la experiencia, también por tener un matiz de complicidad que parecía añadir: “No te preocupes, yo tampoco sabía lo que me esperaba a mí y aquí sigo: he sobrevivido”. Sobre el primer aspecto (la sabiduría), evidentemente su edad avalaba cuanto dijera… rayaba ya los 50, así que de la vida sabía un rato. Y sobre el segundo (la complicidad), no dejaba de ser un guiño, una concesión que ofreciese su posición de forma noble, sin hacer valer su condición de jefa para colocarse en el lugar que le otorgaba la jerarquía laboral, de jefa.

Para mí Victoria Jefa fue la primera jefa que tuve en la aventura de funcionario, recién empezada: mi primer destino laboral. Ya se sabe que en la Administración Pública la pirámide es inmensa; Victoria Jefa era el primer eslabón que me ataba a la cadena cuya meta resultaba ser el Presidente del Gobierno. Victoria Jefa tenía tan buen humor como paciencia, al menos conmigo… su comprensión encontraba en mí el correlato de la colaboración, así que todo ello hacía mucho más llevadera mi tarea cotidiana e infumable de Auxiliar Administrativo: la que me había tocado en suerte.

Mis 26 años a la sazón despertaban ternura y comprensión en el negociado de Nóminas, en el que yo cumplía una condena incierta e indeterminada que algunas gentes de mi entorno interpretaban como  premio a mis capacidades intelectuales, pero que para mí resultaba una suerte equívoca: la maldición provisional de la que yo pretendía zafarme sin saber bien cómo lograrlo, guiado por la intuición que hace sobrevivir al náufrago.

En aquella sala, donde íbamos desarrollando cotidianamente nuestro trabajo, había muchas risas… gobernadas por la intención compartida de hacer de la mazmorra algo agradable; éramos cinco, es decir: cuatro a las órdenes de Victoria Jefa. A pesar de lo dispar de las personalidades que allí convivían, conseguíamos un territorio común donde reinaba el buen rollo gracias a la tolerancia jerárquica con la que Victoria Jefa gobernaba el timón de la nave. Resultaba secundario aquel matiz de sorna y retintín con el que estaba cargada su risa, porque en el fondo a uno le quedaba la sensación de que Victoria Jefa tenía razón… estando de vuelta de todo, no había sucumbido a la amargura: esto resultaba una indiscutible victoria de Victoria Jefa con respecto a su propia vida.

Pasaban a un plano secundario todos los cotilleos que hablaban de su soltería como consecuencia del carácter: de hecho, jamás pude constatar que la soledad sentimental que se le atribuía fuera consecuencia inequívoca de su manera de ser.

La de Victoria Jefa era una personalidad repleta de sabiduría, aunque no fueran comprensibles para el común de los mortales ni la una… ni la otra; a Victoria Jefa yo la veía inmaterialmente, como ente asexuado y sin los comunes lastres humanos. Alguien de quien aprender infinitas lecciones sin letras ni palabras… una especie de guía turístico para mi excursión recién iniciada y que duraría aún unos cuantos años: a través de los paisajes del mundo funcionarial. De forma intuitiva siempre he conservado entre mis conocimientos aquella sinceridad y experiencia plasmadas en su mirada y su sonrisa… y estoy seguro de que haberla conocido me ha servido en más de una ocasión, como lección para enfrentar situaciones nuevas y/o adversas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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