Yoni

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696 MP

 

Yoni no tenía un pelo de tonto. Tenía el pelo (y la pinta) de punki irredento. Le gustaba escandalizar socialmente, llamar la atención sobre una sociedad mal construida que le provocaba un rechazo dirigido hacia la forma estética de presentar su cuerpo en la realidad. Estudiaba la carrera de Química, lo que dice claramente que su coeficiente intelectual estaba circulando por unos derroteros ajenos al común de los mortales.

Yoni y yo nos encontrábamos con frecuencia en el Anillos. Allí mantuvimos interesantes tertulias[1], así como noches de profundización filosófica sobre el Tetris. Éstas incluían reflexiones lingüísticas sobre el término “enhebrar”, que tan poco le gustaba a Yoni.

Si hay un episodio que resuma la personalidad y el espíritu de Yoni, sin duda es una mañana en la calle, por el centro antiguo de Samarcanda: poco después de haber amanecido. Él iba con su disfraz de cresta y cuero negro, como era habitual. De frente dos monjas. Al llegar a su altura, Yoni les dice: “Buenos días, hermanas…” con una voz tan dulce y amable como envenenada. Ellas, detenidas ante él, responden temblorosas, indefensas… “Bue… Buenos días…” Antes de que puedan reaccionar, Yoni ya se ha bajado los pantalones ante ellas… y dice bien alto y claro: “Buenos días ¡para cagarse en Dios!” mientras va soltando un antológico muestrario de heces fecales ante la mirada escandalizada y aterrada de aquellas dos criaturas que se van, esquivando la plasta. De fondo, la risa de Yoni.

Así lo contó Eugenio LEJÍA… espectador privilegiado o cómplice de la invención inmortal, en todo caso.

 


[1] Mi juventud como enciclopedia de una época, antología de la tontería.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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