SAMARCANDA

SA - 1.2.2.

Estudios

maracandeses

Instituto  Tele Visión

1979

085

 

 

Salir de una burbuja es literalmente esto: romperla en el instante de traspasar su frágil barrera irisada, quedando así al descubierto. Entre desprotegido y libre, o más bien ambas cosas al mismo tiempo.

Entrar en el Instituto Tele Visión para mí fue eso: la vida real, lejos ya de los mondas[1]… superados como quien salta una valla y continúa corriendo. En este caso durante un leve trecho: la etapa intermedia hasta empezar de verdad la carrera (universitaria). En esa época el plan de estudios era así. La secundaria y el bachillerato antes de entrar en la Universidad.

Pero el Instituto Tele Visión era algo más que esos cuatro años descubriendo asignaturas nuevas, diferentes aunque tuviesen el mismo nombre que antes… era un universo alternativo, pero no ya a la enseñanza y la educación tal como hasta entonces las había conocido: también a la vida entera, porque en el Instituto Tele Visión el día no se acababa al finalizar las clases y todos recogidos en el domicilio particular[2].

En el Instituto Tele Visión había otras cosas: por ejemplo, las amistades (hasta entonces sólo espejismos), los estudios compartidos, el ocio lleno de compañeros… y compañeras. Realmente pasar a formar parte del Instituto Tele Visión significaba empezar a descubrir que la vida no eran compartimentos estancos, sino la interrelación que hace de todas las facetas de la existencia una especie de vasos comunicantes.

Las aficiones se intercomunicaban, inspiraban los ratos de bajón en lo académico, eran un puente hacia otras realidades adolescentes con las que uno compartía aula… En fin, empezaba a masticarse la esencia real de la vida tal como la conocimos después, como la conocemos ahora.

En este sentido, era casi como un bautismo social. Ya lo decía la camello (profesora de latín): no éramos alumnos, nos comportábamos más bien como pertenecientes al “club social Tele Visión”. Las asignaturas servían para ir tomando contacto con el mundo real dividido en facetas que lo hacían estudiable. Preparatorias para nuestro futuro laboral, claro… pero esto último nos quedaba tan lejano, nos sonaba tan distante como una amenaza abstracta. Al menos a quienes no pensaban que trabajar fuera una amenaza inmediata, sino un plan de futuro a largo plazo: éste era mi caso. Y eso que yo empecé a coquetear con el mundillo laboral hasta en cuatro ocasiones…

Ir sorteando los obstáculos (llamados evaluaciones) con la sencilla táctica de darle a cada uno de los profesores lo que iba pidiendo: éste era el objetivo más inmediato, cumplir para esquivar los suspensos, que eran como el bombardeo que periódicamente iba dejando bajas a mi alrededor.

Así, jugando un poco a la ley del mínimo esfuerzo y otro poco a descubrir qué era lo que me gustaba de todo aquel catálogo académico… iba creciendo por fuera y por dentro. Asimilando experiencias, interiorizando aprendizajes para los que no tenía una guía concreta, porque aquel recorrido turístico[3] me resultaba un descubrimiento novedoso. Como quien a machetazos va abriéndose un sendero por la selva.

Nunca pretendí despertar en nada, en ningún saber concreto: a pesar de que paulatinamente se fuera perfilando mi inclinación por la literatura, lo consideraba una afición que descubría gracias a las clases, pero que en realidad nada tenía que ver con ellas.

Los libros estaban fuera de todo aquello: sin duda el Instituto Tele Visión los provocaba, pero enseguida se convertían en algo con vida independiente, que escapaba al control y el alcance del Centro.

Entre mi llegada a y mi salida camino a la Universidad, el mundo sufrió una transformación radical: no sólo mi mundo interior[4], sino también el exterior. Tanto en lo que se refiere a organización social y sus fuerzas vivas[5] como mi presentación ante el mundo… si se quiere, el puente que comunicaba mi yo con el exterior.

Las asignaturas eran una especie de menú con el que cotidianamente, de forma dosificada, me iba comiendo el mundo: sólo que no era consciente de que aquello fuera una alimentación progresiva e imparable.

A mí me parecía más bien un juego (el de la vida) en el que se iban presentando elementos que tenía que ir sorteando con mayor o menor fortuna… Podría decirse que un vídeo-juego[6] en el que ir superando niveles, pasando pantallas hasta llegar a la siguiente: un poco más complicada, colorida y con otra forma… una manera diferente de ir descubriéndome a mí mismo en horizontes hasta ese instante desconocidos… una aventura.

Como respondiendo a los estímulos de un reto, aceptaba el desafío: fuera éste de matemáticas, diseño o geología… de arte o química, latín o geografía. La cuestión, el reto, era encontrar la forma de pelear con cada uno de los profes en el terreno correspondiente cambiando las armas, haciendo uso de unas u otras tácticas. Diferentes técnicas casi bélicas para conseguir[7] salir airoso con una victoria pírrica, pero que permitiera seguir adelante en esa guerra por haber vencido en la batalla.

El listado, tanto de profesores como de alumnos, podría ser interminable… así como de las anécdotas irrelevantes, aunque significativas: girando alrededor de lo que en realidad era un simple expediente académico (el mío) que iba creciendo, personalizando inequívocamente mi historia(l). Por otra parte, éste no era nada del otro mundo, nada extremo por ninguno de los lados relevantes: ni el positivo ni el negativo.

Digamos sin pudor ni sonrojo, por tanto… que se trataba de un expediente mediocre, del montón. Algo que por otra parte enlazaba con mi ancestral pretensión o costumbre de pasar desapercibido en aquel mundillo de por sí mediocre. Nunca he tenido interés en destacar y por lo mismo mis esfuerzos en este sentido no han existido… más allá de la supervivencia.

¿Podría haberlo hecho mejor con más esfuerzo? Sin duda, pero la motivación era inexistente: para mí los estudios eran sólo una parte más de la vida… y como tales debían ir adquiriendo su lugar natural en mi existencia. Nada que yo planificase, sino el desarrollo que iba correspondiendo según todos los factores que concurrían.

Así he llegado al día de hoy… con mayor o menor éxito, pero habiendo vivido[8] ¿acaso todo el mundo puede decir lo mismo? Si es así, enhorabuena.

Durante mis cuatro años en el instituto tuve como compañero a Paco HIGO: compañeros de pupitre y complementarios en la forma de abordar el día a día de una vida semejante. Con un buen humor no exento de ironía, poniendo a prueba nuestra capacidad de improvisación con ocurrencias a partir de cualquier excusa… y también llevando al límite en muchas ocasiones la paciencia de unos docentes que por otra parte tenían muchos elementos realmente problemáticos en el aula como para darnos importancia a nosotros dos… por lo que en la mayor parte de los casos no pasaban de ser meras sandeces, anécdotas. Paco HIGO y yo nos retroalimentábamos en aquella atmósfera amarillenta[9] con procesos hormonales y desarrollos mentales inciertos.

Sin entrar en detalles y evitando los apellidos y nombres más o menos conocidos, puedo hablar de Pepe el vago, la camello, la Maruja, Súper-latino, la cuca, la pelos, el engañabaldosas, la rana, el cabrero… una lista quizás interminable: cada uno de ellos, con su idiosincrasia arquetípica, más o menos taxonomizable para cualquier entendimiento.

¿Quién no ha encontrado alguna vez semejantes especímenes en su vida académica, educativa? Pero fuera de algunos episodios aleccionadores que pueden ponernos en antecedentes de lo que aquí interesa[10], el conjunto del Instituto Tele Visión era un crisol semejante a cualquier otro de su entorno. Reflejaba el sentir y la mentalidad de una época, la de los ’80, con una sociedad en ebullición, tan participativa como llena de carencias… pero también repleta de positividades hoy ya perdidas sin remedio.

Mientras fui alumno del Instituto Tele Visión: hubo huelgas y movilizaciones que a mí me quedaban algo grandes, lejanas. Me faltaba información y no estaba implicado en los motivos… entre otras cosas, por motivo de mi edad[11], pero también por falta de interés. Una despreocupación más individual que colectiva.

En aquellos asuntos a los que yo me acercaba de puntillas y con la inocencia e ignorancia propias del neófito que era… estaba implicado el sobrino del entonces alcalde de Samarcanda. Un chaval al que yo conocía vaga y lejanamente por haber sido vecinos muchos años atrás. Recuerdo su desencanto tras unas jornadas de lucha en las que no se consiguió nada… dando a entender que había muchas fuerzas que nos superaban.

Fueron, en todo caso, mis primeros contactos con ese tipo de asuntos: más tarde, en la UdeS, volvería a las andadas…

Pero principalmente lo que se ventilaba para mí en el Instituto Tele Visión era el crecimiento en sus más variadas facetas. Entre otras, tomar conciencia del mundo real y su funcionamiento.

Esto incluía los peligros de la vida en la calle: salir del Instituto Tele Visión durante la hora del recreo para dar una vuelta por el barrio era toda una aventura, plagada de peligros. El motivo era bien sencillo: la población del mismo incluía gente de nuestra edad, pero ducha en las lides del trato humano desde perspectivas menos civilizadas. Macarrillas de 15 años que se las gastaban en plan matón y atracador, provocando situaciones poco deseables.

Otra forma de crecimiento era la de las relaciones con las chicas: cómo acercarse a ese mundo hasta entonces para mí vetado. Puede decirse que en este punto mi crecimiento no fue excesivamente llamativo. Sí que tonteábamos en clase y por los pasillos, pero sin llegar a nada que pudiera extrapolarse hasta un fin de semana… entre otras cosas, porque para mí las salidas de ocio se reducían a quedar con Paco HIGO y Javier Cecilio ASAZ para tomar alguna caña cuyo mayor aliciente era la tapa que la acompañaba… O quedar en casa de alguno de los tres para jugar a cualquier entretenimiento doméstico (juegos de mesa sin mayor trascendencia).

También en ocasiones Paco HIGO y yo íbamos al fútbol… incluso llegué a ser socio en aquella época. Lo de las chicas[12] no pasó de ser un acercamiento muy lejano, valga el oxímoron.

Los fines de semana eran[13] una tortura añadida: la de saber que mucha gente de mi edad estaba embarcada en aventuras que a mí me sonaban a película, a realidad intangible.

Pero no sabía o no quería llegar a saber cuál era el verdadero funcionamiento de todo aquello… prefería replegarme a lo doméstico, controlado y previsible (sin peligros conocidos). Fútbol (radio y TV), películas en blanco y negro, estudiar y algunas veces leer libros que no fuesen obligatorios: a eso se reducía mi vida en casa, salpicada por poluciones y/o vicios solitarios entre revistas clandestinas. Me invadía esa tristeza social de los domingos por la tarde, de final de vacaciones…

Gracias a eso, supongo, mi paso por el instituto resultó rápido… casi fugaz: porque dedicaba el esfuerzo necesario para coronar con éxito aquella etapa educativa.

Sin duda, Cecilia ÉSA fue el ejemplar más cercano de amor que tuve durante mi paso por el Instituto Tele Visión… junto con un par de anónimos que envié con fecha del 14 de febrero: habían ido precalentando el ambiente de unos años decididamente fríos para aquel corazón ávido y aterido.

Luego estaba el verano, que era otro mundo… más bien otro planeta: desconexión total de Samarcanda y sus esquemas. Tiempo de descompresión para volver, renovadas las fuerzas en otoño, al Instituto Tele Visión. Una especie de montaña que atacar nuevamente cada año con aquella enorme roca llamada existencia a la espalda.

Como en el mito de Sísifo, parecía una tortura que jamás acabaría… aunque en realidad sólo fuesen cuatro años, mi percepción del Instituto Tele Visión fue haber padecido durante una eternidad el aprendizaje de cosas siempre nuevas[14]. Algo que podría servirme para el futuro si hacíamos caso del mensaje repetido una y otra vez por todos los ámbitos posibles: que era por mi bien.

Aparte de los tópicos miles de veces repetidos hasta la saciedad y el vaciado de contenido: sobre los guaperas, los listillos, los progres, los empollones, las fáciles, las interesantes… de mi paso por el Instituto Tele Visión me quedan algunos recuerdos con matices inclasificables. Haber plantado un árbol, pillerías para evitar pagar el autobús, pedirles a los profes que me bajaran en coche desde el aparcamiento del insti, hacer novillos en mayo, libros repletos de anotaciones desesperadas[15], reglas mnemotécnicas para memorizar[16]… casi infinitos, porque en cuanto empiezo a rascar un poco, salen a relucir –privados de la costra del tiempo– datos latentes que hoy parecen ya inverosímiles como fósiles. Aunque más bien sean yacimientos inmensos, bolsas caprichosamente conservadas bajo la corteza de semejante planeta. En realidad, una fuente de energía como el petróleo (aunque infinitamente más limpia), pero en este caso necesitada de una luz que la haga combustible: la del recuerdo, como un sol.

De ahí surgen pequeños detalles imprescindibles que colorean, cromatizan el mosaico que a día de hoy sólo puede interpretarse como el puente adecuado para poder salvar el foso que separaba mi adolescencia de la primera juventud… entendiendo ésta ampliamente, como el ritual de paso[17] que supuso posteriormente mi llegada a la UdeS.

Es muy probable que si los acontecimientos se hubiesen desarrollado de otra forma, la desembocadura de mi río vital no hubiese llegado al océano que lo hizo[18]… pero eso forma parte de la historia-ficción que no es objeto de esta obra. Lo cierto es que el Instituto Tele Visión –con todas sus glorias y miserias– fue el territorio que un día contempló impasible mis evoluciones sobre el terreno existencial. Allí, por ejemplo, estaban mi cuerpo y mi destino durante la confusa mañana de un intento de golpe de estado: entre aparatos de radio temerosos del futuro, descreyendo el sueño de una libertad que amenazaba con escaparse a lomos de tiranías militares… ¡Qué lejos de la realidad actual, que la ha visto escapar sobre poderes económicos!… cabalgando sobre un caracol tan resuelto como imparable y pausado, blindado con su caparazón socialdemócrata…

Finalmente llegó la explosión cuya onda expansiva me llevó hasta la Facultad de Derecho, en la que empezaba otra etapa para mí… Quizá no tanto: puede que sólo se tratase de una prórroga en el letargo[19]… Pero me acercó de forma determinante a un mundo seductor al que me rendí sin condiciones: era un lugar no-físico en el que el intelecto podía expandirse infinitamente. Lejos ya de los elementos que le estorbaban, de gentes que nada tenían que ver con él.

Allí, en la UdeS, todo era radicalmente distinto: aunque en mi primera etapa universitaria los temas no fueran el tuétano de la vida, al menos estaban insertados en la realidad real. Nada propedéutico: aquello ya era la vida en serio. La mejor despedida que pudo darme el Instituto Tele Visión fue esa… haber sido el trampolín desde el que lanzarme al océano de la vida: de cabeza.



[1] Así se les denominaba en la jerga para referirse a los Franciscanos, una palabra entre despectiva y de íntima confianza.

[2] Como ocurría antes en los Franciscanos.

[3] Por mucho que me lo hubiesen explicado de mil maneras previamente.

[4] Como era de prever por circunstancias físico-químicas puramente cronológicas.

[5] Del ’79 al ’83, lo que ocurrió en el país fue una revolución con todas las letras… y su influjo sobre mentes tiernas como la mía, inimaginable.

[6] Sólo que aún no existían. Por eso la sensación sería anterior al concepto.

[7] En el momento clave, el de las notas.

[8] Además de estudiado, trabajado, pensado, bebido, follado, comido, leído, jugado, dormido, escrito…

[9] Que iba tiñendo las mañanas del aula.

[10] La condición humana en sus variedades extremas y ejemplificadoras, propedéuticas por tanto para el futuro que nos aguarda –siempre incierto– escondido tras cualquier esquina de la experiencia.

[11] Inmadurez, más que juventud: los 16 ya iba siendo época de poner a funcionar el cerebro.

[12] Por desgracia vital y por fortuna académica.

[13] Por todo lo dicho, sumado a la obligación de estudiar.

[14] Aunque no siempre feas.

[15] Mensajes de náufrago: sobre Rainbow de la cantante Charlene, en el libro de Filosofía, por ejemplo.

[16] Dórico, jónico y corintio. Prometanatelo. Basa, fuste y capitel.

[17] En términos antropológicos.

[18] Quizás, incluso, como el río Okavango, hubiera acabado desembocando en el desierto.

[19] De hecho, se encontraba junto al lugar donde un año antes había estado reforzando mis conocimientos con las clases particulares de latín que impartía allí cerca don Juan, un religioso.

 

 

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