SAMARCANDA
SA - 3.05. Curros maracandeses Freelance Profesor particular 1982 089 

 

1. AUTISTA (’82): mi primera experiencia docente fue en el barrio, a través de algún anuncio puesto en las tiendas de confianza: probablemente la panadería. Captó la atención de una familia que necesitaba reforzar la formación de un chavalito que hacía aguas por todas partes.

Me resultaba ciertamente difícil hacerle trabajar… llegué a la conclusión de que tenía algún tipo de disfunción grave[1].

Así se lo transmití a sus padres, imagino que le llevarían a algún especialista… Mi falta de experiencia y mis escasos conocimientos no daban para más. Así se lo dije, igual que lo decía caramente el cartel con el que me anunciaba: “Se dan clases particulares de Primaria”, nada de problemas mayores.

2. HIJO DE Jesús Qŭnghirot (’88): como quedé escarmentado de la frustrante y negativa experiencia anterior, tardé unos años en volver a las andadas de la docencia como fuente de ingresos… Pero el asunto era bien distinto, porque ahora se trataba del hijo de Jesús Qŭnghirot: un señor que había estado como pupilo en casa de mis padres, pero que ahora ya vivía en Samarcanda. Se había traído a la familia, aposentándose en un chalet de no recuerdo qué urbanización de las afueras.

Aquello en teoría iba a ser relativamente sencillo: el chaval estaba estudiando Primaria y yo ya estaba en Tercero de Filosofía, así que en principio la tarea no iba a presentar ninguna dificultad. Sólo topé con la personalidad de un niño malcriado que se creía el centro del mundo.

El día que estábamos estudiando las preposiciones, cuando le pedí ejemplos con “ante”, se hizo un retrato de cuerpo entero diciendo: “Ante ustedes: el mejor”.

Ciertamente, un complejo de superioridad que resultaba llamativo en un mocoso que no tendría más de 12 años.

Bueno, las condiciones en las que yo ejercía mi labor tampoco eran las más adecuadas para un docente. Era el verano del ’88 y yo estaba viviendo de okupa consentido en casa de Alejandro Marcelino BOFE, con la vida estrambótica y extraordinaria que allí llevábamos…

Así que en el momento matutino en el que llegaba hasta su casa trufada de césped para ejercer como profesor: aunque fuera con la fresca, no me encontraba en el más óptimo de los momentos para dar rienda suelta al fluir en la labor docencte.

3. Chica Cojonciano (’88): supongo que a partir de aquello salí despedido, como centrifugado del mundillo de la Primaria y sus miserias de andar por casa… Gracias a las tablas que había adquirido con JR durante los años en los que estuve peleándome con la Lógica en la Facultad de Filosofía durante Primero y Segundo de carrera, adquirí algo de soltura y capacidad de transmitir conocimientos. Hasta el punto de atreverme a dar el salto cualitativo y ponerme a impartir clases de lógica de nivel universitario.

De mi primera víctima no recuerdo el nombre, creo que cayó en mis redes a través de Jesús Rocker: era una chica que estudiaba Psicología en la Universidad Fanática. Se le había cruzado la Lógica y poco a poco conseguimos que el resultado fuera finalmente satisfactorio: yo con mi paciencia y ella con su esfuerzo y dedicación.

Venía con regularidad hasta Francisco de Rojas y su apariencia despampanante llamaba la atención. A la sazón Ambrosio LOMO era inquilino a pensión completa en casa de mis padres: la apodaba “chica cojonciano” por parecerse a las chavalas que dibujaba el comiquero que hacía las Historias del Profesor Cojonciano.

A mí me habría gustado enrollarme con ella por el atractivo erótico que tenía, cuyo magnetismo me podía… pero vivíamos en realidades tan diferentes que el nuestro sólo era un contacto tangencial y académico. Jamás pasó de ser imaginación calenturienta que me servía como entretenimiento de pervertido. Mientras… charlábamos de axiomas, teoremas, razonamientos y demostraciones.

4. VIEJA DEL NOCTURNO (’88): imagino que a consecuencia del éxito académico de la Chica Cojonciano, me surgió otra alumna: ésta estudiaba Secundaria para adultos y resultaba totalmente distinta a la primera. Se notaba al primer golpe de vista, simplemente por la cantidad de arrugas: a mí me parecía una abuela, aunque no debía de superar los cuarenta y pico…

Pero esto era lo de menos: lo que realmente resultaba relevante era su actitud. Durante las clases, parecía más empeñada en dejar patente su superioridad que en aprender.

Resultaba digna de compasión intentando hacerse valer ante sí misma, como si quisiera demostrar que sabía más que yo… como si aquello fuera una competición. No recuerdo si llegó a tener éxito y aprobar, pero si no fue así… en todo caso se debió a la falta de permeabilidad ante los conocimientos que yo pretendía transmitirle… Sistemáticamente se negaba a aprender, por no sé qué complejo de inferioridad. Como en el famoso chiste del Ejército, cuando el recluta acaba concluyendo: “Que se joda el coronel, que hoy no ceno”.

5. Javier Pelotas (’89): el asunto de las clases particulares a Javier Pelotas ya fue muy distinto. Éramos compañeros de promoción y tenía dificultades con la Lógica. Se le había atravesado en el currículum seguramente debido a ese prejuicio que todos los de letras tenían hacia ella por la faceta matemática que comportaba.

Bueno, en este sentido yo había tenido la inmensa fortuna de contar con la inestimable ayuda de JR: el desertor de Exactas cuyas históricas sesiones de Lógica en grupo llegaron a hacer de la disciplina algo incluso divertido.

Con esos ánimos me dispuse a intentar sacar del pozo a Javier Pelotas. –Algo que me costó muchas horas: más que nada por el carácter rebelde consigo mismo que gobernaba la mente desequilibrada de aquel individuo. Pero finalmente nos salimos con la nuestra y hubo fumata blanca.

En la misma medida que fue capaz de dejar de lado la tontería que le llenaba la cabeza a tiempo parcial, logró el éxito académico en aquella asignatura. Además de compartir pupitre conmigo en Filosofía, Javier Pelotas estudiaba Filología Bíblica Trilingüe en la Universidad Fanática… esto último sin duda era razón más que suficiente para acabar con la salud mental de cualquiera que la tuviese… y no era su caso.

6. LuisMi (’89): con más intención de ayudarle que de sacarle la pasta, me acerqué a LuisMi para el asunto de la Lógica. En realidad fue al revés, él me buscó… Compartíamos clase por no sé qué extrañas coincidencias del currículum que él se estaba construyendo como bien podía. Trabajaba y era padre de familia, lo que sin duda le resultaba toda una dificultad a la hora de salir adelante académicamente.

A mí me parecía digno de compasión, no envidiaba en absoluto su posición en la vida: pero LuisMi se esforzaba, ponía empeño en la Lógica y además era un tío entrañable con el que a veces me tomaba cervezas en el Fin de siglo, para quitarle hierro al asunto docente.

No me importaba esforzarme para conseguir hacerle comprender algunas cosas, porque LuisMi era tan buena persona como corto de entendederas. El típico rockero militante al que las cosas de pensar le dan un poco de yuyu, aunque le gustara la Filosofía.

Finalmente lo conseguimos y salió victorioso del asunto: aprovechó la ocasión para quedarse con mi manual de Historia de la Filosofía… pero bueno, al fin y al cabo ¿qué más me daba, si estaba escrito por un religioso y publicado en la Biblioteca de Autores Cristianos?

7. Eugenio LEJÍA (’89): la suya fue sin duda mi experiencia más frustrante como profesor particular. Eugenio LEJÍA tenía el prejuicio típico de los estudiantes de Filosofía contra el mundo lógico-matemático… incluso más de lo habitual, porque sólo le interesaba la Antropología.

Sin embargo, con paciencia de colegas y sin cobrarle ni un duro, estuvimos dedicándole buenas sesiones al asunto… con la suficiente antelación y necesaria dedicación para garantizar el éxito de la operación.

Pero al llegar el día clave, cuando tenía que poner por escrito todo aquello que potencialmente había ido recopilando… le pudo más la tontería adolescente: aquélla que su cuerpo tenía como algo permanente. Le pudo más la pose de punki barato que se cagaba en todo… y el muy capullo se fue de copas la noche anterior.

Apareció en mi casa medio pedo a la hora de ir al examen, incapaz de sobreponerse a su propia tontería. A día de hoy aún sigue arrastrando las nefastas consecuencias de su actitud: creo recordar que por culpa de la Lógica fue incapaz de terminar la carrera, desembocando ¡cómo no! en el mundo de la hostelería. Previamente la conocía a la perfección desde el otro lado de la barra en sus más variadas actividades. Más tarde la ha desarrollado en múltiples vertientes: desde pinche de cocina en un hospital hasta camarero de chiringuito en temporada playera.

Sin duda le habrá servido como amargo aprendizaje de la vida, una lección lógica tan sencilla como aplastante y consuetudinaria: si naciste pa’ martillo, no seas tu propio clavo.

Después de aquel fracaso como docente particular jamás volví a intentar nada que se le pareciera… Lo más deprimente del asunto es que si le hubiera cobrado por las clases, seguramente su vida habría sido muy diferente en el sentido positivo de la palabra. Con toda certeza habría salido airoso de aquella encrucijada: se habría presentado y aprobado.

Por tanto, me recrimino haber puesto la amistad por encima de la responsabilidad, ser en parte culpable de una vida fracasada. La de Eugenio LEJÍA: a saber en qué rincón malgasta sus noches entre alienaciones múltiples, tras haber perdido su tren… para intentar olvidar aquel luctuoso episodio, aquella equivocación.



[1] Algún tipo de autismo, desde mi parco e inexperto entender.

 

 

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