KAGAN

KA - 3.2.

Curros

saharauis

Círculo de Maestros  (C.D.M.)

1992

115

 

 

Mi regreso a Kagan, como el de un hijo pródigo que volviera a las ubicuas garras de su madre, resultó ser una preparación: el regreso del hijo propedéutico.

Laboralmente fui uno de los pocos elegidos, designados para relevar a la generación de profesores de instituto, con lo que todo eso significa y dignifica: sólo que de una forma heterodoxa. No siendo profesor en Kagan, ni siendo nuevo.

Habité el mismo Ministerio de Educación y Ciencia que ellos, pero como observador participante. De hecho, recorrí multitud de puestos[1] y en todos aprendí algo: a poner distancia, intentando no dejarme llevar por el torbellino que succiona a las personas. Ése que sólo deja cáscaras vacías. Todo esto, a lo largo y ancho de la geografía uzbeka.

En Kagan disfruté y/o sufrí una época en la que quedé saturado de conocer a gente normal. La plantilla del Círculo de Maestros y todos los satélites que giraban alrededor eran eso, representaban la llamada de la tierra con sus artimañas, que sólo pretende nuestra perdición.

Tenía que empezar a ser el funcionario que me había sido adjudicado como papel laboral, para integrarme en el maldito sistema fagocitador de siempre. Se me estaba bien, sin duda, por coquetear con el mundo real. Por querer estar más allá del bien, impermeable a todos los males.

Las fuerzas de la realidad iban dirigidas a eso: aparentemente había llegado mi hora, aunque yo me resistiera. Quizá fuese cuestión de tiempo. Comidas de trabajo, espejismos literarios, juergas sin medida ni objetivo… Lo más parecido a una vida caótica sin duda es la entrada en ella de algún tipo de quietud. En fin, una vida “normal” con lo que esto supone de anormalidad.

Haber llegado al Círculo de Maestrosde Kaganfue el resultado de una carambola administrativa. Al menos prefiero pensar eso y abandonar la teoría de la conspiración[2], porque muchas veces las casualidades adquieren la apariencia de planificación tan sospechosa como imposible de ser llevada a cabo. Si hubiera querido aquello, seguramente jamás lo habría conseguido. Sin embargo así era, así había resultado: me encontraba trabajando a cien metros de la casa en la que había nacido, con un destino definitivo[3] que prometía/amenazaba con serlo de verdad.

Aparte de la carga mental que pueda suponer todo esto para quien como yo se prometía una vida nueva en cualquier rincón de la región (ámbito de alcance de las oposiciones que aprobé en el ’91). Tras un primer choque mental de la situación, mi incorporación se había visto amortiguada por una primera parte de “descompresión” que supuso el año que estuve en el Ministerio de Educación y Ciencia de Samarcanda. Pero pasada esa etapa intermedia, allí estaba: antes de que pudiera darme cuenta, madrugando como las personas normales y bajando cada mañana al trabajo “cuando aún no habían puesto las calles”[4].

Cuando llegaba al Círculo de Maestros, eso sí: ya estaba abierto, por muy pronto que fuera. De eso se encargaba el señor Juan, nuestro conserje favorito (por otra parte, el único que había). Entrañable y cargado del buen humor –aderezado con una fina ironía– que llevaba la firma de las tierras saharauis… sinceramente, daba gusto trabajar con él. Una de esas personas siempre dispuestas para ayudar, sin entrar a valorar contenidos de convenios. Para el señor Juan se trataba de sacar adelante el trabajo de cada día y ponía de su parte cuanto fuera necesario. A pesar de que su formación no le permitía grandes hazañas, siempre se prestaba a hacer todo lo que estuviera en su mano: fotocopias, recados de todo tipo[5], bricolaje, apaños múltiples… Cualquier cosa que se necesitara contaba con la inmediata colaboración del señor Juan.

Podía decirse sin sonrojo, casi con orgullo: el señor Juan era un puntal que respaldaba el funcionamiento del Círculo de Maestros en lo que a infraestructura e intendencia se refería. Además de su buen humor natural, tenía una predisposición positiva hacia las tareas que le convertía en una figura casi imprescindible: dicha predisposición provenía sin duda de su pasado laboral.

Esto da una primera idea aproximada de cómo funcionaba el Círculo de Maestros en lo que a infraestructura y mantenimiento se refiere, por lo tanto no es de extrañar que de aquí se derive un trato cotidiano afable y grato. Generalmente de cómo funciona la conserjería de un organismo oficial pueden sacarse grandes conclusiones en lo referente a la vida cotidiana que lo gobierna.

Y el conjunto del Círculo de Maestros era algo así como una pequeña familia laboral, compuesta por: el Director, un grupo de profesores y maestros dedicados a la formación de sus colegas de profesión que ejercían como tales en los centros docentes de la comarca y un par de elementos que se dedicaban a todo el papeleo que puede generar semejante centro de actividad cotidiana: Indira Ghijduwon y yo. En total, once personas. Dicho estrictamente, un equipo completo.

Sobre el trabajo que desarrollábamos allí cada día habría muchas cosas que decir, pero la mayoría significarían transcribir el aburrimiento soberano propio de cualquier mecanismo semejante.

Por fortuna, laboralmente hablando, hay pocos espíritus más positivos que el que pueda tener un profesor o un maestro sin carga docente. Quienes allí estaban se encontraban en esta situación, la de no tener que aguantar alumnos cada día[6]. Por eso en el Círculo de Maestros el ambiente era de camaradería constante: de buen rollo, comprensión y colaboración en todo momento.

Ni qué decir tiene que semejante entorno era un hábitat propicio para mi personalidad en esencia desterrada… aunque fuera en mi pueblo, porque mi exilio fuese de otro pelaje. Para mí era un trabajo que se hacía muy llevadero: Pedro GRACIAS, el Director, a pesar de ser un fanático integrista religioso[7] resultaba una persona comprensiva y de trato agradable. Era por lo general quien me marcaba el ritmo de trabajo y más parecía un compañero que un jefe… lo que es tanto como decir que estaba en su sitio, cosa que tantas veces se echa de menos[8].

Allí los días eran fáciles… transcurrían sin mayor dificultad. Lo que puede denominarse un trabajo de buena vida y mala muerte. Por lo general, la mayoría de la plantilla se encontraba fuera: circulaban por los diferentes centros docentes del ámbito de influencia del Círculo de Maestros ofreciendo apoyo y materiales a quienes lo solicitaban y/o necesitaban. Esto hacía que en el Círculo de Maestros normalmente estuviéramos de manera permanente sólo Indira Ghijduwon, el señor Juan y yo[9], mientras los demás iban y venían, salían o entraban con mayor o menor frecuencia. Como excepciones estaban: Anselmo ROMERO, que se ocupaba de todo lo informático (en aquella época, mucho y farragoso) y tenía su torre de marfil. También América SÍ, dedicada a la biblioteca, filmoteca y organización de materiales para que dispusieran de ellos todos los maestros y profesores de la comarca como apoyo para su labor docente.

Mi horario era de 8 a 3, con la pausa típica de media mañana en la que salíamos a estirar las piernas y tomar un piscolabis en algún bar cercano: el de los chipirones en salsa verde casi siempre[10]. Aunque también íbamos a otro que le gustaba al señor Juan, en el que solía pedir la consumición diciendo: “y pon aquí gambas como pa’ una boda”.

Aprovechábamos el rato para distender las relaciones laborales… aunque de por sí no eran muy tensas, como ya he dicho. Mi trabajo se desarrollaba casi siempre en la Secretaría, con Indira Ghijduwon en la mesa de enfrente: una chica simple, aunque competente. Desarrollaba su trabajo de forma impecable, aunque no daba para mucho más… Digamos que estaba en su sitio natural, al revés que yo: a mí todo aquello se me quedaba corto, me resultaba tan fácil como aburrido (mecánico, por más señas).

Por eso lo iba combinando con otra actividad que me tenía más absorto: mi tesina, que tenía ya finalizada pero aún no presentada. Puede decirse que quedaban los flecos materiales (como imprimirla, encuadernarla…) y preparar una lectura que ya era inminente. Con todo esto, tenía suficiente trabajo añadido como para no aburrirme: organizaba los infinitos materiales que tenía, corregía, imprimía… Un sinfín de actividades científico-creativas que iba combinando con las auditivas. Me propuse hacer una lectura consistente en definir al tango desde el interior de sí mismo, enganchando fragmentos de unos tangos con otros[11].

Por supuesto, trabajaba. El trabajo era lo primero, pero en cuanto tenía tiempo: al tango. Era una especie de becario autonombrado con el beneplácito de Pedro GRACIAS, porque para mí todo eran facilidades por parte del Círculo de Maestros: en el momento de hacer las copias definitivas para entregar al Tribunal de la tesina, también puso a mi disposición todo el material necesario a mi alcance. Esto incluía la colaboración del señor Juan, que lo hacía de buena gana. Como agradecimiento, después les dejé una copia de la misma para la biblioteca del Círculo de Maestros. También aparecen en el listado de agradecimientos del vídeo[12], porque sin ellos nada habría sido tan llevadero.

En éste y muchos otros sentidos, comprensivos a más no poder. La risa y el buen humor estaban a la orden del día, con las excusas más sencillas: hoy, un chiste de Quino que yo había puesto en la pared[13]. Mañana, una conversación sobre las dificultades del profesor de fondo. Pasado, cualquier anécdota laboral o cotidiana, siempre tratadas desde una perspectiva crítica, irónica, inteligente…

En general el ambiente era tolerante y las cosas iban sobre ruedas: las charlas con Anselmo ROMERO a raíz de cualquier asunto informático (programas, hardware…) resultaban una demostración de ingenio y disposición positiva. Echarle una mano a América SÍ resultaba de lo más agradable, el trato con Pedro GRACIAS y el señor Juan era también de lo más llevadero y fácil, sin complicaciones. Asimismo el de Francisca ALMA, Pedro LAOS y Joaquín CAMPECHANO: cada uno a su manera eran de buen llevar. Únicamente a Pedro LAOS le quedaba algún resabio de su época de Director del Instituto Ramiro García, pero lo compensaba siendo un cachondo a matar… desde sus ciencias naturales. Joaquín CAMPECHANO y Francisca ALMA, como maestros que eran, se movían en otro ámbito humano y también intelectual. Pero la risa con ellos era fácil, estaba a flor de piel… se dejaban reír.

La relación laboral que nos unía a todos era tan buena que incluso alguna vez llegamos a celebrar, organizar encuentros fuera del Círculo de Maestros para disfrutar de la compañía sin el asunto del trabajo interpuesto. Una de las ocasiones fue una comida en La fuente del perro[14], con gran éxito humano. Parecíamos más un grupo de amigos haciendo vida campestre que un colectivo de compañeros de trabajo. Charla desenfadada, buen rollo, aunque también salían ¡cómo no! asuntos laborales… pero tangencial, anecdóticamente, como excusa: nada formal.

Con el trato amistoso uno tendía a romper el cascarón protector del teatro social, la referencia rígida… y sincerarse[15]. Probablemente por eso guarden algún recuerdo de mí que no sea demasiado agradable. Algo así como una voz de la conciencia, un Pepito Grillo fuera de lugar. Como una noche, tomando algo frugal en casa de América SÍ (y su marido). Reflexionando en voz alta acerca de la propiocepción que todos ellos tenían como privilegiados docentes, les hice de espejo para que pudieran comprender que no eran más que pelagatos como yo… que no se hicieran valer tanto porque la diferencia era circunstancial, no esencial.

También durante otro día de celebración grupal, tras la comida, me acerqué a una tienda de elementos de seguridad para empresas y a la hora del café les obsequié a cada uno un par de guantes especiales para trabajos de riesgo. Desconozco si captaron la carga irónica del regalo y lo tomaron de buenas maneras o por el contrario les pareció simplemente una salida de tono propia de alguien que iba pedo.

El caso es que por unas u otras circunstancias, en el Círculo de Maestros no se hablaba mayormente de las consecuencias de aquellos eventos: simplemente se asimilaban como una pista más para conocer al personal, algo así como una radiografía del espíritu. Tomar nota y punto.

Para comprender un poco mejor el carácter autóctono, baste un ejemplo diáfano: se trataba del inicio de un documental que había en la biblioteca del Círculo de Maestros, elaborado por algún colectivo orgulloso de su origen. Se veía a pantalla completa el Universo, lleno de estrellitas… poco a poco, la cámara se acercaba hasta la Vía Láctea: una vez allí, encaraba el Sistema Solar y paulatinamente dirigía la atención y la vista hacia la Tierra. Ahora el planeta azul iba girando mientras ocupaba toda la pantalla: hasta colocar en el centro Uzbekistán. Zoom progresivo hacia la región… hasta que finalmente, como gran traca incontestable, Kagan ocupando completamente la pantalla. Añádase a esto la explicación escrita de los letreros que progresivamente iban aclarándolo todo (para los lerdos): UNIVERSO, SISTEMA SOLAR, TIERRA, ASIA, UZBEKISTÁN… todos ellos a un tamaño discreto, hasta que la presentación terminaba finalmente con una imagen del pueblo y en letras gigantes: KAGAN: UNA ORIGINALIDAD BIEN DEFINIDA.

Si hay una palabra que pueda definir el conjunto de aquel inicio del documental, ésta es apoteósico o más bien megalómano. Sin embargo, resume cabalmente el espíritu saharaui: sin complejos, orgulloso, desafiante. Resulta indiferente que esté vacío, porque su llamativa cáscara lo convierte en un espectáculo que hace olvidar lo trascendente.

Sin duda, es para tomárselo con buen humor… más que nada porque como dijera Ernesto Sábato: “sólo hay algo peor que un pelagatos: un pelagatos con uniforme”. Resume a la perfección todo el asunto audiovisual aquí relatado.

Sobre el carácter de Indira Ghijduwon, baste decir que tenía la risa fácil[16] y una tendencia natural hacia el consumo de cerveza. Un buen ejemplo de convivencia entre dos culturas tan distintas en versión del siglo XX.

El panorama del Círculo de Maestros lo completaban dos actividades que sin ser propiamente suyas, se desarrollaban en su interior: en el segundo piso, salón de actos, se realizaban los exámenes para obtener el “carnet de manipulador de alimentos”. Aprovechando la coyuntura llegué a ser titular del mismo tras el examen pertinente, porque nunca se sabe: aunque jamás llegase a darle utilidad.

También se hacían otros exámenes: creo que los miércoles, los teóricos para obtener el carnet de conducir. A éste me negué… sin saber que después del ’99 llegaría a sacarlo… pero yo ya era otro, había cambiado de vida.

Esto significa que por el Círculo de Maestros circulaba extemporáneamente un personal con un perfil cuando menos pintoresco aquellos días[17]… por si había poco con lo cotidiano que hasta ahora he explicado.

La guinda era el mercadillo callejero que rodeaba el Círculo de Maestros los jueves. Puestos ambulantes de comida, bebida, ropa y herramientas (entre otras zarandajas). Todo un catálogo que me recordaba mi condición irremediable de consumidor impenitente.

Aunque el Círculo de Maestros no fuese la paz, salir de él tampoco lo era. Los cien metros que me separaban de casa resultaban más bien un conjunto de obstáculos que resultaba necesario ir sorteando para salir indemne de aquella vida, que más bien parecía un infierno.

 


[1] Entre docentes y no docentes. En institutos de Secundaria con y sin reforma, de Futuros Currantes… En el propio Ministerio de Educación y Ciencia, en un Círculo de Maestros… No sé si quedó algún puesto posible de funcionariado por el que no llegara a pasar.

[2] Aunque mucho más plausible intuitivamente, con una carga paranoica que no me atribuyo.

[3] Así se le llama en la jerga funcionarial.

[4] Como suele decirse en el argot de los trasnochadores.

[5] Tanto dentro como fuera del Círculo de Maestros.

[6] Con lo que esta tarea supone de miseria humana desde el punto de vista docente. El contacto con los semejantes en miniatura (alumnos) desgasta tanto que al llegar al momento del conocimiento y su transmisión el espíritu del docente ya se ha hundido, extenuado.

[7] Según contaba radio macuto.

[8] Generalmente, cuando los pelagatos son superiores jerárquicos.

[9]Pedro GRACIAS también, salvo salidas obligadas por motivos más políticos que docentes.

[10] Que alternábamos con un montadito de panceta o una ensaladilla algunos días.

[11] Para eso tuve que ir seleccionando textos procedentes de mi colección de música, escuchados pacientemente durante las mañanas… y abusando de paciencias ajenas, como la de Indira Ghijduwon.

[12] Cuyo montaje realizamos Valentín Hermano y yo a lo largo de un fin de semana en la mesa de edición de VHS del Círculo de Maestros. Amablemente me dejaron las llaves.

[13] En el que la Estatua de la Libertad es un Caballo de Troya.

[14] Lugar emblemático de ocio en la tradición saharaui.

[15] Máxime si había algún desinhibidor de por medio, claro. Y el alcohol no faltaba.

[16] O quizá fuera yo, que le resultaba gracioso.

[17] Incluidos amigos de Marilyn Hermana, que funcionaban en el mundillo de las autoescuelas.

 

 

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