ZURRAPA

 

Generalidades

de zurrapa

 

1999

135

 

 

Quedémonos en el nivel poético. Zurrapa: barro que se saca al limpiar un estanque. No iré allende, hacia acepciones más humanas, contaminadas de contacto humano. En este capítulo, por tanto, nos quedarán los restos inclasificables que se han ido quedando descolgados de las páginas anteriores. Por fortuna son pocos, aunque lo suficientemente relevantes como para no pasar al olvido.

Se me podrá achacar –y con razón– ausencia de rigor científico, porque siempre podrían haber figurado camuflados en algún epígrafe del que no parecieran salir de ojo. Si lo hubiera hecho así, habría traicionado su solicitud explícita: me lo pide su cuerpo.

Por su propio carácter piden residir en un cajón de sastre… y transijo. No quieren habitáculos inmensos o grandilocuentes, porque no son de su talla: les quedan grandes. Condescendiente, les otorgo este pequeño rincón en el que podrán estar en la gloria. Es su paraíso.

PUEBLOS CON ENJUNDIA

En alguna ocasión –por diferentes y extraños motivos– han venido a ocupar una parcela de mi atención, de manera que el capricho en el que se desenvuelve el recuerdo los ha pintado indelebles en la caverna de mi cabeza. Un interior que alberga también estas pinturas rupestres…

Bastará citarlos, pues la resonancia de sus nombres posee fuerza suficiente para desatar cualquier imaginación. Una cadena de pensamientos y asociaciones mentales sugeridas por el pasado irrepetible de cada lector.

En el peor de los casos (el menos creativo) siempre queda el recurso a la investigación[1] y dejarse llevar alegremente por las corrientes de la navegación virtual. A buen seguro, ésa también será una fuente lo suficientemente sugerente para arrastrar a las conciencias inquietas. Baste por tanto esta media docena de nombres para servir la realidad alternativa… como puede ofrecerse una bandeja de canapés variados.

Ojos negros

Ojos albos

Los espejos de la reina

Melgar de Fernamental

Santa Cruz del Sil

Alma-ata

 

RÓTULOS SUGERENTES

De entre la incontable cantidad de carteles que a lo largo de una vida van desfilando ante la inquieta mirada de cualquier mortal, resulta un ejercicio ciertamente audaz destacar alguno. En este caso no buscaré connotaciones de ningún tipo secundario en intención. Sólo me limitaré a anotar inocentemente tres ejemplares que harán las delicias en la imaginación del lector, por incitar a la creación de mundos interiores en los que puedan encajar sin chirridos.

Pero doy fe de que algún día incierto estuvieron ante mis ojos. En tiempos y lugares distintos: las tres, manuscritas.

ESTUFAS PARA CERDOS

SE VENDEN BEBIDAS ANTIGUAS

REPELENTE PARA ORINES DE PERRO

LA REALIDAD DISFRAZADA

Todos los asuntos, por muy importantes o trascendentes que sean, empiezan siendo una anécdota: sólo que a veces se agrandan hasta pasar a la Historia[2] o hasta quedarse en la memoria.

Lo de aquel fin de semana fue así: era el ’94 y yo entonces vivía en Zarafshon. Dolores BABÁ propuso hacer una excursión urbana y relativamente cercana. Simplemente se trataba de ir hasta la ciudad francesa de Pau.

Así lo hicimos: aunque mis conocimientos del idioma eran y siguen siendo nulos, confiaba en que ninguna situación fuera tan complicada que no pudiera resolverse en castellano o inglés.

Un tren para salvar el trayecto, aunque para el mundo al que yo estaba acostumbrado, sólo la frontera y el idioma daban cuenta de que aquello era el extranjero. Noche agradable en una pensión acogedora, petit déjeuner reconstituyente e impulso de investigación para encarar un día escaso, porque la vuelta era a primera hora de la tarde.

Vagando por aquel núcleo urbano con el placer de quien sólo tiene que descubrirse a sí mismo con la excusa del entorno. Uno de los pocos puntos de interés que estaban señalados en Pau era su museo. Allí fuimos: un edificio pequeño, de un par de plantas. Su interior era un hecho, un homenaje a la luminosidad sin palabras. Todo luz, sólo con luz.

El sol francés penetrando las ventanas regalaba a la vista un blanco indescriptible[3]. Sólo el blanco ya era arte.

Sobre el material que allí se exhibía, lógicamente, piezas de todo tipo. Variadas y de distintas calidades, tanto técnicas como estéticas. En general, muy dignas.

Durante un buen rato sin tiempo estuve degustando un tobillo de mármol: cautivador, obra de Rodin. Sin duda, una de las piezas más importantes del Museo de Pau. Mármol blanco que parecía bailar sin movimiento. Una prueba palpable de que para nada sirven las demostraciones científicas. Podía contemplarse desde cualquier ángulo y venía a ser una antítesis de las aporías de Zenón, pues negaba la negación del movimiento. También desafiaba las leyes de toda religión, por ser una piedra con alma. Aquel tobillo, su sola presencia: negaba la quietud o el estatismo pero transmitía paz.

Ascenso a la primera planta. Silencio. No había nadie, ni una persona. Pero también en este lugar la luz llenaba el espacio. Una luz que impelía a mirar las obras que allí estaban: esperando ojos que las disfrutaran. Como un reclamo de caza, sentí de forma inexplicable la llamada de un cuadro. Sí, reclamaba mi atención de forma premeditada, provocadora; quería atraparme en su cepo.

Representaba una figura femenina abrazada desde atrás por un sujeto con el rostro deformado y pintarrajeado. Entre las telas blancas que vestían el primer cuerpo, había retazos de óleo manchando deliberadamente el conjunto. Grotesco y cruel, provocador a la vez que invitando a la conciencia a tomar partido; más parecía violación que abrazo.

Aquella cara deformada estaba habitada por una sonrisa cruel, inexplicable: se ensañaba con el indefenso rostro femenino incapaz de zafarse. Tan provocadora escena acompañaba un título no menos inquietante: El error del acordeonista, creo recordar. Observé con más detenimiento. ¿Acaso ella era el acordeón? Busqué una interpretación de la obra que pudiera satisfacerme… indagaba torpe entre los deslavazados datos de mi cabeza cuando irrumpió una niña en la sala: no más de ocho años.

Sus pasos resonaban entre la luz, como anunciando algo. Se nos acercó. Ocultaba su rostro, sostenía en la mano una máscara que parecía mezcla de carnaval veneciano y artesanía africana. Plumas de colores, algo dorado. Nos miró fijamente durante un instante eterno. Creo que Dolores BABÁ iba a decirle algo… pero la pequeña aprovechó ese momento para dar media vuelta y salir por donde había venido, regalando la limpidez de sus zapatos nuevamente para los oídos.

Nada: ni una palabra adulta reclamando su presencia desde otra sala. Ni un gesto que contribuyera a la explicación lógica de lo que había ocurrido. Pero fue suficiente para que diéramos por terminada la visita. Mientras bajábamos, buscando la salida, indagamos en la luz y las paredes. Pero la niña no apareció más, ni siquiera volvieron a oírse sus pequeños pasos.

A menudo me he preguntado desde entonces sobre el significado de aquel inclasificable episodio. A menudo he buscado aquel cuadro en el infinito espacio ahora disponible llamado Internet[4]: sin resultado. Ni siquiera en la página oficial de István Sandorfi, su autor, he sido capaz de encontrarlo reproducido.

Aunque nunca he regresado a Pau, cada vez que recuerdo aquel día me invade la extraña sensación de haber sido víctima de mi propia cámara oculta. Como si aquel episodio hubiera sido un agujero blanco en el Universo. Por alguna misteriosa razón me otorgó graciosamente la posibilidad de contemplar un universo alternativo.

Los datos están ahí objetivos, incontestables. Desde aquí reto a todos los aventureros que lo deseen: a adentrarse en ese territorio tan inclasificable, tan inaprehensible. Sandorfi[5] murió en 2007… seguramente con eso consiguió darle la última pincelada a aquel cuadro que pintaba indeleble sobre mi espíritu… desde la luz y la paz de aquella mañana.

 

UTOPÍA

Ahora te invito a dar un paseo por calles estrechas con edificios altos. Es un mundo que vive aletargado y sólo a veces despierta para importunar nuestra paz, es como un mundo fantasma.

Vive en la materia del mundo real, pero se esconde tras ella y sale a relucir únicamente en los momentos que te puede la desesperación. Por lo general permanece invisible, excepto para quienes ya lo han perdido todo o para quienes no tienen nada que perder.

Sólo se vive en ese lugar sin materia cuando lo cotidiano es extraordinario y al revés. La vida una aventura. Una sorpresa, un descubrimiento, un aprendizaje. Los ojos como platos, saboreando manjares siempre inesperados.

Pero generalmente cualquier territorio tiene un nombre: ésta es su primera hipoteca. Si en esa etapa imaginaria del limbo me hubieran preguntado dónde quería nacer, no creo que hubiera dicho Uzbekistán. Ni siquiera creo que hubiera dicho un nombre. Resulta una trampa entrar en ese juego de gentilicios. Cuando los países sólo son como casas llenas de cosas.

Dejarse llevar por la inercia de un concurso inagotable, insaciable: ¿cuál es el mejor país, el pueblo más bonito, el idioma más elegante? Desfilar por semejante panorama es como estar rodeado de mujeres que van por ahí oliendo a ambientador. Como si fuera imprescindible tomar partido, cuando se sabe hasta la saciedad que eso sólo sirve para cerrar puertas, para condenar horizontes incluso antes de que amanezca.

Olvídate de carnets o pasaportes, sólo son herramientas. Si no detienes a tiempo esas cosas, acabarás estando a su servicio. Vivir en la utopía significa sólo esto: la calle es tan extraña como mi casa.



[1] A día de hoy tan sencilla gracias a Internet.

[2] Al menos, a la particular historia que forma la vida de cada uno de nosotros.

[3] Únicamente me atrevería a compararlo con el de Sorolla.

[4] En el ’94 no existía más que como proyecto.

[5] Los expertos le califican de hiperrealista.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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