Adriana

 

Insecto

Samarcanda

´88

´95

153

             

             

Durante una buena temporada, allá por el ’88, Adriana Insecto fue novia de Eugenio LEJÍA. De esa época quedaron buenos recuerdos:

  1. Durante el verano del ’88, Adriana Insecto y Eugenio LEJÍA se dedicaban a cuestiones corporales por las habitaciones de aquella tribuna del amor libre que era la casa de Alejandro Marcelino BOFE. En un par de ocasiones, llamándoles a cenar o tomar copas, les sorprendí despelotados… eran cosas normales en aquel ambiente.
  2. Igual que lo era Adriana Insecto en plena calle, montada a lomos de Eugenio LEJÍA, cocidos ya todos de vino a la puerta de la bodeguilla Chano: en esa neblina verdosa que a veces terminaba en pota.

Aunque después dejaran de salir, yo seguí teniendo contacto con Adriana Insecto: por ejemplo, la época en la que ella estuvo trabajando en una tienda de ropa. Fui a comprarme pantalones y camisas. También nos encontrábamos algunas veces por la Samarcanda nocturna… Adriana Insecto era tan simpática como alocada. Esto resultaba idóneo para mis expectativas… quizá por eso tuvimos nuestra oportunidad.

Una noche de copas estuvimos los dos solos desfilando por aquel hábitat inigualable, haciendo numeritos estrafalarios que nos divirtieron sobremanera.

Aquella noche, sin saber muy bien cómo ni dónde, perdimos dos o tres horas por el camino… de los bares, por ese viacrucis incomparable. Entre morreos y metidas de mano vagábamos por las calles ya nocturnas, desde el Jaco camino de su casa… de repente ya no eran las 2, sino las 4.

Nunca supimos dónde habían ido a parar aquellas horas. Probablemente se perdieron en una especie de abducción terrestre. En su interior Adriana Insecto y yo estuvimos más cerca que nunca, fue la única noche que nos acercamos a la comunicación: ese país liso como el inicio del coño… la insinuación del paraíso. Aquellas horas pertenecían a una realidad lejana a la que teníamos entre manos.

Resultaba divertido charlar con Adriana Insecto: tomar copas, tontear, alternar… en una palabra, interactuar.

A casa de Adriana Insecto fue a parar finalmente la cruz de mármol que Joaquín Pilla Yeska y Valentín Hermano robaron una noche del cementerio[1]. Adriana Insecto la adoptó como decoración, igual que mi regalo, aquel libro de cuentos de Cortázar… una declaración de buenas intenciones que no quiso recoger, como el desafío que era.

Tras esos tiempos equívocos, Adriana Insecto empezó a sentar la cabeza y encauzar sus inquietudes hacia objetivos más provechosos: en un estudio de arquitectura, su vocación real… Como en un juego de palabras… Adriana Insecto quería ser arquitecto.

Fue la última vez que la vi, lejos ya, a años-luz de aquellas inolvidables tardes en el 6 países, entre cervezas importadas, ensaladas de pollo con repollo y tapas de garbanzos, que nos multiplicaban la risa en pandilla.

Como dos ríos imprevisibles, Plácido Acorazado y Adriana Insecto, con el tiempo, acabaron desembocando en el mismo lecho.



[1] Esa misma cruz que no quiso comprarnos el Torcido en el Plátanos. Mármol sobre mármol en la barra, junto al caño de cerveza. Apareció al día siguiente en el pasillo de casa de mis padres, a la puerta de la habitación donde un par de meses antes había muerto Anastasia Abuela.

 

 

Sonido

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