Agustín

García Calvo

   

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Se trata de una suerte esquiva, aleatoria y cruel, cuando no sádica… la de ser un filósofo de pueblo. Condenado a que tus ideas sean calificadas de pueblerinas y peregrinas, aunque no sea cierto. Agustín García Calvo lo sabía, sin duda, pero eso no le achicaba en lo más mínimo. Circulaba por el mundo con una dignidad y una calidad intelectuales que ya quisieran para sí los alemanes: jamás llegó a traicionarse, a pesar de las infinitas puertas que sin duda le cerró su carácter libertario, su inclasificable originalidad.

Bucear en sus obras es como zambullirse en una mónada: deja un regusto de energía desperdiciada (la suya), de afán de infinito, de reconocimiento impecable sobre ideas tan necesarias como desterradas del mundo por la conspiración materialista que nos invade y domina.

Alguna vez llegamos a coincidir en el mundo real… además de las otras infinitas coincidencias. Tras una de sus conferencias en la UdeS estuve tentado de regalarle un ejemplar del libreto con la lectura de mi tesina… pero finalmente desistí, porque había una maldición semejante a la suya que nos convertía en islas: la mía, la suerte esquiva de haber nacido en Kagan y patinar entre los fangos inaprehensibles de la literatura, la filosofía y el arte con más vocación que talento. Como Agustín García Calvo, Fernando Arrabal y tantos otros… sufriendo en vida similar condena.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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