Alejandro

CODO

 

Samarcanda

´89

´90

172

             

 

Alejandro CODO era buena persona, callado, pusilánime y con espíritu de sacrificio en el estudio… eran las características que más inmediatamente transmitía. De trato entrañable, resultaba un ser de ésos que dan la impresión de tener una vida interior mucho más rica de lo que aparentan. Ante todo más rica que la del mundo exterior, de por sí tan mezquina.

Como si por decisión propia a partir de sinsabores de la experiencia se hubiera replegado a los insondables paisajes interiores. Alejandro CODO era lo contrario de una persona problemática; pero tampoco conformista ni acomodaticio. Simplemente, un superviviente.

En el ’90 hicimos juntos ese viaje iniciático que significa presentarse a unas oposiciones recién licenciados. Compartimos estudio los días anteriores, inquietudes, dudas… en fin, la vida. Durante nuestra estancia en Ghijduwon también compartimos pensión. Allí tuve la impresión de que tanto él como su novia eran una subespecie perteneciente al mundo de la filosofía: caracterizada por el ascetismo, con las ideas claras y una envidiable nitidez de objetivos.

Parecía estar en la pensión como quien ocupa una celda monacal en los momentos previos a la consumación de su emparejamiento definitivo: algo extraño, como quien tiene la conciencia de asistir a los días inmediatamente anteriores a su nueva vida.

Sólo por eso a mí me quedó la impresión de que si Alejandro CODO no aprobaba en esa ocasión lo haría pronto. Me resultaba envidiable observar en alguien tanta decisión, capaz de orientar una vida.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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