Alejandro Marcelino

BOFE

Tûrtkûl

´85

´98

174

             
 

¿Quién iba a decirte[1] que algún día sólo serías una pequeña parte de mis Malas memorias? ¿Qué precisamente irías disminuyendo, corroído por aquel ácido de abogado literario?

Alejandro Marcelino BOFE fue mi amigo, con lo que esto significa por mi parte: tolerar la intolerancia, hacer la vista gorda ante actitudes impresentables… y quitarle hierro a algunas cosas podridas de puro ferruginosas. Para empezar: era un individuo machista y conservador, elementos ambos que ya cada uno por sí mismo resultaban suficientes para no haber tratado jamás con él. Sin embargo compensaba estas características cavernícolas con otras manifiestamente interesantes desde el punto de vista creativo.

Quizá por ahí, por el egoísmo que late en todo creador ávido de ampliar su bagaje y sus experiencias con la diferencia… quizá por ahí me naciera la capacidad de aguantar sus desvaríos. En el fondo de mi personalidad late el entomólogo que pretende conservar y coleccionar elementos interesantes, diferentes.

Alejandro Marcelino BOFE era uno de ellos, sin duda: ávido lector y entretenido conversador. Hábil en las aptitudes sociales a pesar de su misantropía. No en vano entre sus logros se contaban las buenas relaciones con gran parte de l@s alumn@s de clase. De aquella época data uno de sus grandes logros. Podría titularse: “Se roban libros por encargo”. Tanto es así que un emisario de Shakespeare Librería allá por el ’87 llegó a hacer una excursión hasta la Facultad de Filosofía para ver si localizaba al hábil mangui de libros que hacía su agosto a costa de tan casto negocio.

Sin embargo nunca tuvo aspiraciones para terminar la carrera. Alejandro Marcelino BOFE se posicionaba más allá de todo lugar, incluso el suyo… al menos así lo creía él. Por este motivo siempre estaba de vuelta de todo.

Las charlas filosóficas y literarias, las charlas artísticas y frugales, las charlas desesperadas y las esperanzadas: todas cabían en su habitación, lugar de culto para quienes peregrinábamos errantes por el mundo maracandés. Una habitación fascinante e hipócrita a partes desiguales. Hablando con Alejandro Marcelino BOFEuno se daba cuenta enseguida de que la vida es una condena a muerte: quizá por su inseparable atomizador[2] o porque lo combinaba a todas horas con el humo de un Ducados que sin duda era un certificado de muerte aplazada sine die.

Alejandro Marcelino BOFE vivía con sus padres y sus hermanos, pero ése nunca fue obstáculo para que mi vida social le incluyera en su agenda, ni para disminuir la frecuencia de mi paso por su domicilio.

Durante mucho tiempo para mí la habitación de Alejandro Marcelino BOFE fue lugar de confesión y peregrinaje. Resultaba un sitio de refugio y comprensión, al amparo de lo inhóspito que habitaba una Samarcanda fría, académica y calculadora. Las charlas con Alejandro Marcelino BOFE se prolongaban durante horas, acompañadas por café y música de fondo (casi siempre clásica[3]). Solían girar alrededor de dos creatividades: la femenina y la literaria. Sacarles punta a ambas, especular con las infinitas posibilidades… resultaba un pasatiempo tan tentador como placentero: ¡pocas delicias superiores a las que siente un joven hablando de cábalas amorosas!

En aquella habitación tenían lugar especulaciones y confesiones, a partes (des)iguales… sobre las dos creatividades. Surgieron obras y proyectos, garabateados y garrapateados en confidencia. De ambos se nutría la inagotable colección de Alejandro Marcelino BOFE. Pero aquel convento era en parte una trampa:porque Alejandro Marcelino BOFE no era cristalino ni sincero, sólo un coleccionista interesado. Tras su frecuente risa habitaba un especulador crudo… el tiempo lo fue demostrando, lo que estableció una distancia progresiva entre nosotros: entre Alejandro Marcelino BOFE y yo.

A pesar de todo, conseguimos una parcela de paraíso durante el verano del ’88[4] en aquel domicilio. Resumen de existencias, de ínfulas y pretensiones a partir de actitudes. Radiografía en el tiempo, símbolo infinito sobre el que rumiar conclusiones.

Sus padres se fueron de vacaciones. Por este motivo usamos su domicilio a nuestro antojo en toda la extensión de la afirmación: aquellas paredes vieron de casi todo.

Sin decidirlo de manera explícita, paulatinamente nos fuimos acomodando: de una forma provisionalmente definitiva. Nos acompañaban en las correrías sus dos hermanos: Miranda BOFE y Javier Roberto BOFE.

La dinámica fue sencilla, elemental, básica. Nos repartíamos los papeles domésticos como buenamente podíamos: a mí me tocó conseguir dinero dando clases particulares. Con la compensación económica conseguida por la mañana, a la tarde organizábamos bacanales. Experimentos alquímicos de bebidas enajenantes. Casi siempre, cazuelas inmensas de colacao con whisky o de leche con algún licor blanco, para refrescar un ambiente que entre el sol y las relaciones humanas tendía a sacar chispas con frecuencia. La fiesta era tan natural como constante y en ella estaba incluido prácticamente todo: risas a mansalva, ocurrencias infinitas en una conversación inagotable, literatura leída y/o escrita, juegos de ordenador, ligoteos desiguales, intercambios teóricos y prácticos con el mundillo de las drogas, música imprevisible, concursos improvisados, convivencia con animales, filias inconfesables… así hasta un infinito de hechos tan irrepetibles como la imaginación compartida.

Era un hervidero de planetas girando alrededor de un sistema cuyo centro había dejado de ser el sol: la vida como absurdo, con lo que esto tiene de diversión y desencanto.

El único axioma era que no había axiomas. A partir de ahí, cualquier contradicción nos permitía llegar a cualquier paisaje, por muy imposible que pareciera: era el milagro de una Lógica absurda[5].

A raíz de su marcha a hacer la mili, nos separamos… incluso llegamos a pelearnos físicamente. De ahí surgió una situación que duró algún tiempo. Pero después, tras un par de intentos de reconciliación, volvimos a la amistad. He aquí un ejemplo de mis pensamientos de la época sobre el asunto.

Para un posible encuentro con Alejandro Marcelino BOFE:

No he venido a buscar la reconciliación: me dan asco las reconciliaciones. Tampoco he venido a que tú, personificación por convicción del eterno vencido, me veas humillado. Ni a demostrar mi victoria: también me dan asco los vencedores, porque nunca los he reconocido. Podría no haber venido, y sin embargo continuaría el experimento, pues como bien reconoces por mirarte en espejos que no te corresponden, has elegido ser una rata que se encuentra al otro lado del microscopio incuestionable. Hay quienes nacen con el cuello doblado hacia abajo para buscarse de por vida en una tierra que no les pertenece, para supervivirse: no es tu caso. Otros se agachan voluntariamente para ver qué pasa siendo humildes y después nunca vuelven a recordar su antigua condición, ya ungidos por la inercia de su precio; éstos no merecen ser llorados. Éste quizá sí que lo sea.

He venido sin consecuencias, porque los ojos que se han creído una venda artificial que no tienen, no pueden ser llamados videntes. Y sin embargo, he venido.

Después, durante algún tiempo, ya terminada (yo) la carrera, en la distancia tuvimos una relación más adulta, más normalizada: nos veíamos en las taquillas de autobús en las que trabajaba Alejandro Marcelino BOFE… Estuvo destinado una temporada en Chimbay: allí le hice alguna visita, con anécdota incluída[6]. Más interesantes fueron las conversaciones sobre mi posible ruptura con Dolores BABÁAlejandro Marcelino BOFE me aconsejó Diario de un seductor de Sören Kierkegaard y arrojarme en brazos de Jacinta HUMOS[7].

Más tarde, durante el ’95… en Samarcanda, mientras Alejandro Marcelino BOFE trabajaba en la estación de autobuses, fuimos planificando lo que sería un par de años después el proyecto La Tapadera… de allí sí que salió nuestra separación definitiva. Su actitud despótica, elitista y conservadora hizo que saliera a relucir y dominara el horizonte su perfil más incompatible conmigo. Yo me preguntaba, perplejo… recordando el verano del ’88: “¿Cómo puedes hacerme esto a mí, que he bebido la sangre de tu hermano?”

La guinda de todo aquello sin duda fue el asunto de las parejas más o menos sucesivas/intercambiadas/cruzadas entre nosotros dos: Jacinta HUMOS y Nadia HIPO. Para Alejandro Marcelino BOFE sólo eran objetos con los que buscaba venganza, para sublimar un complejo de inferioridad gestionado desde la impotencia. Definitivamente, los episodios de violencia machista que ejerció sobre ambas así lo demostraron… por eso una tras otra le abandonaron, por eso quizá debí/debieron/debimos haberle denunciado en su día.

Pero provocaba más lástima que odio, aquel impotente sublimando complejos a través de la violencia. Por allí se quedó Alejandro Marcelino BOFE, anclado en los ’90… en un abismo del que nunca quiso, supo ni pudo salir: para él la creatividad sólo era un espejismo en el desierto de la realidad.

AJUSTE DE CUENTAS

Esta noche has venido en sueños para saldar cuentas conmigo: no sé si es que has muerto, como no sé desde hace años si aún estás vivo. Hemos paseado por las calles de Samarcanda, la ciudad de las mil mentiras. Era de noche y había luces de feria. Descubrir que la plaza es sólo un gran claustro por el que pasear como curas, admirando lo rancio del entorno… ha sido algo natural. No he querido subir al primer piso: me ha bastado con experimentar la frustración de puertas falsas y engañifas que alberga cualquier monumento. Descubrimos las pintadas de las paredes: comparando las actuales con la de 1838, mientras nos íbamos poniendo al día…

Tú dices que el libro de Víctor FUERA no es un tostón (mentira), que sigue viviendo en el mismo sitio, junto al cuartel… ¡como si a mí me importara eso! y es un artista incomprendido: yo me chupo el dedo y te creo.

Al preguntarme por mi vida sexual y contestarte que es normal… no me has creído. Pero algo peor: sobre la tuya, silencio varias veces, asumiendo la mentira que significa callarse. Te he mirado a la cara directamente, esperando tu respuesta, pero sólo me has devuelto más silencio. Y tu despedida…

El dolor de tu partida provenía de tus dedos del pie: se te habían enganchado en un agujero del suelo porque llevabas sandalias. Cuando te he preguntado si necesitabas ayuda o podías seguir caminando solo… has desaparecido llorando.

Saldar cuentas ha sido fácil: recordar viejos tiempos sin acritud, sólo con la curiosidad de un entomólogo. Nos hemos puesto al día. Nos hemos quedado como antes, pero más tranquilos. Con la paz en la conciencia para un pasado ya zanjado, imposible de ser redivivo.



[1] Precisamente a ti, que abogabas por mi literatura más cáustica y humorística, ácida y cítrica.

[2] El “airito”, como lo llamaba Heidi GEMIDO: una de las incautas que durante mucho tiempo picó el anzuelo de su órbita.

[3]¿Por qué todo el mundo conoce el segundo apellido de Mendelssohn y nadie el segundo de Chopin o de Wagner? ¿Acaso hay dos Mendelssohn y por eso es necesario? ¿O es un ejemplo del snobismo que acompaña a la música clásica?

[4] Para más detalles, véase 683

[5] ECQ, según la Lógica clásica: ex contradictione quodlibet. De una contradicción se puede seguir cualquier cosa.

[6] Mientras tomábamos una infusión en una cafetería, nos dejaron un cupón de descuento para una copa en el Fauno’s… más tarde fuimos por allí. Pero había dos establecimientos con el mismo nombre… y nos metimos en el puticlub, por equivocación. El ambiente raro del sitio ya nos hizo sospechar en el túnel de la entrada: pero la llamada de las profesionales, mientras nos íbamos (ya apercibidos) nos hizo soltar la carcajada.

[7] Algo que se cumpliría, pero ya en el ‘98.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta