Anastasia

Abuela

Samarcanda

´64

´98

188

           

Uno de mis primeros recuerdos de Anastasia Abuela es protegiéndome con su cuerpo: de una lámpara que estallaba sobre nosotros, accidentalmente. Sin duda es un recuerdo construido artificialmente por mi imaginación, sobre palabras ajenas.

Como ese otro: Anastasia Abuela llevándome hasta una habitación aparte. Corriendo desde la cocina para aplicarme sobre el pecho una cataplasma hecha con sus propios orines, para minimizar el daño que se avecinaba, porque yo (inconsciente y niño) me había tirado una cazuela de agua hirviendo sobre el pecho. También una imagen construida posteriormente por mí, seguro.

Pero ambas situaciones dejan al descubierto datos importantes. El primero, que ella estuviera cerca en dos momentos de peligro típicos en un infante, informa sobre el tiempo que pasaba conmigo, que me dedicaba: todo. El segundo: su carácter protector basado en conocimientos caseros de Medicina o prevención de la salud. Si del primero puede derivarse una dejación de funciones por parte de Paquita Madre o un celo desmedido por parte de Anastasia Abuela, del segundo obtenemos una información más relevante: el hecho de que Anastasia Abuela formase parte de una tradición de familia de curanderos, inserta en la tradición esotérica, cuando no perteneciente al mundo de las brujas.

Anastasia Abuela siempre decía que su abuela había sido curandera en el pueblo. Le atribuía hazañas de todo tipo, referentes a curaciones debidas a su intervención: no milagrosas, pero sí hábiles. De esa tradición familiar, Anastasia Abuela había heredado algunos conocimientos prácticos, la costumbre de la dedicación al asunto[1] y un par de libros que eran su herramienta de trabajo. Uno de ellos, según decía mi abuela, acabó desapareciendo en manos de Lucas Tío: irrecuperable a partir del distanciamiento definitivo. El otro lo heredé yo por deseo expreso de Anastasia Abuela: lo tengo en mi despacho debidamente restaurado, acompaña a mis conocimientos de toda índole… así como a la carencia de ellos. Conserva cuanto guarda un libro en sus entrañas.

Bien pronto para mí Anastasia Abuela empezó a ser una referencia en la lejanía: no en el tiempo, sino en el espacio. Por vivir a casi 100 km. de distancia cuando, a mis 8 años, mis padres se trasladaron a Samarcanda. Cuando yo tenía 10 murió mi abuelo y al poco tiempo Anastasia Abuela vino a vivir con nosotros, a casa de mis padres. Por tanto los recuerdos más vívidos que tengo de ella son entre el ’78 y el ’86 en que murió. Para esta época, Anastasia Abuela ya había entrado en la etapa final de su vida. Refugiada en casa de su hija[2], pero durante los veranos mis hermanos y yo íbamos con ella, a disfrutar del buen tiempo en Kagan: allí tenía Anastasia Abuela sus amigos y conocidos, aunque también hiciera algunas amistades durante sus estancias en Samarcanda. Sin embargo, su identidad residía en Kagan y se reencontraba con ella cada vez que llegaba el verano.

Entre ambas experiencias fui poco a poco obteniendo información acerca de Anastasia Abuela. Los enfrentamientos con Valentín Padre paulatinamente se convirtieron en un clásico. Al principio pequeñas diferencias, pero al final guerra abierta: el esquema clásico de convivencia obligada con la suegra por parte de Valentín Padre resumía en una frase que él pronunciaba en los momentos de mayor catarsis: “¡Ésta nos entierra a todos!” Acabó siendo un tópico.

Salvo estos momentos de conflictividad, Anastasia Abuela deambulaba por casa entre rosarios y pensamientos, como un alma en pena comprensiva y colaboradora[3]. De hecho, si aparte de la cuota fijada de común acuerdo no aportaba más dinero era por un temor básico, fundamental en su vida. “¿Y si venden la casa?” –decía siempre, como argumento incontestable.

Se refería a su piso de Kagan, construido por los planes que la dictadura elaboró durante los años ’40 para la clase trabajadora: desde entonces una pequeña cuota había sido el pago mensual. No alquiler, sino entrega a cuenta exigida durante 30 años. Pero desde hacía casi 10 comentaban que una aportación final daría la propiedad definitiva. Para eso ahorraba Anastasia Abuela: su casa se había convertido finalmente en su vida y al revés.

Dicha operación no tendría lugar hasta el ’88. Ironías de la vida: no pudo llevarse a la tumba ni siquiera esa tranquilidad.

Anastasia Abuela tenía un carácter fuerte, que se había complementado con el carácter sumiso de Merlín Abuelo. Entre sus ideas fundamentales estaba[4] la de abandonar por imposible toda lucha política: para ella era sinónimo de desgracia inevitable.

Digamos que Anastasia Abuela era domésticamente combativa pero socialmente conformista: volcaba todas sus energías en el núcleo familiar. Era una superviviente: de bien joven perdió un ojo por la viruela, pero así y todo se casó y formó una familia.

Después vino la muerte de una hija pequeña, otro golpe irreversible. Pero siguió adelante con los otros dos. Más tarde la muerte de Merlín Abuelo y finalmente el alejamiento de Lucas Tío, tan parecido a otra muerte.

Así, Anastasia Abuela se vio arrinconada al domicilio de Francisco de Rojas, en una pelea cotidiana con Valentín Padre. Las pocas veces que salía de casa en Samarcanda… o cuando lo hacía en Kagan, siempre tenía la costumbre de santiguarse al salir por el portal.

Seguramente fue el cansancio existencial, más que la renuncia, el que acabó con la vida de Anastasia Abuela. “¡Con lo que yo he sido!” –solía decir mientras descansaba en el sillón, esperando el paso del tiempo.

Contaba anécdotas variopintas de su larga existencia… llegó a vivir más de 90 años… de entre ellas, una significativa era aquella ocasión en la que un señor con un coche lujoso había llegado a su pueblo cuando era pequeña. Al preguntar a una lugareña la dirección de un habitante, la buena mujer empezó su frase diciendo: “Me parece…” No pudo continuar… aquel individuo la interrumpió de malas maneras: “Me parece no es decir nada… ¡váyase usted a fregar!”

Cuando a partir del ’83 Seco Moco empezó a pasar con cierta frecuencia a buscarme por casa para salir… Anastasia Abuela adivinó un peligro para mi futuro. Como conjuro para apartar de mi vida aquella nefasta influencia, empezó por ponerle un mote: el malcasao[5]. Además, en cuanto tenía ocasión, abogaba por mi cautela. Como aquella vez en la que mientras yo salía de casa, me tomó por el antebrazo y pronunció una frase histórica: “Hijo… ¡no abandones los estudios!” Uno de los mayores orgullos de Anastasia Abuela era que yo estuviera estudiando para ser abogado…

Aunque nos colmara de cariño como nietos adorables, para nosotros Anastasia Abuela resultaba a veces una presencia incómoda: éramos niños y adolescentes, con la falta de comprensión que eso significa.



[1] Aunque ella sólo ejercía en el ámbito familiar.

[2] Paquita Madre.

[3] Muchas veces su pequeña pensión resultaba fundamental para la supervivencia de la economía familiar.

[4] A partir de sus vivencias durante la guerra.

[5] En clara referencia al hecho de que fuera divorciado.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta