Merlín

Abuelo

Samarcanda

´64

´75

515

           

 

Aún era yo muy niño, pero recuerdo que Merlín Abuelo salía al bosque cercano a Kagan para buscar piñas con las que alimentar la cocina ‘económica’. La única fuente de calor para una casa aterida de postguerra.

Seis o siete años después Merlín Abuelo moriría por una complicación en el postoperatorio de una hernia inguinal. Cuando murió, faltaba un mes para mis 11 años… por lo tanto mis recuerdos de Merlín Abuelo son deslavazados y se encuentran extraviados entre la neblina de una vida incipiente: la mía.

La sensación inequívoca de su condescendencia sí que la conservo. Probablemente era la personalidad complementaria del autoritarismo de Anastasia Abuela. Los cotidianos e impresentables sucesos del Uzbekistán fascista habían colocado a Merlín Abuelo ahí, lejos de toda intención de lucha. Como la mayor parte de la población, domesticada a palos y amenazas. El carácter de Merlín Abuelo se había hecho dócil con el tiempo, pero además era amable en esencia. Siempre le recuerdo jugando conmigo a las cartas, sonriente y afable, dulce entre inocentes bromas.

No creo que fuera la última vez que le vi, pero para mí hay una tarde oscura encarnando nuestra inconsciente despedida. Sería el año ’74, yo volvía del colegio. Era Samarcanda, el alumbrado de las calles en aquellos tiempos dejaba mucho que desear… esto me congratulaba aquel día, porque yo volvía llorando y enfadado hacia casa. Alguna pelea sin importancia había amargado mi tarde, cosas de niños.

Entre las sombras de la calle me llamó Merlín Abuelo, porque me había reconocido y quería que volviéramos juntos a casa. Hice como si no le hubiera oído, como si no le reconociera y me fui por otra calle para ganar tiempo, para hurtarle mis lágrimas a su vista… para que no se preocupase ni me hiciera sentir vergüenza por la situación. Merlín Abuelo me dejó ir, respetuoso. Él volvía de pasear la tarde en una ciudad que no era la suya… ajeno siempre al alcohol, los vicios o el tabaco. Era tan diáfano como buena persona, esto siempre lo he sabido. Aquella tarde la vida nos hurtó la comunicación más profunda que pueda unir a un viejo con un niño: la que nace como besos al hilo de una comprensión que aún se le escapa a la conciencia.

La misma comprensión que al anciano se le escapará en breve con la vida.

 

 

Sonido

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