Nadia

HIPO

 

Chimbay

´88

´99

549

             

 

Durante mucho tiempo Nadia HIPO fue para mí una especie de niña inaccesible, pero cargada de un atractivo inexplicable. Más estético que carnal, pero con un misterioso deje de lujuria.

Ser la novia de Marino Ref. Nadia HIPO para ella quería decir estar en el universo de la comunidad de Jizzakh en Samarcanda. Aunque su origen geográfico fuera de Namangan, Nadia HIPO había cruzado el puente hacia Samarcanda a través de Kagan[1], así que entraba en el colectivo afectado por el Triángulo maldito.

Desde que la conocí, Nadia HIPO era una risita inteligente e irónica que resumía la realidad completa. Vivía en un mundo de juegos de palabras, dobles intenciones y guiños de mundos alternativos. Por eso no es de extrañar que a pesar del tiempo que hacía que Nadia HIPO era la pareja estable de Marino Ref. Nadia HIPO, llegase para ella el momento de la saturación. Para Nadia HIPO se quedaba corta una mente jurídica y de Jizzakh[2], esto se explica fácilmente por el hecho de que Nadia HIPO era poliédrica. Ni se dejaba reducir a o resumir en una dimensión, como tampoco le faltaban ganas de volar, abandonando un terreno que por fin adquirió el sentido oculto que siempre había tenido. Hasta el ’98 su vida había sido sólo una pista de despegue.

Si decidió abandonar el territorio conocido para adentrarse en la jungla humana no fue por mi causa… aunque recalara en mi puerto antes de hacerse a una mar infestada de cocodrilos y plagada de tormentas tropicales.

Tuvimos unos meses de compartir infinitas experiencias. La primera la tolerancia, porque cada uno hacía su vida y en ocasiones coincidíamos sobre la faz de la Tierra. En una especie de milagro inagotable, la comunicación gracias al lenguaje del sexo. El resto del tiempo cada uno era independiente, autónomo: libre. Pero de vez en cuando yo pasaba por su casa y cada tarde hacíamos con nuestros cuerpos un poema tras otro. Un día, cabalgar a lomos del éxtasis. Otro, sumergirnos en la saliva ajena como quien se viste con una cálida lengua inagotable. Otro aún, caricias sin medir el tiempo, entre el goce de la carne cavernosa…

Así pasaban las semanas, casi sin querer, entre gemidos placenteros. Eran los que provenían de la angustia de saber que el amor no estaba allí, que aquello terminaría cualquier día.

Nadia HIPO: su coñito era como una involuntaria herida de placer, abierta en su pequeño cuerpo eternamente adolescente. Algo fuera de lugar pero en su sitio… pidiendo ser recordado a cada instante como deben recordarse las injusticias o los sucesos históricos. Pero mucho más dulce que el tiempo.

Alguna vez llegamos a deslizar nuestros cuerpos entre el mundo real. Por ejemplo durante la mudanza de su hermana. Pero en general discurríamos en el filo de la materia, más allá de las intolerancias de Nadia HIPO (lactosa, gluten…) Como si el espíritu y las confidencias estéticas estuviesen por encima de la realidad completa.

En aquella época yo tenía La Tapadera[3] y Nadia HIPO, terminada ya la carrera, hacía el C.A.P. y practicaba para dar clases. Con su disfraz vampírico: gafitas redondas de color azul oscuro y abrigo negro hasta los pies.

A pesar de todo, encontrábamos tiempo para el lirismo entre tanta vida ajetreada, tanto ritmo endemoniado. Éramos un oasis, un descanso cansado respectiva y recíprocamente. Daba igual que yo estuviera con otras dos mujeres simultáneamente… en una relación de locos a la que sólo los milagros me permitieron sobrevivir. Pero finalmente la tolerante (Nadia HIPO), la liberal (Esme Tûrtkûl) y la estrecha (Jacinta HUMOS)… las tres desaparecieron.

Nadia HIPO y yo nunca nos llegamos a pedirnos o prometernos nada: ni siquiera explicaciones. Nos dimos mientras fue posible[4], aunque finalmente Nadia HIPO, insatisfecha por mi escasez, se marchara… para caer en las garras de aquel machista impresentable con disfraz de pensador, con ínfulas de intelectual, que era Alejandro Marcelino BOFE.

Quizás con ello, Alejandro Marcelino BOFE quiso vengarse de aquella otra aventura a la inversa que había sido Jacinta HUMOS[5]. O quizás (venganza más peregrina) para resarcirse de la participación fallida de Alejandro Marcelino BOFE en La Tapadera. ¿Quién sabe? Al cabo, todo eso sólo son disquisiciones de indiferentes.

Lo de Nadia HIPO para mí fue una experiencia gratificante. Más que nada porque tenía un cuerpo manejable, porque su mente acompasaba con gran sabiduría los sinsabores de la vida. Algún tiempo después, Nadia HIPO desapareció para siempre detrás de su particular Eldorado, que se presentó personificado en un alemán al que nunca conocí ni de nombre[6]

Durante algún crepúsculo Nadia HIPO y yo habíamos soñado entre caricias el universo ajeno de los países del Este, tan tentadores como lejanos. Aquellos viajes, que ya en el instante de su nacimiento fueron como tiernos y pequeños abortos imposibles… Nos aguardaban en otro mundo posible, un universo alternativo que en realidad pertenecía a diferentes dimensiones. Lejanos de la realidad y de la vida como pueda estarlo una idea cualquiera del cerebro en el que surge, que para ella sólo es una caja de resonancia. Aunque aparentemente tan llena… en realidad tan vacía.




[1] Tuvo como Caronte a su profesor de filosofía, regalado por el Destino.

[2] Por muy buena persona que fuera él: electroencefalograma plano.

[3] Con los infinitos dolores de cabeza que llevaba aparejados.

[4] Casi el milagro de un rompecabezas.

[5] Que se había apartado de Alejandro Marcelino BOFE para acabar en mi terreno.

[6] Zarpó tras una cultura incomprendida e incomprensible para el cariz mediterráneo.

 

 

Sonido

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