Nini Resús

Tashkent

´85

´93

545

         

 

Nini Resús podría ser caracterizado como un torbellino. Iba por las realidades que le tocaban en suerte con una actitud entre investigadora e impertinente. Como si todo fuese una América recién descubierta por él, como si el mundo hubiera estado esperando su presencia durante eternidades. Un poco con conciencia de mesías.

Pasado este primer momento de impacto las cosas se sosegaban un poco, aunque en esencia continuaban atropellando conciencias y acontecimientos. Para Nini Resús la vida era un experimento constante, casi siempre referido a la fotografía y la literatura. Eran sus dos grandes pasiones. Contemplaba toda la realidad tras esas gafas. Al haber traspasado semejante filtro ya estaba en sus manos. Realidad marchita, a merced de sus caprichos.

Y Nini Resús era caprichoso, sin duda. No sólo con lo artístico, también en lo material: pero tenía la capacidad para contagiar entusiasmo a su alrededor. Era tan vitalista como inconsciente, tan emprendedor como descerebrado. Nuestras conversaciones siempre giraban alrededor del arte y por tanto también de la Mujer, de la Pasión y el Misterio. Conceptos tan tentadores como inaprehensibles e inabarcables.

Nini Resús llegó a Samarcanda por primera vez allá por el ’84. Valentín Hermano y él se habían conocido en Tashkent y se presentó, cámara en ristre, con sus fantasmas artísticos puestos. Aquel desembarco para mí supuso todo un descubrimiento. Que se puede vivir más allá de toda materia, sumergido en un mundo atractivo (de arte y pensamiento) aunque la cotidiana realidad sea fea. Digamos que aprendí una lección que hasta entonces me había estado vedada. La segunda verdad constante[1], la esquizofrenia que nos impone una sociedad tan cruel como ignorante… la del desgarro interno con el que hay que vivir como precio por la sensibilidad y/o el pensamiento. El asunto era tan trágico como sencillo: puedes tener tu vida íntima, pero tienes que pagar el precio de pasar por el aro de la socialización laboral y económica. Tan sencillo como eso.

Mis primeros zarpazos en ese mundo, casi espasmos de quien se ahoga por no saber nadar, empezaron para mí como una sorpresa: la provocada por aprender ese funcionamiento tan simple como universalmente conocido. Nini Resús jugaba al malditismo, con el desparpajo de quien se sabe más allá de todo. Acababa de aprobar unas oposiciones para ser profesor en un instituto de Futuros Currantes. De ahí nacía toda su generosidad material.

Bien pronto, en los bares, llegado el momento de saldar cuentas, le decíamos confidencialmente: “Venga, que tú eres el ‘paganini’. ¡Paga, Nini!”. Nuestra afirmación no era más que una variante de lo que en Argentina llaman ‘tirarse a muerto’. Pero en nuestro caso con referencia a quien se iba a hacer cargo de la cuenta en litigio. A Nini Resús no le importaba. Era generoso, sabía que si el caso hubiera sido a la inversa, nosotros habríamos actuado igual. Así que íbamos circulando por los garitos de una manera ritual y espiritualmente enriquecedora, al mismo tiempo que empobrecedora económicamente. Lo de Resús era consecuencia directa de que solía vestir en ocasiones con unos zapatos rojos llamativos a más no poder.

Cada vez que Nini Resús llegaba a Samarcanda era una revolución en cuanto a horarios y costumbres. Tenía la capacidad de hacer tambalear los esquemas, era un torbellino.

Con el paso del tiempo, tras mi cambio de Facultad[2] y de ambiente… participó de forma tangencial en la vida filosófica que yo empezaba a frecuentar, en todos sus aspectos. También alternábamos sus excursiones a Samarcanda con las mías a Bukhara. Allí yo era invitado en un ambiente para mí tan tentador como atractivo. Alcohol y tabaco sólo eran complementos para nuestra infinita ansia de atesorar experiencias y conocer personas. La creatividad de todo tipo se nos escapaba por los poros en cualquier circunstancia y entorno.

Bukhara y Samarcanda eran campos abonados para ello. Baste como ejemplo el Rally Fotográfico que organizamos en Samarcanda, allá por el ’86, titulado La caza de almas[3]: consistió en plasmar la noche maracandesa en instantáneas que después se expusieron en los locales participantes.

Durante las ausencias de Nini Resús, en Samarcanda se hacía una vida normal, independiente, plena. Con esto quiero decir que yo no le esperaba… simplemente le dedicaba mi atención cuando aparecía, pero no le echaba de menos.

Hubo una temporada en la que Nini Resús iba más a menudo por Samarcanda, cuando era pretendiente de Sabrina GORGORITO… una chica que Nini Resús había conocido un verano en Bukhara, que estudiaba Derecho en Samarcanda. Pero la cosa duró poco, después el asunto quedó en agua de borrajas para todos. Incluso yo también hice acercamientos a Sabrina GORGORITO, cuando Nini Resús ya había desaparecido. Pero sin éxito, pues resultó ser candidata poco receptiva.

Durante una de las primeras ausencias de Samarcanda, Nini Resús empezó a crear expectativas de futuros proyectos con lo que Valentín Hermano y él llamaron “la amenaza amarilla”. Tras unos meses jugando con el misterio, finalmente Nini Resús llegó un fin de semana a Samarcanda en un Ford Maverick de los ’70. Inmenso y de color limón, desvelando el montaje y dando espectáculo, como le gustaba hacer con frecuencia. Aquel coche duró poco, pero mientras lo hizo dio mucho de sí: excursiones, movidas múltiples[4] y puertas infinitamente abiertas a otras posibilidades.

Aparte de las juergas propiamente dichas[5], Nini Resús tenía imaginación suficiente para jolgorios histéricos. Por ejemplo, una sesión fotográfica en la azotea de un edificio[6], a la que mi hermano y Nini Resús titularon Chicas, chicas, chicas[7]. El evento consistía en tirar cientos de fotos con montones de amigas posando para la ocasión, mientras de paso nos tomábamos mil copas. Aire libre con paisaje urbano, en las alturas. Fue todo un éxito… de allí salí acompañado de Adriana Bellas Artes y estuvimos apretándonos un rato en la oscuridad de las escaleras. Fotos y copas, a mansalva.

Nini Resús era así, tenía una facilidad innata para ir sembrando a su paso historias que después pretendía inmortalizar en letras o en fotos. Sobre nuestras experiencias compartidas en Bukhara, aparte de las peregrinaciones por los antros típicos[8], puedo destacar el inmenso frío que hacía en su casa, junto al río[9]. También son reseñables las formas de combatirlo que se nos ocurrían. Incluidos los paseos nocturnos desde la macrodiscoteca, desafiando las rutas de los lobos.

O las partidas de champulín, o nuestra relación diplomática con su hermana Violeta Ref. Nini Resús y los amigos que llevaba con ella desde Tashkent hasta Bukhara. Se aparcaban en el sofá del salón a fumar porros y mirar la televisión desde que llegaban hasta el día que se iban. Por eso les apodábamos “los muebles”.

La relación entre Nini Resús y yo era de lo más enriquecedora mentalmente. Si empezó a declinar fue porque Nini Resús había entrado en un callejón sin salida ni luces. Mirándose el ombligo sin mayores aspiraciones que las hormonales… aparte de esperar a que el mundo reconociera su valía.

Mi presencia en Tashkent, durante las fiestas de la ciudad allá por el ’88, inició el declive. Nini Resús hacía fotos a miles, como era su costumbre, para después encerrarse a revelar (color y b/n). Repetía sin cesar su apellido para todo “Que vaya sonando” –decía… pero ni lo hizo entonces ni lo ha hecho después.

Con Alicia Ref. Nini Resús, una alumna tan fea como resultona con quien había ligado en su trabajo, estuvimos una de aquellas noches frecuentando ambientes cutres y seductores… en una de ésas me insinuaron la posibilidad de hacer un trío o algo por el estilo. Aquello ya fue más de lo que mi apertura erótico-mental estaba dispuesta a tolerar. No por nada, simplemente me faltaba (y me falta) vocación bisexual y proyección sexual fuera de hipótesis literarias.

Poco a poco fuimos perdiendo el contacto, a Nini Resús le imagino aún practicando sus experimentos de todo tipo (fotográfico, me refiero). Un guiño del Destino me trajo su recuerdo en el ’95, cuando tuve como compañero en el Instituto Fortaleza de Djizaks a Pablo ÁLGIDO. Éste había sido compañero de Nini Resús en el instituto de Futuros Currantes de Tashkent. Involuntariamente, Nini Resús le había dejado allí encerrado una noche.




[1] Parafraseando a Camus: “He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha”.

[2] De Derecho a Filosofía.

[3] Véase 426

[4] Como solía decirse entonces.

[5] De éstas hubo tanto en Samarcanda como en Bukhara, incluso alguna en Tashkent.

[6] La casa de Jesús Manuel LAGO cuando éste vivía en aquel ático que pasó a la Historia.

[7] Véase 256

[8] Que más de una vez acabaron en melopea.

[9] El agua de los retretes se congelaba.

 

 

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