Nito

  Jizzakh 

´85

´99

348

 
             

 

Podría estar hablando muchas horas, rellenando muchas páginas: Nito no se agotaría. Es multidimensional, poliédrico. De esas personas que cuando las conoces te parecen de lo más normal… pero a medida que vas tratando con ellas, conociéndolas mejor, descubres infinitos recovecos en los que juega a esconderse su riqueza. Al mismo tiempo que te sorprende, el hecho te motiva a ir más allá. A investigar sin prisa… pero sin pausa.

Puedo decir sin temor a equivocarme que Nito es inagotable en dos sentidos: la resistencia y el trasfondo. Ambos son para él infinitos.

Durante el año ’85 nos veíamos en clase como un puro trámite intrascendente. La primera imagen que tengo de Nito como individuo con su carga diferenciadora del resto de los habitantes de la primera fila de clase, de los transparencias[1]: es la imagen de un Nito muerto de vergüenza, entregando en blanco una encuesta/experimento sobre nuestro perfil ideológico. Se negó a hacerla. Me llamó la atención semejante actitud de desobediencia en alguien que se suponía modosito.

Después me enteré de que su padre era Guardia de Perfil… que además Nito venía de Jizzakh. Bueno, la confluencia de ambos antecedentes más o menos lo explicaba todo… pero aquel día, con su actitud, depositó en mí un poso de curiosidad que con el paso del tiempo no hizo sino crecer, agrandarse.

Posteriormente gracias a Nito tuve acceso a mundos que de otra manera nunca habría conocido. Por ejemplo, Nito fue quien me condujo hasta la película El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders… con toda la carga que tiene y arrastra. En sus últimos coletazos aquella circunstancia me llevó hasta Berlín para verles: a Nito y a Joaquín VERDAD, que estaban allí con una beca. Era lo que Nito llamaba muy acertadamente su etapa regida por la ‘constelación Berlín’. Sólo por hablar de cine, con Nito compartí grandes paraísos intelectuales. Gracias a sus trabajos[2] sobre Blade runner de Ridley Scott. O París-Texas, otra película emblemática de Wim Wenders de aquella época. Ésta nos subyugaba por la carga trágica y sentimental de su contenido.

Nito era el pasaporte a infinitos mundos que están invisibles en éste. Tenía para ellos un salvoconducto especial, subyugante. No sólo inteligente, además Nito poseía capacidad comunicativa. Desde lo que sé, ahora está dando clases en una universidad del Norte… envidio a los inmaduros cerebros que verán tantos amaneceres gracias a sus enseñanzas, como en su día me ocurriera a mí.

Pero entonces aún éramos únicamente pequeños elementos circulantes por Samarcanda, que entreteníamos muchas tardes hablando de filosofía en su casa de la calle de plata[3]. Intercambiábamos cosmologías con el recíproco enriquecimiento que esto significaba. Horas, eternidades en un vertiginoso flujo de ideas biunívocas. Daba igual el contexto: en ocasiones hablábamos en casa, en la calle, en los bares, en clase… era indiferente.

Por ejemplo una tarde del ’88 en el Fin de siglo, con mil cervezas en el cuerpo. Estuvimos hablando durante horas… por escrito, para moderar el ritmo de nuestro discurso; para hacerlo más maduro y pausado. Con Nito siempre algo que aprender. Nuestra receptividad estaba por la labor. Nito no era un tío fácil, pero esto daba igual, ¿a quién le importa la facilidad?

Alguna de las epopeyas que nos venían a veces hasta las manos resultaban todo un reto… Por ejemplo, con ocasión de su Tesis Doctoral. Cuando ya tenía más o menos terminado el grueso de la obra, Nito se atascó: como tantas veces ocurre en esas ocasiones. No acudía a sus citas con el Director de Tesis, perdía becas porque se le agotaban los plazos… parecía que aquello se le estaba yendo de las manos.

Cuando yo le visitaba para interesarme por el asunto, siempre me daba largas. Ni enseñaba la parte ya hecha, ni me daba seguridad sobre la parte pendiente. Así iban pasando los días, infructuosos. Una tarde fui a verle acompañado de Valentín Hermano. Ya en el colmo de la alucinación febril no atendía la puerta ni el timbre: nada.

Le habíamos dado un ultimátum: si no nos facilitaba una copia para poder entregársela a su Director, le robaríamos el ordenador. Pero no daba señales de vida. La situación empezó a preocuparnos, hasta el punto de pedirle a su vecino (con el que el piso tenía pared medianera en el patio de luces) que nos dejara pasar, pues nos inquietaban sus dos saludes.

Efectivamente: saltamos y entramos en su casa. Nito estaba dentro y no había querido abrir, pero aparentemente se encontraba bien de salud (al menos, la física). Habíamos conseguido colarnos en su casa por la puerta falsa, que era la del vecino…

El cuadro era preocupante: Nito en el pasillo, vestido escasamente con pijama o chándal, sorprendido por nuestra presencia delincuente en su violado domicilio. Nito con un bigote exacto al de Hitler, conjurando así (supongo) el peligro de dictadura fascista que ejercía su Tesis sobre él. Nunca supe la verdad de ese bigote, su significado escapó a mi conocimiento ya para siempre. Una vez dentro de su casa, se negó a darnos el ordenador y nos pidió amablemente que nos largásemos. Conseguimos arrancarle la promesa de que entregaría la Tesis aquella misma semana: si no, volveríamos.

Por suerte así lo hizo: finalmente Nito consiguió salir de las garras de aquel monstruo y su historial académico llegó a un final feliz, como ya he dicho antes. En definitiva, salió ganando la sociedad en su conjunto. Si Nito por ventura se hubiese extraviado en los entresijos de las traiciones que nos reserva la mente, habría sido sin duda una pérdida para la Humanidad entera.

Entre los años ’87 y ’93 mantuvimos una relación estrecha y continuada. Posteriormente las circunstancias hicieron que ésta fuese un poco más intermitente. Salvo en la última época, justo sobre el ’98-’99: Nito participó activamente en el Idiota y La Tapadera.

En todo caso hay episodios de nuestra relación que reseño a título informativo… Dan una idea de lo intenso y sorprendente que resultaba aquel mundo:

1)          Sería aproximadamente el ’91. A raíz de la aparición de Manuel Alejandro Marxista insomne, tuvieron lugar varias experiencias impactantes… y sobre todo aquello, Nito escribió un artículo dedicado a este personaje, titulado Para el repliegue de la sonrisa. Haciendo una ligera parodia, yo hablaba de otro tema… para el repliegue del prepucio.

2)          Nito en el ’95 formó parte de la aventura poética en Andijon[4]. Allí disfrutó –lo hicimos todos– como pocas veces en la vida…

3)          Más tarde, allá por el ’96. Durante una tarde de descontroles en su casa, hice una sesión de transformismo. Mis patéticas lorzas en el vestido de Maika Kurusha, en casa de Nito y Joaquín VERDAD.

4)          Otra de las experiencias mutuamente enriquecedoras fue la de Nito en los mercados medievales[5]. Sin duda lo recordará con cariño, porque con ellos viajaba hacia el mundo real. Aunque fuera en otra época temporal, aprovechaba la oportunidad para ese aprendizaje.

5)          Durante la última etapa de mi vida en Samarcanda, Nito también participó de las dos experiencias límite a las que sometí mi vida: La Tapadera y el Idiota. Precisamente en La Tapadera conoció a Cecilia GERMINA, la que después sería su mujer. Su emparejamiento no fue conformismo, sino aprendizaje. Con semejante compañera empezó esa nueva vida que le aguardaba…

Nito y yo compartíamos algo más que una etapa de la vida y un frente común hacia la realidad siempre hostil. Llegamos a compartir ese terreno innombrable e inmaterial en el que los cerebros se acarician gracias a una dimensión ajena para la ciencia.

Todas aquellas experiencias de innumerables tipos paulatinamente iban dejando en cada uno de ambos ese poso que se llama experiencia. Nos iban regalando un aprendizaje para la vida en general que no se encuentra en ningún libro.

La misma longitud de onda. Quizá sea la forma más exacta de decirlo, la coincidencia en la manera de ver vibrar la realidad a nuestro alrededor. Una amistad más allá de la materia y los intereses de todo tipo. Constante descubrimiento.

Tiempo después, en el duermevela… me llegó una imagen, un impacto. Veía a Nito de segurata. Sin duda era un mensaje de mi inconsciente, que le colocaba lejos ya de la ‘constelación Berlín’ y de su fijación femenina con Celia VACÍO. Ella también continuó la vida por otro camino… finalmente tan poco común con el de Nito.

REFLEXIÓN FINAL

Acaso Nito haya olvidado que le dejé custodiar mi equipaje mientras oficiaban el funeral de Valentín Padre. Esto ya era traspasada la frontera del año ’99… deposité en sus manos mi vida pasada mientras bautizaban mi orfandad. Una nueva etapa que sólo era el correlato de algo que ocurrió seis años antes: mi feliz partida.

Todo lo anterior compensando extrañamente nuestros papeles durante la muerte de su padre, más de diez años atrás… mi intuición de aquella desgracia con Lisboa al fondo. Como en cualquier nacimiento ritual y sombrío.




[1] Les llamábamos así como sinónimo de empollones, porque copiaban las transparencias que proyectaba el insoportable psicólogo conductista que nos torturaba en Primero de Filosofía.

[2] Clarificadores y que dispararon exponencialmente mis conocimientos sobre infinitos temas.

[3] COMO UN RAP

Recuerdo fugaz de aquel Nito.

Las tardes con vino

hablando de poesía

en tu casa de

la calle argentina.

[4] Véase 360

[5] Véase 108 #9

 

 

Sonido

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