Richar

BICHO

 

Samarcanda

´86

´94

613

             

 

Richar BICHO era un personaje peculiar por su manera de enfrentar la maracandesidad. Vivía en un barrio semicéntrico y obrero, pero tenía aspiraciones mayores[1]. Compañero de clase en la Facultad de Filosofía, conocer a Richar BICHO fue acceder a infinitos mundos nunca antes sospechados.

Su padre era un cachondo mental con tienda para grabar placas en ese tiempo que empieza a resultar ya poco menos que incomprensible. Antes de los ordenadores. En cierta ocasión, allá por el ’98 íbamos a hacer una placa para mi puerta de Conde Drácula. Combinando dos colores llamativos. El padre de Richar BICHO nos informó debidamente… verde loro + amarillo canario = cartel de pajarería. Dicho entre carcajadas.

En aquel taller Richar BICHO pasaba horas de penitencia aplicando sabiamente la fresa gracias a las plantillas. Era divertido para mí, que iba a ayudarle extemporáneamente, aunque para Richar BICHO supongo que resultaba una maldición familiar. La tienda era una óptica de tiempos de su abuelo, que se había ido reciclando casi milagrosamente.

Unas cuantas veces acompañé a Richar BICHO a colocar las placas en calles, dependencias oficiales y otros lugares públicos. Para mí resultaba ciertamente curioso lo complementario de la tarea, pues por las noches, en otras compañías, me dedicaba a robar placas similares. Me parecía incluso sorprendente que mis vandalismos nocturnos dieran lugar a prósperas actividades tan provechosas como provincianas. Así se lo dije a Richar BICHO en más de una ocasión, lo que provocó su risa. Incluso maquinábamos formas de impedir que las robaran, lo que en mi caso era un claro ejemplo de autosuperación.

En el sótano infecto donde hacía las placas Richar BICHO, sin respiraderos ni salida de emergencia, el disolvente usado para la tinta no era otro que la gasolina y Richar BICHO… fumaba. De hecho, las principales actividades que practicaba eran reír, fumar, escuchar música, beber e intentar ligar.

Lo de la filosofía también, pero como sarpullido que le salía de vez en cuando. No sé si llegó a terminar la carrera, porque su pretensión era más rentable: estudiar óptica en Shakhrisabz. Quizá alguna vez llegara a conseguirlo.

Además de estas coincidencias, también compartí con Richar BICHO la afición a los tangos, que con el tiempo darían lugar a mi tesina. A Richar BICHO no le gustaba mucho mi visión sobre el tango, la llamaba irónicamente “Teología del tango”. Pero compartimos buenas charlas y audiciones sobre el tema. Para un acercamiento más cabal a la esencia de la personalidad de Richar BICHO, citaré sus dos chistes favoritos de la época:

1)          Entra un señor en un bar y le dice al camarero: “–Póngame dos cajas de Fanta”. Éste indaga: “–¿De naranja o de limón?” Y él responde: “–Es igual, son pa’ sentarme”.

2)          Con el fin de ridiculizar argumentaciones ajenas, como juego de lenguaje lógico, citaba en los siguientes términos… como si se tratara de una hazaña: “Yo un día estuve tres días sin dormir”.

Richar BICHO era el típico espíritu inquieto de provincias. Organizaba tertulias sobre tango y flamenco[2], frecuentaba compañías marginales de esos mundillos y vivía en fin una especie de limbo con su banda sonora. La casa de sus padres resultaba un ejemplo típico de los domicilios maracandeses. Un ‘quiero y no puedo’ con apariencia de clase media. Por allí circulaban extemporáneamente su hermano[3] y su hermana (descerebrada y pizpireta). También vagaba el espíritu blancuzco y gordo de su madre (de profesión sus labores). Así como tantos de nosotros, visitantes descolocados entre discos y vídeos que coleccionaba Richar BICHO.

Cada dos meses me enganchaba para ayudarle a hacer los recibos de su tío el médico, Agustín J. MEMO. Una panzada de escribir direcciones que después se compensaba con copas… Lo que yo llamaba la fiesta del recibo. Como Richar BICHO era un chico muy despreocupado de los principios[4], cuando le llegó el turno se fue a hacer la mili a la marina. Aprovechó la ocasión para endosarme la tarea de los recibos de Agustín J. MEMO. Con ayuda de Valentín Hermano informaticé la tarea, lo que supuso garantizar ingresos regulares por un trabajo mínimo. Teclear la lista de padres pagadores no fue excesivamente complejo. Había aproximadamente mil y cuando ya estuvieron en el PC, aquello iba bimestralmente como la seda: bajas, altas y cambios. Así que institucionalicé la fiesta del recibo ya sin Richar BICHO: llegó a durar casi 20 años.

De los mejores recuerdos que conservo de aquel domicilio de Richar BICHO fueron: la visualización de un vídeo de Silvio Rodríguez que a día de hoy no he sido capaz de encontrar y la audición de Adiós, Nonino de Ástor Piazzolla.

Una vez regresado desde la marina, Richar BICHO decidió que su vida debía seguir derroteros clásicos, así que se casó con su novia Cecilia Ref. Richar BICHO: una locuela descerebrada que era de suponer toleraba excentricidades. Les visité en el restaurante la tarde de su boda. En una de las invitaciones, vi que Richar BICHO le escribía una dedicatoria a alguno de los asistentes. Decía así: “Cualquier día de éstos me acerco a quemar tu pueblo”. Como rúbrica, una sonora carcajada mientras me miraba cómplicemente.

Hace unos años descubrí por casualidad el perfil de Cecilia Ref. Richar BICHO en redes buscaparejas, mientras me encontraba investigando para uno de mis proyectos literarios.

En fin, parecía ciertamente previsible aquel final de divorcio a la vista de su nido. Se encontraba habitado por infinidad de vídeos y cacharros inútiles. Como la bibliografía de Cecilia Ref. Richar BICHO sobre Historia del Arte, carrera que se le ocurrió estudiar después de casada. También previsible considerando que Richar BICHO era uno de esos maridos típicos que introduce su círculo de amigos en la vida íntima, exigiendo respeto. El respeto era hacia un par de simples estudiantes de Derecho[5] con más pena que gloria… también hacia un descargador almacenista de licores[6]. En fin, un círculo de lo más selecto, siempre prestos a machismos de todo tipo.

Por si todo esto fuera poco, las inquietudes de Richar BICHO por la vida maracandesa incluyeron también la aventura de poner un bar con el que proyectaba forrarse. Una aventura bastante común en ese pueblo de la estepa. Somos muchos los que hemos sucumbido a la tentación de intentar la firma hostelera, enfrentándonos al fracaso y la debacle económica.

En el caso de Richar BICHO era un bar de tapas cerca del parque. Un préstamo de su tío el médico y algún que otro esfuerzo ajeno acabaron en el agujero negro de la economía maracandesa. Al final, deudas y resignación ¡qué remedio!

Donde realmente Richar BICHO estaba en su salsa era trabajando de camarero en el Gusano, el garito emblemático de jazz de aquellos tiempos, los ’80. Con buena discografía y actuaciones en vivo. Allí charlaba, bebía, fumaba y pinchaba como si fuera el dios del garito. También trabajaba, porque era un bar de culto frecuentado por los aficionados al jazz. Muchas veces lo llenaban a rebosar. Eran otros tiempos, sin duda.

Cuando se aburría, Richar BICHO me invitaba a visitarle a cambio de copas gratis. Sin duda conocer camareros fue una de las actividades que mejor se me dio en aquella época. En el Gusano hicimos audiciones con el local ayuno de clientes, charlamos sobre tangos, tonterías, filosofía, chicas y mil temas similares con buena música de fondo. En el Gusano celebramos también más de una fiesta del recibo y consumimos cientos de horas de un ocio que entonces parecía inagotable. Sospechosamente similar a la formación académica que nos procuraban la sociedad y nuestras respectivas familias a partes desiguales.

Una de esas noches de solitario espíritu maracandés, probablemente en vacaciones veraniegas, Valentín Hermano y yo fuimos a visitar a Richar BICHO al Gusano. Coincidimos con Richar BICHO en uno de sus momentos de intimidad con el mundo gitano. Charlaba con un conocido suyo, aficionado al flamenco como él. Nos le presentó. Cuando le dijo el nombre a Valentín Hermano, creí que la cosa se ponía fea: “Valentín, éste es Bambi”. “¿Bambi?” –dijo Valentín Hermano despectivamente. Richar BICHO amagó una explicación peregrina sobre la sensibilidad y el arte. No sirvió de nada. “¡Vaya mierda de nombre!” –fue la conclusión de Valentín Hermano. Imposible conciliar las dos esferas, para frustración de Richar BICHO. Aunque podía haber ido a mayores, por fortuna la cosa no pasó de ahí.

En fin, la de Richar BICHO es una radiografía de intenciones pretendidamente buenas, socialmente bien consideradas, que se estrellan contra la realidad mezquina del espíritu típico de Samarcanda. No es lo que puede llamarse un fracasado, aunque su vida esté hecha con fracasos. No sé qué habrá sido de Richar BICHO, aunque lo imagino. Responde al perfil de superviviente, superados ya los escollos de la juventud. Seguramente seguirá separado, pensará infinitamente lo incomprendido que es, actuará extemporáneamente de putero… y aprovechará cualquier ocasión para explicar lo excepcional de su personalidad.



[1] Ínfulas, dicho más adecuadamente.

[2] Que junto con el jazz constituían sus tres pasiones musicales; coincidíamos en dos de ellas, porque para mí fandango y pachanga resultan intuitivamente sinónimos: resulta la base inconsciente de mi aversión por el flamenco.

[3] El típico cantante de orquesta pachanguera en las verbenas de pueblo. Esperando su gran oportunidad que nunca llegaba: que alguien le “descubriese”. Aún no existían Operación triunfo ni zarandajas similares.

[4] Lo que se dice un pragmático sin escrúpulos.

[5] Antonio Ref. Richar BICHO y Javier Ref. Richar BICHO.

[6] Juan Ref. Richar BICHO.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta