Amy
Yankee   Estados Unidos ´82   743
             

 

Tan risueña como descerebrada, aquella chica tenía un encanto para mí (hablo del año ’82) que yo era incapaz de racionalizar. No me lo permitían mis 17 años recién cumplidos, pero tampoco las circunstancias ayudaban a clarificarme las ideas…

Como acompañante de Valentín Hermano durante las correrías nocturnas veraniegas,  yo era una especie de carga con la que él tenía que deambular como si de una cadena se tratara. Ni más ni menos que un adolescente imberbe y falto de experiencia, ése era yo: admirado de cuanto encontraba a mi paso, porque todo era nuevo para mí, en pañales por el mundo.

También aquella chica, Amy Yankee, que a pesar de ser escasa de estatura me resultaba seductora, no se me pregunte por qué. Coincidí alguna vez con ella durante alguna de las innumerables fiestas en pisos de estudiantes: las que jalonaban nocturnamente los cursos de lengua uzbeka para extranjeros que se desarrollaban durante el día. Era algo que formaba parte de la cultura misma, el contrapunto práctico de lo que por el día sólo era teoría entre bostezos… un poco por el aburrimiento y otro poco por la resaca y la falta de sueño.

Pues allí me encontraba yo inserto, más por casualidad y como recurso de Valentín Hermano, como coartada para justificar familiarmente sus actividades. Amy Yankee pululaba entre otra mucha gente, con sus perspectivas y sus expectativas, entre las que por supuesto yo no me encontraba. Pero durante uno de sus arrebatos alcohólicos, cuando ya había perdido el oremus, no sé qué situación se dio en la que yo le dije a Valentín Hermano “no hay problema” por volverme a casa solo; para Amy Yankee debió de significar facilidad en sus previsiones, lo que le pareció de perlas, así que me espetó un beso en los labios y mientras se metía en el ascensor con el maromo de turno (no recuerdo quién era) con destino a algún catre, me dijo amablemente, como despedida: “Te quiero”.

Allí me quedé yo, tan sorprendido como estupefacto… volví a la fiesta, no sé… en alguna terraza me tomaba una sangría y por las rendijas de una persiana descubrí a Valentín Hermano con su novia de entonces, Beth Yankee, dándose un festín carnal sin sospechar de mi espionaje, puramente accidental. Me retiré prudentemente y les dejé allí.

No sé cómo acabó la noche, salvo para mí, que volví a casa como siempre: tan solo como pensativo. Hice algún intento de acercamiento a Amy Yankee con la excusa de realizar intercambio conversacional para aprender los idiomas respectivos, pero fallido: estaba claro que aquélla era una vía sin salida.

A través de una yanqui que era amiga de Amy Yankee y estaba viviendo en casa de mis padres le planteé el asunto… sólo recuerdo que allí mismo, en la puerta de mi domicilio, me dijo que no tenía tiempo: entre carcajadas sin malicia se despidió de mí para siempre. No recordaba haberme dicho aquel tequiero, pues cuando se lo conté rió aún más, complacida de su ocurrencia. Me lo repitió como despedida… lo que terminó de vaciarlo totalmente de contenido, al mismo tiempo que cerraba para mí la puerta de aquel mundo que yo jamás he comprendido. Ése de la frivolidad y las relaciones superficiales, sean con o sin sexo. En otras palabras, allí acabó mi carrera como buitre de Samarcanda: antes siquiera de haber llegado a empezar.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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