María Agustina

Cachonda

 

´91

´92

881

             

 

Corría el año ’91, pero ya tenía clara yo una cosa: si mi género hubiera sido femenino y mi edad la que tenía María Agustina Cachonda, ella era indiscutiblemente mi modelo, mi referencia. Si se quiere formular en otros términos, María Agustina Cachonda era una especie de alternativa a mi personalidad; algo así como lo que determinadas creencias suelen llamar reencarnación. Pero también alter ego, vida alternativa o alguna de las múltiples variantes que suelen existir, según las creencias, para ejemplificar o tematizar algo tan antiguo en la observación como las vidas paralelas o los espíritus afines.

Pero también, de alguna manera, María Agustina Cachonda significaba ni más ni menos que un ejemplo para mí: el de una vida que no pretendía llevar en el futuro, porque no me atraía… una referencia por oposición. María Agustina Cachonda era compañera de negociado en el de Nóminas en el que me encontraba yo destinado… o atrapado aquel año ’91, cuando empecé a trabajar de funcionario (nótese la diferencia: no “como funcionario”, sino “de-funcionario” por lo que tiene aparejado de connotación mortal para el espíritu).

María Agustina Cachonda era una madre de familia cuya exigua nómina de aquel cuchitril venía a significar el segundo sueldo para su hogar, que les permitía dar estudios a sus hijos y algún que otro gasto extra al vivir con dos pagas. El de su marido no lo recuerdo, pero seguro que era un trabajo tan normal como precario. De hecho ni siquiera llegué a conocerle, pero tampoco era necesario. Para mí María Agustina Cachonda era alguien con entidad propia, capaz de ejemplificar que se puede ser feliz a pesar de estar metido en una ratonera; que existe la alegría más allá de la pequeña depresión laboral del día a día.

Y es que María Agustina Cachonda le encontraba la versión hilarante a cualquier cosa, lo que en aquellas circunstancias a mí me parecía algo sumamente meritorio, impresionante: envidiable. Capaz de sacarle punta a todo, María Agustina Cachonda significaba la alegría en aquel rincón presto a desmoronarse como la ciénaga que era: al menos su carácter conectaba con mi acidez crítica, porque tenía un punto de mordacidad aparentemente inofensiva y cándida, pero cargada con un matiz de humor gris oscuro, casi negro.

El objeto de sus comentarios podía ser cualquiera: desde la actualidad cotidiana propia de los noticiarios a las relaciones laborales o la vida conocida de las personas que por allí revoloteaban. Pero siempre aportando un matiz novedoso y humorístico, por eso yo la calificaba de cachonda; todo lo tomaba por la parte positiva e hilarante.

Cuando tras mi traslado yo ya había dejado de trabajar allí, en su negociado del Ministerio de Educación, pasé un día de visita para saludar a mis antiguas compañeras… cosas de ésas que hacen los funcionarios. Hay un famoso adagio que reza: “El asesino siempre vuelve al lugar del crimen”. Yo añadía una coletilla: “… y el funcionario al lugar del trabajo”.

Aquel día coincidió que María Agustina Cachonda salía a desayunar y fuimos juntos. De paso, entramos a comprar en una tienda cercana; quien nos atendió, se dirigió a nosotros como si fuéramos madre e hijo. Puede que por la edad o por tener en común la fealdad, aunque no nos pareciéramos físicamente. No dijimos nada, sólo una mirada cómplice allí mismo, en la tienda, nos hizo comprender que seguramente nuestra familiaridad nada tenía que ver con los genes… estaba más allá de la materia, en una dimensión espiritual difícilmente comprensible para quien no la haya experimentado alguna vez.

 

 

 

Sonido

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