3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.2. a)

Pienso y escribo

 

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¿Por qué escribo? Sencillamente, “no puedo evitarlo”[1]

¿Y para qué escribo? No es teleológico, más bien alérgico. Todas las respuestas están en mis escritos, sólo tenéis que hacer las preguntas adecuadas; por eso mismo no hablaré con nadie si no es por escrito: tampoco con vosotros.

Y aunque/porque no necesito inspiración, simplemente le echo un vistazo a mi pasado: sólo con el fin de encontrar el lugar justo que os corresponde a cada un@ de vosotr@s. Componer un mosaico en el que todo encaje, elaborar un crisol que refleje irisaciones de una época y un bruñido azogue sobre el que contemplar vuestro rostro marchito: ése mismo que una vez fuera protagonista y entusiasta.

Ajusto cuentas con mi pasado y sus habitantes. Pero ¿cómo renegaría de él, si ha sido precisamente quien me ha traído hasta aquí? ¿Cómo decir que me equivoqué, si precisamente gracias a cuanto hice, ahora estoy al lado de mis paraísos?

Ni me arrepiento ni reniego del pasado. Ahora es cuando sale a flote todo el aprendizaje que supuso mientras ocurría: fatigoso, interminable… pero imprescindible.

Poner cada cosa en su sitio, recolocar… sin duda es la única finalidad de la memoria, pues con frecuencia la voluntad cambia las cosas de lugar: supera al entendimiento y nos conduce así a un error tan básico como Descartes. Pero hacer justicia, en cambio, está más allá de los valores y los intereses humanos; quien realmente la practica, no se deja llevar por el apego. Por eso ahora estoy en condiciones de ser juez equitativo que redimensione y recoloque un pasado tan ejemplificador como paradigmático. En una palabra, en otra palabra: proselitista.

Escribiré todo lo que diría si hablara con alguien.

“Escribiré libros seductores y harán que millones de mujeres se enamoren de mí. Entonces será mi venganza, pues las despecharé a todas: las que nunca me quisieron, las que caigan a mis pies por mi talento literario y las que me lean después de muerto”.

Esto podía haberlo pensado cuando adolescente, pero no era tan petulante. Lo pienso ahora y me río porque éste será el libro de mis Malas memorias y con él despecharé también a quienes me amaron.

Estas Malas memorias no pretenden ser exhaustivas, sino intensivas: inhaustivas: no buscan reflejar todos los sucesos recordados, mucho menos los ocurridos[2]. Se declaran por principio y desde el principio sesgadas e incompletas, pero desde el punto de vista narrativo éste resulta uno de sus principales rasgos y virtudes. Por lo mismo son más literarias que científicas. Recuerdos: son todos los que están, pero no están todos los que son. Es que no creáis… también hay muchas cosas que recuerdo y me callo…

EL ÁNGEL Y EL MONSTRUO

Reflexiono sobre quienes estuvimos juntos cuando éramos jóvenes. Pienso en el final de cada uno y cada una… ¿cómo acabaremos nuestros días? Anticipo un deseo, para que no venga la telaraña del tiempo a devorar impunemente toda aquella fuerza: ojalá te maten. Que no te vayas sin ser importante para alguien.

Así voy.

Un pie en la tierra, presto a resbalar… pero hundido hasta el corvejón. Con dolor de andar los caminos: siempre familiares, siempre nuevos. Un pie en la tierra siempre viva.

El otro en las nubes, pero no las del cielo… con la pretensión eternamente nueva de las patadas de algodón. Temblando en el temor de no llegar a ese espejismo que se va. Un pie en la brisa hecha de azúcar.

Y claro, el resto del cuerpo en un hiato de vacío: el espagar esquizoide de quien no sabe dónde vive. Descoyuntada ya la voluntad en un imposible anhelo de absoluto en el que descreer.

Todo este escorzo de movimiento perpetuo[3] arroja dinamismo sobre sí gracias al contrapeso. En el bolsillo un réquiem: lento y desgarrado como aquéllos que ya no están pero nos cantan desde lejanos coros[4]… un poco más allá de la risa.

La intención de mis escritos no es recordaros, sino que os vayáis a vivir a un libro: para zafarme de ese lastre que llaman “pasado”, que dejéis mi memoria y os mudéis a mis Malas memorias. Encontrar la fórmula alquímica que mezcle sabiamente la dimensión de lo nuevo con la profundidad de lo antiguo: ése es el secreto para obtener unas “obras completas” geniales. Distribuir así el tiempo, entre creación y experiencia, entre sueño y recuerdo…

Bueno, soy un tipo extraño, diría que retorcido… imbricado, quizás. Durante los días de aburrimiento invento tentaciones que no tengo sólo por el metaplacer que es el ejercicio de voluntad: no sucumbir a ellas. De hecho llevo así más de cincuenta años (y cincuenta noches). Después, como guinda, lo escribo. Complejo, sí…

 

[1] Véase Las amistades peligrosas.

[2] Algo que sería tan pretencioso como imposible.

[3] Véase Desnudo bajando una escalera número 2, de Marcel Duchamp.

[4] Irreductibles a ceremonias o boatos.

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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