El mesón de los espíritus

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Samarcanda

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Aquello parecía más bien uno de esos garajes que se habilitan para organizar una fiesta de nochevieja… como solía hacerse a finales de los ’80 y principios de los ’90. Sólo que un poco más cuidado en la decoración, la pintura, la plantilla de camareros, etc. Pero desde luego El mesón de los espíritus dejaba la impresión de una amenaza. Si los espíritus tenían que venir aquí para obtener un poco de descanso ¡pobrecillos!

La ambientación era más bien oscura, de un azul muy ennegrecido… lo que transmitía una lúgubre sensación que sólo podía quitarse a base de priva y buen rollo. Pero no era esto lo que más abundaba en El mesón de los espíritus, que ante todo parecía un negocio. Al revés que otros lugares, no hacía olvidar la relación comercial. Al cliente le transmitía la impresión de ser eso ante todo, dejando en un segundo plano cuanto fuera humano.

Ya podían esmerarse en los detalles… En cierto sentido, a uno le invadía la impresión de ser víctima de una encerrona. Aparecía como un local fríamente planificado, con mucha mentalidad empresarial… pero sin alma. Quizá por eso era frecuentado por alumnos de Derecho, Empresariales y similares. El sitio no era feo en sí mismo, pero se prestaba a la fealdad en el trato humano.

El hecho de estar encerrado en la plaza de San Boato hacía de El mesón de los espíritus un recoveco presto a albergar efectivamente espíritus descarriados, tal como sugería su propio nombre. Pero no parecía especialmente dotado ni dispuesto a tratarlos con piedad… ni tan solo con misericordia. Más bien troquelando sobre los espíritus el alcohol como un marchamo, un sello indeleble de soledad humana.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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