La discusión

 Cafetería

 

Samarcanda

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A La discusión en teoría se iba a polemizar, de ahí su nombre. Pretendía ser un lugar para un diálogo más o menos efusivo y que diera frutos hasta cierto punto jugosos en una vida provinciana que no se conformaba con serlo.

A fin de cuentas hay una verdad a la que la postmodernidad se ha empeñado en restarle importancia, en aras de un funcionamiento pretendidamente mejor de la sociedad: cualquier comunidad humana se caracteriza por la existencia constante de diferencias entre sus miembros. Cuando no es así, sólo puede deberse a que[1] sus miembros están muertos… Si no lo están aún, resulta un síntoma inequívoco de que acabarán estándolo en breve: es la entropía.

Para combatirla nada mejor que la polémica, algo que contribuye a hacer sentir vivo al individuo y por ende a la comunidad. La pretensión de La discusión era ésta. Facilitar un lugar, un foro en el que dar rienda suelta de forma pacífica a las diferencias… que paradójicamente contribuyera a la convivencia. Algo así como una válvula de escape que permitiese durante el resto del tiempo compartir la vida cotidiana con quienes piensan de forma distinta a la propia.

Esta idea, más o menos terapéutica, contribuye a la cohesión del grupo… Aunque parece que ya ha pasado de moda, como si perteneciera a otros siglos que se consideran ya superados. Quizás por eso mismo La discusión se había convertido en algo más peregrino. Una cafetería al uso, con sus mesitas preparadas para acompañar reuniones entre amigos o al menos entre afines. Y con sus juegos de mesa disponibles para disfrutar de un rato agradable, distendido, cálido.

En otras palabras, una convivencia pacífica de compartimentos estancos. Pero la polémica ya había quedado desterrada de La discusión. Puede que la práctica del diálogo hubiera desembocado en el ostracismo y la incomprensión entre diferentes. Quizá porque en el fondo resultaba más cómodo considerar un enemigo al diferente… combatirle en lugar de negociar y comprenderle.

Lo cierto es que La discusión había perdido su espíritu más auténtico y dialécticamente combativo, si es que alguna vez lo tuvo fuera de la intención nominal… demostrando con eso algo que dice muy poco en favor del ser humano[2], a saber: que prefiere desembocar en la violencia por ser un lenguaje más fácil y directo, más primitivo… No en el diálogo, pues éste requiere una elaboración mental para la que en el fondo no se cree capacitado.

Nada más universal que la violencia física. La entienden incluso los animales irracionales… Además, para ella resultan indiferentes y secundarios los idiomas, así como las culturas en las que éstos nacen. Nada más lejos del diálogo que el imperio de los hechos.

De nada sirve La discusión en una ciudad, en una sociedad que ha ido derivando paulatinamente hacia la imposición de y por la fuerza, del tipo que sea. La discusión era una oferta de diálogo… constantemente rechazada. En el mejor de los casos, desembocando en el solipsismo y su versión de pareja. Un mundo aparte: como el armadillo, se aparta voluntariamente del mundo para desembocar y refugiarse en el lirismo.

Nada extraño si alrededor el ambiente es asaz hostil. Si la discusión, siempre enriquecedora aunque incómoda, ha quedado reducida a su mínima expresión. El nombre de una cafetería, de un foro ninguneado cada día.




[1] En uno u otro sentido, en mayor o menor grado.

[2] Al menos tal y como lo conocemos en la actualidad.

 

 

Sonido

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