Lusitania

Disco

 

Kagan

´87

´94

685 

             

 

Con las discotecas de los pueblos ya se sabe. No hay que esperar grandes cosas, porque sólo son la actualización, la modernización de los bailes tradicionales… aquéllos en los que los mozos del pueblo desparraman, se desbravan e intentan emparejarse. Algo así como una verbena continuada en el tiempo y en lugar cerrado, en una palabra.

Ni más ni menos eso era Lusitania. A pesar de la carga intelectualoide de su nombre, con resonancia de culturas prerromanas, en el fondo sólo era eso. Un sitio en el que dar rienda suelta a los principios básicos que mueven al ser humano. Si hacemos caso a Freud: sexo y agresión.

Ni más ni menos que ése era el contenido en los focos que iluminaban Lusitania por dentro. Los recuerdo en color azul y rojo… casualmente, igual que las letras del luminoso de la puerta. Sobre fondo blanco, pero repitiendo el esquema.

Allí terminaban desembocando todas las pandillas de Kagan y alrededores. Buscando copas y baile con los que disfrazar penas, envalentonar decisiones o encontrar algún tipo de perdición humana en medio de la noche. Una noche que se volvería a repetir mañana, sin duda, pero con una desesperación agravada.

Lusitania era como un baile de boda pero un poco más civilizado. Si lo quieres decir así, institucionalizado. Era como una condena, la sensación claustrofóbica que brinda una libertad que en realidad es una encerrona. Típico de las cabeceras de comarca: reunir las desesperaciones tradicionales de la zona, arropar la imposibilidad de cumplir los sueños devaluados.

Lo que puedas pensar o sentir… ya era patrimonio de tus antepasados. Esto te decía Lusitania con sus brazos amarillos de eterno retorno, mientras te invitaba a la resignación con ese beso de Judas que se llama conformismo… otra copa.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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