Rosa 7

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Samarcanda

´97

´99

988

             

¿Cuántas veces estuve en aquel garito de nombre Rosa 7? No más de cuatro o cinco, creo recordar. Pero más que nada por cuestiones circunstanciales, porque se trataba de uno de esos lugares de reunión con personalidad, aunque le faltaran señas de identidad. Sin embargo su localización céntrica, junto a la plaza principal, lo convertía en atractivo aunque sólo fuera por comodidad geográfica. Al Rosa 7 iba la gente para reunirse y después emprender la excursión de turno por la jungla nocturna, repleta de rincones oscuros: tan atractivos como peligrosos. En este sentido, tenía algo de “cuartel general”.

Pero el Rosa 7 era luminoso, como animando a coger fuerzas para la que esperaba más tarde: de una luminosidad propedéutica, podría decirse. La música no era mala, algo así como un homenaje a la juventud militante: plagada en aquella época de lo que se suponía eran los himnos de la rebeldía. Rock, pero nada contestatario ni políticamente comprometido, pues esto habría hecho que el Rosa 7 se definiera, con lo que ello conlleva de contraproducente… por definición: un ambiente así rechaza a quienes no comulgan con el credo que ahí se profesa.

El Rosa 7 era más bien un comodín, un disfraz que se adaptaba a las necesidades y/o exigencias de quienes lo frecuentaban; quizá éste fuera el motivo por el que a mí me daba la impresión de ser un poco mercenario y me provocaba cierto rechazo. No es que me cayera mal, pero yo intuitivamente me mostraba reacio… quizá por eso nunca llegamos a intimar ni mantuvimos una relación un poco más estrecha. Aunque reconozco que con esas mismas características o muy similares, en su día me sedujo el Plátanos hasta el fondo. Y aquella relación que mantuvimos durante años, aquel ilimitado idilio, bien habría podido darse en mi corazón con el Rosa 7 si la época en que nos conocimos hubiera sido diferente; de ahí que yo reconociera su capacidad seductora, pero no me había encontrado en el momento adecuado… cuando el Rosa 7 apareció en mi vida, yo ya me encontraba iniciando el declive en mi amor por la noche maracandesa. Pero no por desencanto, desamor ni despecho: se trataba simplemente de una etapa más de la vida misma y su evolución natural. Quizás pudiera decirse que el Rosa 7 era una reinvención que realizaba Samarcanda, una metamorfosis con la finalidad de mantenerme a su lado: una reencarnación con el objetivo de no perderme; ésta sería una interpretación algo paranoica por mi parte… más bien creo que el Rosa 7 era una versión urbana o de bareto del famoso mito del eterno retorno. Una fuerza impersonal que por permanente tendía a resurgir en otra versión o dimensión (si prefiere decirse así), cambiando el nombre y el aspecto pero conservando su esencia.

Todas estas especulaciones, sin embargo, me resultaban indiferentes, pues para mí ya había tenido lugar el suceso que se llama juventud y no me había quedado anclado en esa etapa: mejor o peor, seguía evolucionando hacia la vejez a través de la madurez. Por eso cuando entraba en contacto con el Rosa 7 invadía mi mente una sensación semejante a la que podría decirle a un amigo que llega tarde a la cita: “Está bien, chaval… pero no cuentes conmigo. Diviértete con otro, yo ya estoy en otro sitio”.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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