El bombo

Tasca

 

Samarcanda

´83

´87

989

             

Eran los ’80, la época de mayor fama de El bombo en el ambiente progre de la época; resultaba casi imprescindible, obligado diría yo,  pasar por allí durante un rato a lo largo del fin de semana. Ahora resulta difícil de comprender, desde el paradigma comunicativo imperante en la actualidad: la inmediatez y la omnipresencia que facilitan las redes sociales y los dispositivos comunicativos portátiles.

Pero en aquella época había un elemento de aleatoriedad o imprevisibilidad que se intentaba amarrar, sujetar a la voluntad gracias a los lugares de encuentro, como era El bombo. Ya la zona en la que se encontraba resultaba una declaración de principios para los clientes habituales: en aquel enclave que era casi una encrucijada, donde empezaba la zona antigua de Samarcanda. Allí regían casi las leyes de la frontera, porque no se terminaba de saber muy bien si formaba parte de la Samarcanda tradicional o la alternativa.

El bombo vivía un poco a remolque de esa leyenda de malditismo que no era tal más que a ojos de los adolescentes como yo o de quienes temían a lo desconocido. No era otra cosa más que un grupo de gentes con inquietudes, que allí se daban cita: por el buen ambiente, la música adecuadamente seleccionada y el credo tácito que compartían… simplemente buscar una forma de vida alternativa a la establecida. Más allá de las cañas, incluso de las patatas características que daban fama a El bombo, se encontraba ese territorio inmaterial que hacía del bar un ritual compartido. Allí todo el mundo sabía a qué atenerse: aunque sólo fuera a degustar las tapas, el paradigma inspirador de El bombo reunía todo lo dicho, hasta el punto de que la personalidad del bar resultaba indiscutible.

Incluso para mí, que no pasaría por allí más de cuatro o cinco veces, El bombo poseía una carga casi eléctrica, hasta el punto de que podría hablarse de una personificación del bar, pues la gente se refería a él como alguien, más que como algo. Personalidad no le faltaba, sin duda… incluso parecía comunicarles a los visitantes que lo frecuentaban su deseo de que volvieran por allí, convirtiéndose así en clientes… o bien de que no lo pisaran de nuevo.

Si hubiera que elaborar un hipotético catálogo de lugares memorables de aquella época, sin duda El bombo tendría que estar entre ellos. Pero ¿acaso no es eso lo que estoy haciendo yo ahora?

No sé cuánto duraría abierto aquel garito: el cambio de costumbres, la progresiva acomodación de las gentes que lo frecuentaban y las nuevas tecnologías habrán acabado con él de todas formas, de eso no cabe la menor duda. Una pequeña piedra angular inserta en el monumento que fue aquella época: ni más ni menos que eso era El bombo, aunque las personas que lo hacían sobrevivir cada día ni siquiera fueran conscientes de su labor, tan callada como incomprendida. Un poco de descanso necesario para aquella época traumática, sin duda.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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