La gaviota

Cafetería

 

Samarcanda

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“Lo importante es poder hablar”, así decía una publicidad telefónica, típica de los ’90, incitando a la población en general a consumir sus productos. Iba muy en la línea general de la sociedad, que parecía haber descubierto algo siempre presente, pero que hasta entonces había estado latente o adormecido: la comunicación. En consonancia también con el supuesto espíritu dialogante que informaba a todas las ramificaciones del poder.

En esa misma línea se encontraban muchas conciencias, lo que daba lugar a un sinfín de actividades relacionadas con ello: entre otros lugares, proliferaban los lugares destinados a las tertulias de sobremesa, con el estómago debidamente satisfecho. Un café en La gaviota era buen ejemplo, porque allí se daban cita conciencias inquietas que intercambiaban sus impresiones acerca de: la realidad (tertulias con compromiso), las ideas (tertulias intelectuales) o el arte (tertulias literarias o estéticas); pero también las confidenciales (tertulias amistosas), las declaraciones afectivas (propias de los enamorados) o de intereses estudiantiles (tertulias académicas) y/o mercantiles (negocios, sin más).

Como puede comprobarse, las facetas de la comunicación eran casi infinitas, así que con gran complacencia La gaviota daba cobijo a tertulianos de todo tipo; ése era su negocio porque estaba planteado así, aunque también acogiese a peregrinos de las cañas, devotos del vino y las tapas o cualquiera de los otros perfiles circulantes por aquellas calles acogedoras, tan repletas de piedras silenciosas que guardaban memoria de acontecimientos dispares. ¡Quién sabe! quizás a día de hoy continúen haciéndolo…

El ambiente de La gaviota estaba cromáticamente dominado por el gris y hacía algo de frío casi siempre, por eso yo no lo frecuentaba con la afición que lo habría hecho de ser diferente el caso; pero de alguna manera me sentía atraído por el ofrecimiento de sus productos alcohólicos y antropológicos, mayormente. Sin embargo aquel garito y yo no llegamos a congeniar en profundidad, me parecía un poco impersonal y además estaba junto a la Universidad Fanática, lo que me contagiaba cierto repelús en el espíritu… como si pudiera estar imbuido por las energías negativas que circulaban permanentemente en aquel antro, dogmático por antonomasia.

Recuerdo haber hecho algún alto en el camino, repostar en La gaviota mientras me dirigía a otros lugares que me convidaban a veladas más propicias; también alguna caña a deshoras tuvo mi presencia en su interior, de manera improvisada.

Incluso pasé en ocasiones por el paisaje de La gaviota a la hora de las tertulias, que incluso me parecieron animadas. Creí percibir siempre un gesto amable por su parte, para que me ablandara y me dejase llevar a su interior… pero jamás llegué a hacerlo con la entrega que precisa semejante encuentro: para comulgar con el alma de la materia que encarna todo bar.

Puede que fueran las casualidades o las circunstancias, pero también la intuición que me invadía ya entonces y ahora constato con indiscutible claridad, tras el paso de los años. Se equivocaba aquella época, porque lo importante no es poder hablar, sino tener algo que decir. Cuando es así, incluso llega a inventarse el idioma en caso de no existir. O se burla la censura, si es el caso.

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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