Tus canciones sólo son cadáveres en el asfalto. Jalonan una vida cuya juventud era promesa: esa dignidad superior reservada a los elegidos resulta imposible ya para ti por ser tan rebelde… a la vez que tan crítico con la rebeldía. Te crees muy listo por ser intelectual, pero en cualquier momento pueden partirte la cara, sin más pensamientos.

“Me adulas” –decía yo con falsa e irónica modestia ante los halagos.

No lo pierdas de vista: quien no sabe qué significa estar acabado se condena a la planicie de su cabeza, elige esa cómoda condena que encadena. Se puede ser un profesional del pensamiento, igual que de la respiración, la higiene o el sexo: todo el mundo hace de todo eso, pero casi siempre en condiciones penosas. Tienes el clásico perfil que repele: la boca abierta y el belfo colgante; tus recuerdos ya sólo son jirones, harapos de ropería que yo no querría, rompería… Y tus fotos son como aquellos cromos de futbolistas, extraños entre mis manos de niño: poseen misterio-fugacidad y un halo de nihilismo.

Te propones sin éxito dejar de perseguir chic@s independientes con perfumes frutales, no hacerlo ni tan siquiera con la mirada o la imaginación… que cada un@ siga su rastro, nunca el tuy@. La decisión final, el inicio del resto de tu vida consiste en hacer cosas porque sí, sin pensar que la locura puede volverse contra ti: que eso mismo que hoy te encanta porque te resulta afín, mañana tendrá otro rostro.

¡Qué pena de especie! ¡Cuántos seres humanos acabarán sus días sin haber llegado a saber lo que es el éxtasis… intelectual! Sin tener elementos de juicio para llegar a una conclusión objetiva sobre la vida…

Resulta patética tu pretendida sinceridad, porque la pregunta clave, el centro del Universo es: ¿en qué piensas cuando te tocas los pies, cuando te miras el ombligo? Y tiene una respuesta tan peregrina y superficial como el episodio que significa.

Sin duda, cualquier día comprarás pelo en polvo para ir a las fiestas de antiguos alumnos.