3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.1. a)

Descripción impresionista

 

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Mis recuerdos son como libros almacenados en los anaqueles de la memoria: aguardan aletargados el beso de una princesa, la literatura, que les venga a despertar a la vida. En fin, narrar es esto: desempolvar hábilmente datos más o menos apolillados, hacer de ellos una escultura de palabras para despertar ojos hasta ese momento cerrados. Las Malas memorias me dan tanta pereza como un rompecabezas. Idealizar las ausencias: vocación de la soledad involuntaria… pero gran error para reconciliarse con la realidad.

De cada etapa de mi vida he tenido una sensación dual: simultáneamente me ha parecido provisional (porque puede terminarse en cualquier momento) y definitiva, porque inmediatamente se anquilosa en el recuerdo: intocable pero moldeable a mi antojo. Por eso todas las etapas me resultan tan fascinantes…

Aquí van estas Malas memorias de una noche de verano. Si quieres, si me apuras… son unas apócrifas memorias de este otro Adriano. El protagonista es –a su manera– emperador sin corona: de unos dominios en los que nunca sale el sol. Imperio de luna vacía que se aletarga entre las sábanas; entre sueño y demencia pasajera, aguardando la resaca entre neblinas de soledad… con música de Silvio Rodríguez al fondo.

A veces tengo la impresión de ser un intruso en mi vida: de hacer y deshacer a mi antojo sin remordimiento alguno, distanciado por un abismo infernal que es la materia. De ser sólo un espectador interpretando un cuerpo, impunemente.

Cuando me pongo a escribir las Malas memorias, pienso: ahora me voy un rato al pasado. Perfecto, idealizado… sin los dolores de cabeza, las desesperaciones ni las resacas. Sin ese olor rancio que deja el alcohol sobre el cuerpo, más indeleble que cualquier tatuaje. Disfrutar de lo que hago, mientras lo estoy haciendo; lo mismo con lo que he hecho, cuando lo recuerdo; también lo que haré, mientras lo proyecto. ¿Acaso no es ésta la base de la felicidad y de toda ética, proyectando en y sobre el otro mis carencias?

Me voy al pasado que yo quiero: lo deformo a mi antojo, os manoseo hasta el hartazgo en esta especie de violación impune. Todo ha dejado de tener voluntad propia, todo está a mi merced: incluso vosotros.

Tarde o temprano todo se convierte en recuerdo, sin duda. Falta por saber si esto es la esencia del tiempo, de la experiencia… o se trata tan sólo de una maldición con la que debemos aprender a convivir sin más remedio.

Primero la explosión: la juventud y su existencia de añicos. Después la fuerza centrípeta: la madurez como reconstrucción de un mosaico sin modelo, sin referencia. Esta “literatura reconstructiva” es como labor de monje: buscar una armonía que nunca llegó a existir, pero se intuía. Recopilar y “armar”[1] ese batiburrillo requiere concentración, pues en caso contrario las piezas no encajan.

Resulta implacable, agosta el placer a su antojo. Nuestro legítimo afán de eternizar los instantes choca con la losa del tiempo; acaso ya hayamos perdido la felicidad, acaso la hemos convertido en otra cosa.

Por todo eso, cuando leáis las páginas siguientes no perdáis de vista algo: es un tiempo que no echo en absoluto de menos. Tuvo su momento, fugaz como todos, pero no por eso resulta digno de ser eternizado. Si lo plasmo con letras más o menos torpemente, sólo es como propedéutica: puede que en algún sentido pudiere servir como referencia para futuras generaciones.

Cada uno piensa que su ombligo es el centro del mundo: es un absurdo compartido por todos los seres humanos. Y en mi caso, casualidad y ombligo son sinónimos, así que ¡aprovechemos lo fortuito y lo azaroso para convertir en universal lo concreto, para hacer trascendente lo que sólo es inmanente! Plasmar la realidad, literaturizándola. ¿Acaso es un delito? ¿Acaso sirve para algo?

Lo haremos así: con mis palabras mágicas, aparecerá ante vosotros aquel mundo perdido. Se materializará sólo una vez, por escrito, la quimera de la juventud. Desfilarán monstruos y entes ideales, lugares imposibles y conceptos deformados: y reviviré con dolor y pasión momentos que no supe vivir sin entrega, esbozados torpemente en su día… narrados hoy en un estilo que quizás no les corresponda.

Os regalaré mi vida tal como os gustará leerla, para que sepáis discernir el contenido de mi pasado. Me veo en él casi como un extraño, dilucidando símbolos de un lenguaje que desconozco pero sé importante. Haré de profeta ciego para un público al que no deseo salvar.

Siento tantas necesidades cuando aparecen los recuerdos, involuntariamente… sólo convirtiéndolos en literatura podré arrancarlos de mi pecho. Con la batuta mágica de tinta azul, con la varita maestra de dirigir multitudes: para que no me hieran los imposibles como lo han hecho siempre, como lo hacen ahora que mi hijo duerme junto a mí. Circulo entre mis recuerdos como quien desfila de noche por los barrios de su niñez: desorientado, buscando rostros amigos… pero encontrando sólo incomprensión de luces temporizadas y la amenaza constante de los vecinos ausentes. Encontrando sitio para aparcar a regañadientes.

En mi nueva vida ya no caben los imposibles porque ha ocurrido una metamorfosis de magia, gracias a la cual ya no soy esclavo de mí mismo: ahora soy tan libre como sólo puede serlo alguien que una vez lo quiso todo y a quien el mundo se le quedó pequeño.

Creedme: mientras redactaba estas Malas memorias he imaginado en ocasiones cómo sería un hipotético reencuentro con algunas de las personas/personajes/arquetipos que las integran. Casi siempre me han resultado situaciones indeseables, porque al ser de carne y hueso abandonarían su condición literaria, indiscutiblemente ventajosa para todas las partes implicadas.

Lo contrario sería la clásica escena de película mala: los muertos salen de sus tumbas, revueltos en su putrefacción para reclamar aquello que ya resulta imposible.

Voy a cagar, pongo una colada, vuelvo a las Malas memorias. Salgo de compras, como, duermo, vuelvo a las Malas memorias. Juego con la familia, vemos pelis, paseamos, vuelvo a las Malas memorias. Parece el mito de Sísifo: una especie de maldición que me persigue eternamente, superando espacio y tiempo. Pero sólo es apariencia, porque si vuelvo a estos escritos, lo hago como quien va poniendo calderilla en la hucha, apreciando así unos ahorros que de otra forma no valdrían. El objetivo, la tarea: sublimar la realidad, literaturizándola. Demiurgo incontestable, manoseo y deformo poéticamente a mi antojo el pasado: a buen seguro fue más feo, aunque eso ya sea de todo punto irrelevante porque así pasa a formar parte de una mitología contemporánea, compartida por quienes alguna vez coincidimos sobre el capricho que es la faz de la Tierra.

¿Qué más da si la realidad fue otra cosa? Ya no podemos modificarla, aunque sí divertirnos manoseándola: y resulta un trabajo manual reconfortante, porque nos reconcilia con nuestras frustraciones, tan humanas como deleznables.


 

[1] Que habría dicho Cortázar.

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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