3. Mis memorias: declaración desnuda de intenciones; objetivos

   

3.3. c)

Mis querencias: ¿qué tengo y a qué tiendo?

 

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En mí conviven de forma constante y pretendidamente armoniosa: lo poético con lo político, lo científico y lo estético, lo laboral, sindical, sexual, intuitivo, literario, musical… y el infinito etcétera que hace de mi existencia una suerte de poliédrico desequilibrio precario, siempre al borde del abismo[1].

Soy (podría decirse así) rico en muchas cosas importantes. ¿Acaso puede importarme el reconocimiento público?

Mi vida resulta tan difícil como yo la he querido hacer[2], lejos de la facilidad de una vida sencilla y vacía. Negándome a renunciar a todo aquello que he considerado siempre irrenunciable, a cualquier precio: amor, justicia, arte, aventura…

Pudiera parecer una existencia abigarrada, cuando no excesivamente intensa, pero la realidad es bien diferente: una de mis tendencias irrefrenables es la inactividad. Mas si me encanta no hacer nada, es porque mientras tanto, pienso y mis reflexiones me llevan hasta insospechados puertos. Tras haber visitado infinitos mundos, versátiles y contrastados, he llegado a la conclusión de que el hecho de que algo me guste sólo depende de mí.

Así se comprende sin mayor dificultad que mi vida es una chapuza tras otra. En mí habita la sensación perenne de que cada cosa podría haber salido perfecta si la hubiera hecho de otra forma o la hubiera enmendado antes de que terminara. Cuando aún estaba a tiempo, como ahora estas letras.

Me gusta pensar que soy distinto y sin embargo actuar como si fuera una persona normal. ¡Claro que no soy perfecto! Por eso soy perfeccionista… ¿acaso no es éste el grado supremo, el de la perfección siempre inacabada? Semejante perfeccionismo se debate siempre entre dos absolutos: la necesidad de desconectar, del descanso total… y la urgencia de cambiarlo todo, desde la raíz. Ambos son mandatos imperiosos que surgen desde el interior.

Cuando ejercía de iluso deseaba descarriar buenas voluntades para desordenar la parte ya cuadriculada del Cosmos, sin prever las amarguras que me tenían reservadas sus emisarios. Hoy he elegido ese acorchamiento celular que nos ofrece el alcohol, mientras comienza… con la finalidad de buscar el antídoto de mi futura inexistencia, provoco y siento una aterciopelada brisa que convierte cada uno de mis pensamientos en algodón de nubes.

“De derrota en derrota hasta la victoria final”, decían las pintadas de los baños en aquellos monumentos de los bares… catedralicios.

Me pregunto hasta qué punto y por qué me gusta aquello que se supone debe gustarme. El dinero, mi pueblo, las mujeres, Dios… sin duda tod@s son una herencia educacional: aunque en teoría y como tales me dejen frío[3], la experiencia me ha regalado pasiones, como el amor, pero me ha privado de esos lastres heredados… casi hasta llegar a hacerme libre.

En otras palabras, libre significa deudor únicamente de mi propia ética (autógena).

Una ocurrencia que enseguida abandoné como proyecto por desaforado: convertirme en la primera persona de la Historia rechazante de dos Nobel (uno de ciencias y otro de letras).

Yo he visto

y espero de nuevo

un agosto con dos lunas.


 

[1] Al terminar el párrafo anterior, escucho por casualidad palabras de Semprún y veo que las mías sólo eran un instrumento de su energía, que arrebata en un chorro de ideas el sentido a la mente y las dimensiones.

[2] Muchas veces inconsciente o intuitivo.

[3] Ni siquiera es odio, esa forma con la que suele disfrazarse el amor.

 

Sonido

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