Plácido

 Acorazado

 

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El carácter desgarbado y risueño de Plácido Acorazado ponía un punto de ternura en aquel cuerpo grandote. Además reía de medio lado y como con desgana, pero de forma cómplice y entrañable.

Plácido Acorazado era uno de los estudiantes de Filosofía que parecen llegados a ese rincón del mundo del saber con una convicción que está más allá de las circunstancias personales. Cumpliendo un designio estelar o una tarea autoimpuesta… no sé, algo así como si no pudieran evitar un paisaje tan distinto del mundo real, en el que por otra parte se desenvuelven con facilidad. Era de una promoción posterior a la mía.

No sé a qué se dedicaba Plácido Acorazado cuando le conocí, pero mi memoria le asocia con instrumentos musicales… probablemente porque combinaba sus estudios con el hecho de ser guitarrista o batería de algún grupo. Poco después empezó a trabajar (no recuerdo dónde) y no mucho más tarde desembocó, como pudiera hacerlo un río, en la cabina del Acorazado. Poniendo música con una maestría objetivamente reconocida… el último lugar laboral que le conozco. Probablemente durase años en el Acorazado, si no es que sigue allí a fecha de hoy, desenvolviéndose con frescura entre los platos y los decibelios.

Se le veía más feliz en el Acorazado que peleándose con la Lógica, sin duda… a pesar de que ambas cosas tengan mucho que ver entre sí. Imagino que terminó la carrera, aunque también que no le proporcionaría muchos beneficios económicos, como es tradición.

En todo caso resultaba claro que el Acorazado le sentaba bien a su cerebro. Durante los años que conocí a Plácido Acorazado, su masa encefálica se iba saneando ostensiblemente, algo que se notaba durante los encuentros nocturnos. A salto de mata, como suelen ser las comunicaciones durante las noches de marcha.

Plácido Acorazado era un tío que sabía escuchar, algo que no puede decirse de demasiada gente. Mientras hablabas te miraba con atención y siempre resultaba un interlocutor fácil. Podía disentir, pero lo hacía con buen humor y de una forma comedida, razonada. Una cosa que parece tan fácil y carente de mérito, resultaba una bendición en un entorno con las características del hábitat que rodeaba a Plácido Acorazado. Si él parecía una rara avis, ocurría así por el contraste: de su carácter comedido entre aquella maraña de solipsismos estridentes.

Lo que nunca acabé de comprender muy bien es cómo compaginaba su carácter con el de Adriana Insecto. Pero lo cierto es que[1] acabaron siendo pareja durante no poco tiempo. Al menos durante unos años, que yo sepa. Imagino que lo complementario de sus respectivas personalidades resulta un secreto para todos aquéllos que no seamos ellos dos. Pero es algo fluido y natural en ese entorno de pareja en el que lo comprensible termina siendo tan obvio como inevitable.

Lo cierto es que Plácido Acorazado siempre estaba de buen humor y dispuesto a charlar un rato con un cigarrillo en la mano… y una cerveza en la otra. En general, uno de los rasgos típicos de las gentes que de una u otra manera se dedican al mundo de la Filosofía. En mi memoria le veo circulando entre una neblina de pedales y guitarras, de tabaco y música ambiental… evolucionando sin mayores dificultades entre los reflejos de una noche muchas veces incomprensible, pero siempre aleccionadora. Ocre y sombras.



[1] Como si se tratara de un trueque de cónyuge al estilo de los bailes tradicionales, cuando se gritaba “¡Cambio de pareja!”

 

 

Sonido

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