Adoración
Estrecha Samarcanda ´91 ´92 795
         
             

Imaginar el aburrimiento que presidía y ocupaba a cada instante la vida de Adoración Estrecha resultaba ya de por sí aburrido. No sólo la monotonía con la que Adoración Estrecha comulgaba complaciente cada mañana: la de fichar la entrada del trabajo para ella resultaba ser una tranquilidad, saber que todo estaba en su sitio. Como ayer, como mañana, como siempre. Algo a lo que poder aferrarse para enfrentarse a la vida, siempre tan imprevisible y amenazadora.

Probablemente a Adoración Estrecha le resultaba también aburrido todo, pero le otorgaba una seguridad que no cambiaba por nada: sólo así puede explicarse que llevara soltera cerca de cincuenta años, pero satisfecha y orgullosa de su más que probable virginidad. El aburrimiento como precio de la seguridad tiene una fórmula sencilla, todos lo sabemos; consiste ante todo en desterrar la aventura, renunciar a lo imprevisible. Cerrar la puerta a todo aquello que pueda escapar del propio control significa por lo general proscribir al resto de las personas de la existencia de uno mismo; al menos dejarles fuera de la frontera que suele llamarse intimidad.

Esto Adoración Estrecha lo llevaba a rajatabla, aunque hablara con la gente y pareciera relacionarse con normalidad con cualquiera; suponía el eje central de su existencia, por las consecuencias colaterales que tenía. Adoración Estrecha era el solipsismo personificado, aunque disfrazado de normalidad.

Aunque yo sólo la veía ocho horas al día de lunes a viernes, cuando nuestro horario laboral nos hacía compartir sala en el negociado en el que ambos trabajábamos, su manera de trabajar y relacionarse con el resto de las personas que allí estábamos, significaba una perfecta radiografía del alma de Adoración Estrecha.

Por si esto fuera poco, estaban las llamadas telefónicas que Adoración Estrecha realizaba y resultaban ser confesión inequívoca de una personalidad tan gris como complacida de serlo; Adoración Estrecha era una pieza del engranaje que hace funcionar la maquinaria de una sociedad despersonalizada, cosificada. Solía empezar así su perorata por el auricular: “Hola, llamo de la comunidad de vecinos de la plaza… era para el asunto de un pago…” Lo demás ya resultaba anecdótico, porque en eso estaba plasmada el alma de Adoración Estrecha, en esa Nada.

Por eso el resto de sus compañer@s de trabajo le quitaban importancia a semejante vacuidad y se limitaban a tratarla como a una cosa inofensiva o a un animalillo… lo que venía a ser ella, por propia iniciativa.

Por mi parte, yo me complacía pinchándole la personalidad con toques de atención, casi siempre inocentes. Como aquella vez que coloqué en la pared un cartel que decía, imitando un graffitti: “La primavera está hasta los cojones de El Corte Inglés”… o aquel chiste en el que podía verse a dos náufragos sobre una balsa, a quienes el golpe de una ola imprevista les hacía perder su única posesión: una maceta que escapaba de su alcance, a pesar de estirar el brazo. Uno de ellos gritaba desesperado: “¡¡¡El geranio!!!”

A Adoración Estrecha esta última le hizo mucha gracia y –como otras veces con mis ocurrencias– consiguió arrancarle una carcajada. Un ataque de risa que dejó a la vista los huecos de su dentadura, pendientes de ser arreglados por el seguro de funcionarios… algo así como una rotura de esquemas que recordaba inconscientemente, psicoanalíticamente, al color rosa tan propio del himen de una monja de clausura.

El resto de su tiempo, de la vida de Adoración Estrecha: unas gafas para ver de cerca.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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