Alejandro
Rana     ´83   710
             

 

En la vida se puede ser muchas cosas, entre ellas tonto. No pasa nada por eso, salvo que el sujeto en cuestión se crea superior al resto de los humanos, en cuyo caso cada uno de los que se encuentre a lo largo de su vida hará lo posible para dejar claro quién es el inferior.

Justamente esto es lo que le pasaba a Alejandro Rana, quien consideraba el planeta como un instrumento a su servicio, un lugar en el que lucir su pretendida superioridad, en la que sólo creía él. Bautizado por Valentín Hermano en las conversaciones que manteníamos sobre él durante aquel verano del ’83, en el que compartimos con Alejandro Rana lugar de trabajo: de condena, más bien. Alejandro Rana era el socorrista de las piscinas del Hotel Rana, pero no le venía de ahí el apodo, aunque buen juego daba la polisemia de la palabrita.

En cuatro palabras, Alejandro Rana estaba calvo como una rana; seguramente para él se trataba de una cuestión sin importancia debida a herencias familiares o al hecho de ser muy rubio, casi albino. Pero el hecho es que las circunstancias dejaban a la vista de todo el mundo un cráneo pelado y rojizo, que por otra parte resultaba ser casi una metáfora del contenido, tan vacío de funcionamiento cerebral como ausentes los folículos pilosos de su epidermis.

Para Alejandro Rana, en su concepción del universo, si hay algo más imprescindible que el agua en una piscina es el socorrista. Casualmente era éste el papel que le había adjudicado la existencia; así que sin Alejandro Rana no podía funcionar la piscina, algo que a él le llenaba de un orgullo difícilmente explicable para toda la marabunta que por allí circulaba.

El chico ponía todo su empeño en lucir musculitos y exhibir una sonrisa tan artificial como forzada, por aquello de mostrarse amable por si acaso alguna fémina se fijaba en su inigualable persona… pero jamás vi durante aquel verano el más mínimo atisbo de que Alejandro Rana pudiese llegar a ligar con alguien. Eso sí, en cuanto tenía la oportunidad al hilo de la conversación hacía comentarios sobre los cuerpos femeninos que por allí se veían… no sé, creo que era algo así como un pescador lanzando la caña, por aquello de que nunca se sabe.

En general mi trato con Alejandro Rana era correcto, independientemente del hecho de que no compartiéramos más que el lugar de trabajo; para todo lo demás, estábamos en las antípodas.

Una tarde, Alejandro Rana recogía casi a la hora de cerrar, no había casi nadie… se le ocurrió hacerle una broma a uno de los clientes habituales, un chaval con un CI similar al suyo. Le cogió en volandas y le llevó hasta el borde de la piscina: no sé si con intención de tirarle o sólo asustarle… pero el otro se giró de tal manera que quedó de pie en tierra, mientras que hizo caer al agua al propio Alejandro Rana, que ya estaba vestido para marcharse. Salió inmediatamente del agua, pero hecho una sopa, claro… eso sí, sin perder la sonrisa bobalicona, que tanto le identificaba.

Una buena metáfora… allí quedó patente, indiscutiblemente, que su título oficial le habilitaba para poder ejercer su profesión: pero no era más que papel mojado.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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