Fermín
COLEGA   Namangan ´88 ´93 800
             

 

Fermín COLEGAera uno de los antecesores en la Facultad de Filosofía, actuaba por tanto a manera de guía con nosotros: el grupo en el que yo me movía en Segundo de aquella carrera, en el que estaba incluido Jesús Manuel LAGO, quien –al ser de su mismo pueblo– nos facilitaba apuntes y consejos a partes iguales.

Pero no sólo eso, porque como ya he explicado estudiar Filosofía era algo mucho más amplio que lo académico; suponía una declaración de principios que afectaba a la existencia completa, absorbiendo la vida como un todo: libación recíproca de vida y filosofía en un maridaje que le daba a la propia existencia un carácter nunca antes soñado ni imaginado como posible.

Esto también lo transmitía el diálogo con Fermín COLEGA, porque no significaba en absoluto lecciones de un veterano hacia los neófitos. Más bien era el intercambio de impresiones, tanto académicas como existenciales, entre dos visiones diferentes de un mismo mundo… con lo que esto significaba de enriquecimiento mutuo, compartiendo matices que de otro modo habrían sido hurtadas a todos los paladares.

Gracias a aquellos diálogos, por ejemplo, comprendí a Kant: Fermín COLEGA me descubrió la mina de oro que para ello era el libro de García Morente, una llave maestra para abrir aquella puerta blindada que de otra manera habría permanecido infranqueable para mí, como lo había estado hasta entonces.

Pero también, en el camino inverso, le proporcioné a Fermín COLEGA la ganzúa con la que pudo acceder al mundo del tango: un descubrimiento cuyo máximo resplandor tuvo lugar durante el verano del ’92, cuando me invitó a colaborar en su programa nocturno de Radio Denow. En fin, que si eso eran la cultura y la sabiduría, como parecía que habíamos descubierto Fermín COLEGA y yo, cada uno por nuestra parte, estábamos sin duda hermanados en ellas. Con sorprendente naturalidad, nada de artificio ni elitismos rancios.

Charlar de arte, música o filosofía era algo tan natural como el viento, nada rimbombante. Fermín COLEGA terminó la carrera y volvió a su pueblo, como tantos otros peregrinos de la sabiduría han hecho a lo largo de la Historia, recorriendo así un camino inevitable cuando no existe la Filosofía académica en tu lugar de origen. Esto significa el retorno a las cosas conocidas, las de siempre, pero con los ojos cambiados. Algo así como la pérdida de la inocencia, el crecimiento inevitable cuando se navega a través del itinerario de la vida: la maduración que suele dar lugar a la madurez.

Lo mejor de Fermín COLEGA era que no se negaba al crecimiento, al revés de esas gentes nostálgicas que pretenden ir contra natura evocando constantemente tiempos pasados que creen mejores; a mí Fermín COLEGA me transmitía la paz de la concordia, de estar reconciliado con lo que hay, aunque no sea aquello que elegirías si pudieras. Pero no conformismo, porque Fermín COLEGA era un tipo que luchaba por aquello que pretendía cambiar, por aquel mundo que le gustaría tener alrededor, transformando lo indeseable de lo que había. Además lo hacía con alegría, entre su sonrisa amable, su gesto namanganés y el pelo ensortijado que transmitía la esperanza de acabar con todo lo feo.

Entre tangos, jazz y tradiciones populares que le acercaban, brindando con vino de la tierra, a quien compartiese con él aquella visión del mundo tan cercana a la de Pablo Guerrero. Quizás Fermín COLEGA con el tiempo se acabara convirtiendo en profe de Secundaria como lo fueron también los oriundos de su pueblo: Jesús Manuel LAGO, Sol PULGA… y tantos otros. Pero para Fermín COLEGA aquello no significaba sucumbir a la inercia ni renunciar al anhelo de cambio, porque sin duda su espíritu era revolucionario.


 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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