Oli

Idiota

 

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No creo que fuera de esas personas que cambian para acomodarse a lo que se espera de ellas; más bien Oli Idiota parecía haber encontrado un lugar en el mundo adecuado a su manera de ser, algo que sin duda era mucho mejor para él. Y cuando esto le ocurre a alguien con su edad, que entonces rondaría los 20 añitos, es de prever que dure toda la vida, porque seguramente irá de un sitio a otro (como todo el mundo, dando tumbos por la realidad) pero lo que hará será perfeccionar aquello a lo que se dedica: motivo más que principal para creer que no saldrá ya nunca de esa rueda beneficiosa.

Además el carácter de Oli Idiota era de ésos que llevan aparejado un tipo de vida muy concreto, que por así decirlo arrastran al resto de las facetas de la existencia.

Le contratamos en el Idiota como camarero, pero no sólo eso: en la época era uno de los DJ’s de moda en Samarcanda, así que su presencia garantizaba como clientela a todos sus seguidores, que según parecía no eran pocos. Oli Idiota tenía don de gentes, eso era indiscutible; hablando con él uno ya se percataba de que gozaba de esa característica de forma natural, no impostada, forzada ni fingida. Además se movía tras la barra con una soltura encomiable, charlando mientras trabajaba como si lo hubiera hecho toda la vida… como creo que así era, al menos desde que tenía uso de razón.

Por supuesto: sus gustos musicales nada tenían que ver con los míos, pero esto para mí no significaba un menoscabo en ningún sentido, pues yo era plenamente consciente de que si hubiera impuesto mi criterio, el Idiota habría durado abierto bien poco tiempo. Así que le dejaba hacer a su antojo, igual que el resto de mis socios, también implicados en el deseo de que aquello funcionase a la perfección. Además, apostando por esta postura jamás podría decirse que si aquello no había funcionado (como así acabó ocurriendo en realidad, al poco tiempo) era debido a mis/nuestras mojigatas tendencias musicales, impuestas contra la voluntad de Oli Idiota.

De hecho a él allí se le veía feliz: disfrutaba de lo que hacía, sin duda alguna. Y nuestras diferencias en cuanto a gustos musicales nos las tomábamos lúdicamente; por ejemplo, durante el ritual del cierre cotidiano del local Oli Idiota ponía Ratitas divinas (con la complicidad de Lara Bellas Artes) como pulso amable y juguetón con la que proponía yo: la Canción obscena de los Ilegales. Formaba parte de la diversión, aunque hubiera dos concepciones del mundo tan diferentes representadas por aquellos iconos respectivos. Jugábamos a ser enemigos musicales, pero fuera de eso: ningún problema.

De ahí que cuando el Idiota se fue al garete, en el fondo lo sentí también un poco por Oli Idiota… porque él quedó huérfano de cuartel general y por tanto a merced del mundo de la hostelería, tan cruel e injusto siempre: mucho más en Samarcanda. Sin embargo no conservo mal recuerdo de aquellos días, aunque estuvieran plenos de ingrato e infinito trabajo para mí. Supongo que también fue así para Oli Idiota, aunque en su caso era diferente: él sólo era un asalariado; además nunca le regateamos en el sueldo, éramos generosos porque entendíamos que así aumentaba su motivación y pondría más de su parte para que todo mejorase. Creo sinceramente que así lo hizo y que si el Idiota se hundió, fue también contra su voluntad. Nada tenía que ver que Oli Idiota fuera un adolescente con poco cerebro: era un buen tipo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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