Remedios

Pirata

 

´83

  951

           

 

Estoy seguro de que todo empezó como un experimento de Remedios Pirata para conseguir adquirir conocimientos prácticos que le permitiesen corroborar o ampliar alguna de las cosas que estudiaba en la Facultad de Psicología. Seguramente aquella criatura no tendría más de 20 años cuando la conocí, en el verano del ’83… que yo tenía 18. Esos dos años, que aparentemente no son nada en la infinitud del Universo, entre nosotros marcaban un abismo por todo: no sólo la diferencia de conocimientos académicos (yo aún no había empezado la Universidad), sino fundamentalmente por la actitud hacia la vida y la experiencia adquirida de la misma hasta ese momento en nuestras respectivas vidas. Mientras yo estaba rompiendo el cascarón al estilo de Calimero, entonces tan de moda, Remedios Pirata ya estaba de vuelta de todo… o al menos ésa era su actitud, su pretensión.

Remedios Pirata entró en el mundo de las ondas donde los radiopitas operaban (operábamos) al margen de la legalidad, gracias a un walkie-talkie; como casi todo el mundo. Un par de conversaciones entre ellos al amparo de la noche… y enseguida surgió en el alma de Jesús Onza la necesidad de conocerla en persona, arrastrado por aquella voz para él seductora… bueno: en esto no se diferenciaba de ninguna otra fémina de la radiofrecuencia de los 27 Mhz.: todas le parecían seductoras por el solo hecho de ser mujeres. Y como Jesús Onza era mi guía por los senderos de aquel universo recién descubierto para mí, pues allá que quedamos una noche unos cuantos radiopitas para tomar una cerveza en el Genio, que era un lugar típico para las verticaladas.

La lupa de Remedios Pirata debió de estudiar sin mayor dificultad los dos especímenes que evolucionaban ante ella: un par de panolis quinceañeros con ganas de ligar, Jesús Onza y yo. Clasificados según sus taxonomías psicológicas y a otra cosa… nada relevante; “estadísticamente despreciable”, me atrevería a vaticinar que incluso figuraría de esta manera entre las notas de su libreta. Tanto es así, que a Remedios Pirata debió de entrarle curiosidad de saber hasta dónde podríamos llegar en nuestra pretensión de galanes maduros y donjuanescos, porque nos invitó a su casa para charlar amigablemente ante un café o una infusión, no lo recuerdo… Para allá que fuimos ambos, ufanos en nuestra tarea vocacional de tantear lo que pudiéramos, aunque sólo fueran posibilidades. La charla distendida era dirigida por Remedios Pirata, evidentemente: su carácter de psicóloga incipiente la avalaba en aquel experimento. En el colmo del ensañamiento, llegó a retarnos para probar unas anfetaminas que decía tener… y nosotros aceptamos ¡claro! Tras un rato de buenas risas (inocentes por nuestra parte, culpables por la de Remedios Pirata) devoramos aquellas tabletas marrones y extrañas… aún recuerdo que en el bote podía leerse: “LEVADURA DE CERVEZA”. Pero yo no era capaz de distinguir una vitamina de una anfetamina… e imagino que Jesús Onza tampoco. Así acabó la noche, entre los efluvios de la colonia que solía usar Remedios Pirata: Oasis. Aquello sí que alteraba mi conciencia imaginando bucear entre sus brazos.

Después de aquella ocasión no volví a verla en persona, aunque coincidí con Remedios Pirata en las ondas varias veces… si el éter transmitiera el eco de sus carcajadas, aún estarían resonando por los rincones del Universo. Pero en contra de lo que Remedios Pirata debía de creer, las ratas de laboratorio no son elemento suficiente para otorgar calidad al científico que lleva a cabo cualquier estudio.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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