Pedro

LISO

 

Samarcanda

´73

´96

 926

             

 

 

Los ojillos vivarachos de Pedro LISO parecían inundarlo todo hasta el punto que desaparecía lo demás, al menos se relativizaba de manera que dejaban de percibirse sus dimensiones objetivas. Como un encantamiento que se apoderase de los objetos, trastocando su tamaño normal. Puede que fuera sólo una apreciación subjetiva mía, pero también que se tratara de algo que de la misma forma cautivaba a todas las personas que rodeaban a Pedro LISO.

Sólo así se explicaría el asunto de que aquel hombre, en extremo bajito, moreno y feo pudiera llevar una vida normal: aunque le costaba horrores el asunto de la contabilidad, las facturas y los cobros… su empresa funcionaba.

Pedro LISO tenía claro que lo suyo era el mundo de la construcción, era lo que podríamos llamar un albañil militante. Con el mono de trabajo, sucio de barro, arena y cal… y envuelto con el olor a orines que desprende el cemento antes de fraguar, Pedro LISO estaba en su salsa. Luego venía, en los ratos de descanso en casa, aquello de los papelotes: entonces Pedro LISO fruncía el ceño y se sumergía a regañadientes en aquel mundo poblado de impuestos, intereses y robos con mil formas y nombres distintos. ¡Pero era inevitable! Muchas veces les pedía ayuda a quienes estaban más a mano, generalmente sus hijos… pero a mí también me enganchó alguna vez para que le elaborase facturas con su máquina de escribir, que él no sabía manejar. Lo hice con gusto, claro… así me sentía útil pudiendo demostrar que también servía para esas cosas, además de ayudante como albañil. También alguna vez me tocó acompañar a Pedro LISO como prueba de que valía para algo más que andar siempre con libros y Letras.

Aquel hombrecillo de panza prominente resultaba ser más ancho que alto, pero su gesto amenazante prometía repartir hostias si a alguien se le ocurría hacer un chiste sobre su físico, así que mi condición infantil me convertía en una persona obediente incluso con la mirada.

Crecí puerta con puerta, conviviendo con Pedro LISO y toda su familia… pero aunque yo ya tuviera más de 24 años cuando dejamos de ser vecinos, para mí seguía teniendo un halo que me generaba temor. No sé si por las historias que le contaba su mujer a mi madre, que le calificaban como violento… o quizás era la imagen que el propio Pedro LISO pretendía transmitirme para que no me acercara a su hija[1]: algo que me tentaba sobremanera.

Lo cierto es que la condición agitanada del físico de Pedro LISO me inspiraba cierto temor, amén de las botas propias de un chulo que solía usar: tacón cubano y tan negras como brillantes. Aunque su pelo oscuro, su tez morena y el pelo negro acercaran su figura a la de un escarabajo o una cucaracha más que a la de un monstruo, a mí ni se me ocurría pensar en Pedro LISO como alguien ridículo… ni tan solo ridiculizable.

En el fondo Pedro LISO se sentía orgulloso de todo lo que había llegado a conseguir en la vida, algo que estaba de sobra justificado: otro cualquiera en su caso habría sucumbido fácilmente ante las dificultades que le había impuesto la vida. Sin embargo Pedro LISO había sido capaz de salir adelante con todo, algo que se veía claramente que le enorgullecía y se gustaba: quizás precisamente por las dificultades que entrañaba.




[1] Imagino que precavido… temeroso de que alguien pudiera “picarle el billete”, como solía decirse en la época sobre la pérdida de la virginidad en clave de metáfora sobre el mundo del ferrocarril; era la tarea encomendada a los revisores.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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