SAMARCANDA

SA - 1.2.

Generalidades

maracandesas

día

1973

080

 

 

ESTÉTICA, SABIDURÍA Y GANADO

Una de las autodefiniciones que más les han gustado desde siempre a los habitantes de Samarcanda[1] es lo que resume en tres conceptos la maracandesidad como “esencia de una raza”, por así llamarlo.

Desde esa mentalidad de carácter militante, la del rancio abolengo y la pureza genética, esteparia donde las haya… La definición de la autoconsiderada élite, se resume perfectamente en esto: estética, sabiduría y ganado. Con ellas el maracandés hincha pecho, se llena de su propio orgullo olvidando la realidad… hasta el punto de pensar que el colectivo imaginario de ese rincón mesetario es real, auténticamente cierto.

Además de la incapacidad de enjuiciarse a sí mismo de forma justa y objetiva[2], el espíritu maracandés acepta así… apenas percatándose… la característica que lleva aparejada, casi de contrabando, esa soberbia. Si son tan perfectos, no tienen por qué cambiar: ésta es la versión más dañina y patológica del conservadurismo. Supone el caparazón con que el maracandés cavernícola y tramontano se enfrenta a cuanto viene de fuera, de lo que prácticamente nada le parece digno de ser aprovechado: “si vienen a vernos, es porque somos mejores ¿no?” Es el razonamiento miope que lleva de la mano a la intolerancia más caduca.

Para el maracandés convencido de serlo, el trío “Estética, sabiduría y ganado” engloba el Universo entero: lo que no cabe en este triángulo, no merece la pena y por tanto sería deseable que no existiera[3]. En su concepción del mundo no cabe que el aserto anterior sea una descripción benévola, que sería otra interpretación: la de quien ve Samarcanda desde fuera y pretende definirla positivamente buscando tres pinceladas excelsas que permitan olvidar el conjunto de mezquindades que también la constituyen[4], pero considera mejor obviarlas.

De hecho, para la pirámide esbozada por este triángulo casi divino, en lo alto está el arte: aquello que a nadie tiene que dar explicaciones, que reinventa el Universo entero por sí mismo, sin débitos de ningún tipo. Justo después está el saber, que es resumen de cuanto diferencia positivamente al ser humano del resto de la familia de animalidad a la que pertenece: el saber, la racionalidad como elemento sublime que permite la superación y la mejoría siempre inacabada.

Con esas dos premisas, ¿cómo entender la tercera, si no es un complemento de las dos anteriores? El ganado aquí representa la naturaleza como un apoyo más para lo que debería ser una vida completa, en armonía. Después[5] vendrán la industria, la riqueza (y la pobreza): los anhelos humanos más bajos que ni siquiera se nombran.

Pero para el maracandés, ridículamente embriagado de sus propios sueños enfermizos, “Estética, sabiduría y ganado” resulta una conjunción inclusiva: desde su punto de vista, todo cuanto hay en la Samarcanda actual o en su memoria histórica sólo puede ser una de estas tres cosas. Y fuerza la interpretación hasta límites ridículos, dejando fuera[6] todo aquello que no pueda ser reducido a esta máxima.

Para explicarlo con un ejemplo diáfano, imaginemos que Samarcanda es una chica que va por la calle y que “Estética, sabiduría y ganado” es un piropo con que le regala el oído un transeúnte: algo así como “¡Guapa!”. Si ella reduce todo lo existente a esa palabra, esa sensación y ese instante… resulta evidente que no está comprendiendo a quien así se dirige a ella. Es que además no está en sus cabales, olvida el mundo real.

Porque lo que motiva a quien así la piropea es precisamente potenciar sus virtudes, más allá de los defectos que (por humana) con toda seguridad tiene. Precisamente lo que pretende quien piropea es que la piropeada haga énfasis en sus virtudes hasta hacer invisibles los defectos, ocultos tras ese destello.

¡Qué inmenso error el de quien escucha un piropo de esta otra manera! Pensándose tan perfecta que no tiene que cambiar… Precisamente el piropo es un revulsivo para ahondar en el mundo de la belleza, nunca un motivo, una razón o una excusa para encastillarse en una pretendida perfección que por definición no existe.

En resumen, los maracandeses que así actúan, piensan y obran… están en el reducto de los “creídos”, aquéllos que se piensan no sólo perfectos e insuperables, también elegidos. Se encuentran alejados de una realidad que pudiera no premiarles. Pero la verdad es muy otra: sólo del defecto puede nacer la mejoría.

EN LA CALLE

* Aunque no nos gustara su música, hay que reconocer los hechos objetivos, las verdades poéticas que se esconden ladinamente tras los gestos. Eran los atlantes de la música, llevaban a cuestas sus inmensos radio-cassettes llenando de rap las calles. Representaban una especie de maldición olímpica por la que habían sido condenados a vagar peripatéticos como esculturas vivientes, embajadores de ese mundo alternativo que se escondía entre sus ínfulas disfrazadas de arte.

Un rapero con el cassette al hombro era eso: llenaba de sol el día aunque reinara el hielo. Es de justicia recordarlo ahora que el Universo entero, la música de Alejandría cabe en un bolsillo móvil. Ahora que la maldición es otra: la de la ceguera y el solipsismo, lejos de los conciertos pandilleros.

Sólo se ven por las calles islas humanas[7], vagando sin sentido en el universo de silencio, ahogados precisamente por poder hacer lo que quieren. Es la nueva, la gran maldición de la libertad: poder elegir entre infinitas posibilidades, pero no tener criterio.

Algo así como un olvido ancestral e inconsciente, libertad para quien no sabe qué hacer. Si conocer es recordar, ignorar es haber olvidado… o no haber llegado a saber nunca. Haber perdido el conocimiento antes de llegar a tenerlo.

¿Cómo no recordar con nostalgia a los raperos? ¿Cómo no ver ahora en su pose y en su gesto un resumen de aquella época? Aunque en su día parecieran salidos de una fábrica de elementos en serie, asfixiados por la propaganda política del imperio… guardaban en su interior el valor de ese mito ancestral que transmite la música.

* Aquella mañana épica del principio de la decadencia: Heidi GEMIDO y otra chica volviendo de la biblioteca. Nito y yo haciendo footing a las 10 de la mañana. El principio de la degeneración… Quizás era el símbolo del disfraz: nuestra capacidad para mimetizarnos y aparecer como personas normales para sobrevivir en un entorno hostil. Una cuestión casi darwiniana, la mutación no esencial. La esencia del camaleón. Más perversión, inconcebible…

EN CASA

* El Nesquik era más de pijos y el colacao de proletarios.

* La fábula, que leí o me contaron de pequeño: una bola para dominar el tiempo. Un niño conseguía dominarlo gracias a un hilo, del que tiraba cuando no le gustaba algo, para acelerar el tiempo. Antes de darse cuenta, ya era un viejo repleto de nostalgias. Suerte que sólo había sido un delirio…

* Morir no es descansar era el título de un artículo de revista sensacionalista, allá por el ’75: un suicida, encontrado ahorcado en medio del monte, ya putrefacto…

EN EL INTERIOR

* La sensación extraña que tuve aquel día no era sino la premonición de la sensación que tengo hoy: más de 20 años sin Borges.



[1] Los de verdad, los de la nobleza de sangre, no los de la población flotante y estudiantil… efímera.

[2] Una característica común a casi todos los pueblos del planeta.

[3] Si es que existe en realidad, lo que se pone en duda concienzudamente.

[4] Como a cualquier otra comunidad humana.

[5] Aparte de ese triunvirato.

[6] No ya de lo que le gustaría que fuera Samarcanda, sino incluso de la realidad.

[7] Como bloques de hielo desprendidos del polo.

 

 

Sonido

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